miércoles, 31 de agosto de 2011

Defendiendo el voto en blanco.


Por Armando Brugés Dávila.

Antes de entrar en materia quiero dejar claro que mi candidata a la Alcaldía de Santa Marta, es Carlina Sánchez Marmolejo y al Concejo Antonio Peralta Silvera y no precisamente por ser candidatos del Polo Democrático Alternativo, como tampoco por ser colegas de la docencia. Mi preferencia por ellos radica en tener la convicción íntima de ser dos personas con las calidades éticas, profesionales y técnicas necesarias para cumplir con decoro y de manera eficiente la actividad pública a la que aspiran, como hasta ahora lo han hecho.
En lo que concierne a Asamblea y Gobernación, al momento de escribir esta columna pienso hacerlo en blanco. De allí mi preocupación sobre el tema.
Si bien es cierto que cualquier partido, movimiento o grupo significativo de ciudadanos puede inscribirse para promover el voto en blanco, esto no significa que el “voto en blanco independiente” deje de existir.
De manera sospechosa, la discusión del voto en blanco se ha circunscrito en torno a los partidos, movimientos o comités que se aprovecharían económicamente de acuerdo a la legislación. Para seguidamente, y todo desde el nivel nacional, comenzar a remover el dedo en la llaga señalando que uno de los impulsores de la pirueta, es el famoso cura Hoyos de Barranquilla, de quien se dice manifiesta que "la iniciativa surge del pueblo", pero al que se señala a continuación como único beneficiario de los dineros a reclamar.
Es más, ya se habla de 36 grupos promotores en todo el país que aprovechando la situación, aparecen ahora promoviendo el voto en blanco para satisfacer intereses particulares. Y eso tiene que ser cierto porque de ser sincera su intención hubieran optado por promoverlo pero sin oficializar su condición de promotores y evitar así suspicacias perversas. Pero al parecer ningún comité promotor lo ha hecho.
Todo parece indicar que la intención es otra, esto es, desprestigiar emocionalmente el voto en blanco, para que la ciudadanía con intención de ese voto, consecuencia de la ola de corrupción que viene azotando a la nación, y que día a día viene creciendo de manera exponencial, se sienta decepcionada y entonces en el colmo del desconsuelo y la desesperanza, termine por cambiar su tan peligrosa decisión de “voto en blanco” y opte por la cómoda vía de la abstención.
Al establecimiento electorero le sirve mucho más un alto porcentaje de abstencionismo que una importante alza porcentual de los votos en blanco, porque mientras al primero se lo pueden achacar a la pereza e irresponsabilidad de los ciudadanos, el segundo por el contrario se les convierte en un bofetón especialmente dirigido a la clase política corrupta que no es poca en este país.
La izquierda no ha podido entender que la única posibilidad que tiene de llegar al poder se encuentra en la población abstencionista, conquistarla es posible, pero requiere de mucho trabajo político. Pero no trabajando como lo hacen los otros sectores de la política, esto es, seis meses antes de las elecciones, así no se llega a ninguna parte. Ellos pueden hacerlo porque cuentan con el dinero para eso. Esto en fútbol se conoce como “jugar como el enemigo quiere”.
Para nadie es un secreto que la votación en el país tiene dos caras, una que representa el voto de opinión, el cual es de un porcentaje muy bajo y el otro que corresponde al mundo de los votos cautivos, manejados por los mercaderes rasos de la política llámense líderes o pregoneros, quienes estratégicamente ubicados en los barrios hacen el trabajo mercantilista a nombre de los capos de la mafia electoral.
Lo que debe quedar claro es que el Consejo Nacional Electoral en la resolución 0920 que expidiera en el 2011, en su artículo 6º dejó claramente establecido que en la tarjeta electoral además de aparecer las casillas que identifiquen a cada uno de los promotores del voto en blanco que se hayan inscrito, deberá aparecer también una cuadricula denominada sospechosamente “casilla general del voto en blanco”, que es en donde deben depositar el voto de opinión en blanco los ciudadanos que así lo deseen y que obviamente no lo hagan por compromiso con ningún “promotor oficial”. Digo sospechosa porque el ciudadano poco conocedor de estos tejemanejes podría, por ejemplo, pensar que la leyenda quiere decir que en dicha casilla va la sumatoria de los votos en blanco que él ha marcado en dicho tarjetón y colocar allí el número 1, lo que automáticamente anularía dicho voto. Como se puede observar pareciera que hubiese sido hecho más para confundir que para aclarar.
Quede claro entonces que los ciudadanos pueden votar en blanco de manera independiente sin tener que hacerlo en nombre de comité alguno, evitando así que nadie cobre un solo centavo por su voto. Solo hay que marcar la casilla que diga “casilla general del voto en blanco”.

Abstenernos de votar es suicidarnos como ciudadanos.

martes, 23 de agosto de 2011

Como para alquilar balcón.

Por Armando Brugés Dávila.
Qué haría usted, amable lector, si después de muchos avatares económicos, en los cuales le tocó, por último, empeñar las prendas de oro de la familia, si un buen día le llega una bonanza económica? La respuesta parece obvia, ir a la casa de empeño a pagar la deuda pendiente para que de inmediato le devuelvan sus joyas. Cierto?
Hagamos un poco de historia, resulta que en el segundo mandato presidencial de Carlos Andrés Pérez, este se comprometió, con el propósito de respaldar la deuda externa del país, en su momento la más alta de América Latina, poner las reservas de oro de Venezuela como garantía de la misma en países extranjeros, entre los que se encuentran el Reino Unido, Estados Unidos, Alemania, Francia, Suiza y Panamá.
La información que se tiene es que en aquel momento salieron del territorio 211.35 toneladas de oro, equivalentes hoy día a 11.000 millones de dólares, promediando se puede decir que el valor de tonelada, para este caso, es de 52 millones de dólares. De este total el Reino Unido tiene en sus arcas el 80% o sea 169,08 toneladas, el otro 20% se encuentra entre los otros cinco países arriba señalados.
Hasta aquí, todo va bien, el problema comienza cuando Venezuela en base a que ha saldado totalmente su deuda externa y no tiene cuentas pendientes con organismo internacional alguno, solicita a dichos países le devuelvan su garantía, la misma que una vez se viera obligada a entregar. Porque a decir de su ministro de Planificación y Finanzas, Jorge Giordani, no tiene sentido que mientras las reservas en oro de Venezuela en los bancos extranjeros no generan ninguna utilidad, estas mismas entidades crediticias cuando hacen préstamo al país exigen pagos de intereses hasta de un 15%.
Una cosa es clara, Venezuela está en todo su derecho, nos guste o no nos guste Chávez. De cómo lo tomen las potencias europeas, dependerán muchas cosas a futuro, no obstante parece ser que Europa sí tiene el oro suficiente como para respaldar su liquidez en tal caso. Pero no sucede lo mismo con entidades bancarias norteamericanas como el JP Morgan, al que al parecer le fueron entregadas en custodia 17.29 toneladas, o sea un 8,18% del total, avaluadas en 900 millones de dólares y aunque dice tener el respaldo suficiente sólo tienen físicamente 10.6 toneladas, por lo que la entidad bancaria se vería obligada a comprar oro para cumplir con su compromiso. La situación es tan delicada que se cree que de concretarse la medida el Banco JP Morgan podría quebrar.
América Latina, incluida Centro América y el Caribe tendrá que seguir con atención este proceso que de una u otra forma les afecta y no de cualquier manera. La situación podría desencadenar un efecto dominó de consecuencias imprevisibles, en tanto que algunos países de la UNASUR, por ejemplo, podrían también optar por solicitar su oro. Y qué podría suceder?

martes, 16 de agosto de 2011

Un mal negocio.

Cuento.

¡Mijo no se case con cachaca!
La primera vez que escuché la frase de labios de mi vieja no alcancé a sospechar la magnitud del mensaje. Incluso llegué a pensar que carecía de sentido. Mi modelo de compañera lo tenía muy bien definido y a ello había contribuido obviamente mi origen y mi forma de vida caribeña. En aquellos años mi sueño de mujer era una morena culiparada, algo sumisa y oliendo a mar. Una interiorana no estaba ni remotamente en el inventario de mis querencias.
Pasó el tiempo y un buen día me encontré en un bus rumbo a Bogotá, iba con todos los fierros, pleno de ilusiones, obsesionado con la idea del éxito.
Una tarde, sin poder recordar exactamente que hacia yo por aquella calle, la vi, menudita, con un cuerpito que en mi mundo de corroncho solo creía posible encontrar en las hembras de mi tierra.
De allí en adelante el casette de mi vida se pegó una acelerada tal que sin saber el cómo, el cuándo y el donde ya teníamos tres hijos.
Recogiendo mis pasos, como decían los abuelos, recuerdo que la capital me acogió, no muy bien de entrada, pero me acogió. Comencé de mensajero en una farmacia, luego pasé a operario de un depósito farmacéutico, llegando más tarde a ocupar el cargo de visitador médico.
Mi compañera, serrana al fin, se adaptó fácilmente a mi naturaleza de machista costeño, egoísta y celoso. A decir verdad me sentía realizado. Un día cualquiera una compañía farmacéutica me ofreció la representación de sus productos en un sector de la costa atlántica y además ofreciéndome como base de operaciones mi ciudad natal. Me sentí hecho. Era volver a mi tierra a demostrarle a mi gente que el vago que decían que era, se había convertido en un serio y calificado promotor de una importante productora de artículos farmacéuticos.
Trabajar en mi tierra era algo que siempre me había atraído, pero sin llegar a pensar que la ocasión se presentaría en esa forma tan inesperada. Desaprovecharla hubiera podido ser causa de arrepentimientos futuros. No podía quejarme, tenía un hogar y un trabajo que a más de gustarme, algo difícil de lograr en un país de desempleados, despertaba, al igual que lo hacia mi mujer, la envidia de más de uno. Que más podía pedir, viviendo en un país en donde amanecer vivo era de por sí una hazaña.
Solo y orgulloso llegue a mi tierra, mi familia había quedado en la capital, esperando que me ubicara y recibir la orden de viajar. Con sorpresa me encontré con que la mayoría de mis amigos de infancia al igual que yo, habían emigrado en busca de mejores oportunidades, otros se habían perdido en los vericuetos de mi memoria, mientras que ellos a mí parecían haberme extraviado en los abismos profundos de las suyas. Me encontré sin amistades en mi propia tierra.
No obstante haber llegado a la casa materna, en la primera oportunidad me lancé a conseguir residencia para mi familia. Quería sorprender a mi mujer y a mis hijos con una casa grande en donde no solo ella pudiera satisfacer su afición por las plantas si no que ellos pudieran jugar sin las ataduras de una vestimenta hostigante y pesada a la que los obligaba el medio bogotano.
Por fin llegaron, pero el agobiante calor de la costa comenzó a maltratar sus humanidades. La menor comenzó a mostrar serios quebrantos de salud. El proyecto no daba muestras de querer cuajar, pero al final se adaptaron.
Ocho meses después llegó nuestra primera visita, los padres de mi mujer. Duraron un mes largo. Poco después de la ida de mis suegros, un cuñado que vivía en una población cercana comenzó por visitarnos los domingos para terminar cayéndonos religiosamente en cuanto puente festivo se presentaba. En el mientras tanto un tío y su hija, esta última ahijada de mi mujer, quienes vivían en Fusa, comenzaban a considerar imperdonable desaprovechar la oportunidad de conocer la Costa cuando solo necesitaban gastar los pasajes. Afortunadamente su visita duró apenas veinte días.
Después fueron dos de sus hermanas quienes aprovechando su condición de varadas en la capital decidieron venirse a estas tierras a temperar la “vacancia obligada” a que estaban sometidas por falta de empleo. Cuando una de ellas al cabo de un mes se decidía a hacer maletas, por incompatibilidad climática, se vino entonces una tía con su hija y la nieta de escaso año y medio quien por obvias razones no perdía oportunidad para llorar, especialmente por las noches.
¡La locura! De visitador médico me había convertido en administrador de “Residencia”, con el agravante que me tocaba pagarlo todo.
Que vaina, definitivamente mi error fue casarme con una cachaca.
¡Razón tenía mi mamá, caramba!

Y le pesó toda la vida.

Cuento.
Por Armando Brugés Dávila.
Ya en su lecho de muerte Vespasiano se hizo la pregunta y la misma lo cogió fuera de base, su cabeza comenzó a darle vueltas. Entonces recuerdos desordenados comenzaron a cruzar por su cerebro a los que él de alguna manera intentaba ordenar.
Así fue siempre. Desde niño, recordaba como los adultos le reclamaban porque no las daba ante cualquier detalle que tuviera que ver con él y su relación con ellos, pero para su infortunio nunca pudo entender el porqué de tal reclamo.
Con esa casi que milagrosa capacidad que tienen los seres humanos de poner en presente su pasado, a su mente seguían llegando de manera atropellada los recuerdos de cómo en su casa, ni su abuela, pasando por su madre, quien entre otras cosas ejercía el papel de “madre cabeza de familia”, tampoco sus hermanas y hermanos, y menos aún un tío político que vivía con ellos, se las daban a él por nada, pero de alguna manera vivían exigiéndoselas.
Era el último de una camada familiar en donde, como sucedía en la mayoría de los núcleos familiares pobres del tercer mundo no existía padre para mostrar. Mucho tiempo después entendió la situación, el bajo nivel de educación de los mayores, a lo sumo el tercer año de primaria, lo normal en la época que les toco vivir, era una de las causas. Lo que aunado a una tradición cultural que fomentaba y alimentaba el derecho a oprimir que tenían los mayores, fundamentado en un machismo crónico, terminaba de cerrar el círculo. Era un ambiente en el que se aceptaba casi que como mandato divino que el mayor o más fuerte ordenara y el menor o más débil obedeciera. Sentencia que obviamente aprovechaban incluso los hermanos mayores y los varones para ejercer su poderío en la medida que al interior del grupo se les permitiera.
De igual manera recordaba como en ese fabuloso mundo de socialización que es la escuela, y la suya fue la pública, se encontró con una situación similar, a la de su casa. Allí directivos y maestros pedían y exigían que se las dieran. Y era lógico, a los profesores, criados también en esa cultura machista y opresiva, tampoco nadie se los había enseñado y mucho menos que ellos debieran dárselas a sus jóvenes discípulos, antes por el contrario fueron levantados en la idea consciente o inconsciente que hacerlo podría entenderse como una debilidad magisterial. Esa fue la razón por la cual en su cosmología libertaria nunca pudo asimilar que darlas fuese de una importancia tan vital, socialmente hablando, y por el contrario durante largo tiempo interpretó que hacerlo era un gesto de humillación y sometimiento.
Ahora ya tarde, cercana la hora de volver a ser parte de la energía universal, percibía de manera irracionalmente clara que ellas, como las células glía que cumplen funciones de sostén y nutrición en el cerebro, contribuyen de manera casi mágica a las buenas relaciones entre los seres humanos. Pero ya era tarde, en casa nunca se le explicó y en la escuela tampoco. Hoy un mal entendido por no dar unas gracias de manera oportuna lo tienen al borde de la muerte.

sábado, 6 de agosto de 2011

España y la autocensura mediática.

Lo sucedido en el país ibérico el 3 de agosto de 2011, se puede interpretar como un veto mediático de los propietarios de los medios y se convertirá en hito vergonzoso en la historia de los medios de comunicación.
Desde hace tiempo se viene sosteniendo que gracias al monopolio de los medios, este poder ha pasado a ocupar el primer lugar. Situación que ha permitido a los propietarios del dinero y la política lograr una influencia geopolítica inimaginable en otros tiempos.
Se decía que quien tenía la información manejaba la situación, pero la realidad es qué quien “sabe manejar” la información es quien controla la situación, tenerla no es suficiente hay que saberla manipular. Esto lo han entendido los poderosos y hoy día lo aplican de manera magistral al transnacionalizar los medios, como en su momento lo hicieron con la banca, la industria y etc., etc., etc. Hoy día, medio de comunicación que quiera sobrevivir, debe estar amarrada a una de estas multinacionales, so pena de desaparecer ante la voracidad de las mismas. Por eso ahora los enfrentamientos iniciales de los gobiernos con vocación democrática, no son ni con la banca ni con los industriales, mucho menos con los políticos de turno, si no con los medios, sean estos de circulación nacional o local, porque en ellos termina esta cascada de control mediático.
Esta forma de monopolio permitió que en España el día miércoles 3 de agosto, se sufriera una especie de infarto comunicacional, cuando la opinión española, ansiosa de saber que estaba sucediendo en Madrid, tuvo que acudir a internet para conectarse a un canal del tercer mundo, léase bien, del tercer mundo (Telesur de Venezuela) que a esa hora era la única que trasmitía los sucesos en vivo y en directo. ¿Qué pasaba con los medios televisivos españoles? Nadie lo sabe, pero no se veían por ninguna parte, parecían estar sometidas a una especie de autocensura en lo relacionado con la difusión de lo que acontecía aquel día en su capital, donde el M15, ese movimiento ciudadano espontáneo que iniciaron jóvenes desempleados españoles y que día a día crece de manera inusitada, intentaba tomarse nuevamente la Plaza del Sol.
La respuesta por fortuna, fue sorprendente y contraria a los intereses de estos manipuladores de la información. Al parecer los españoles aterrorizados ante la posibilidad de que un confabulado silencio mediático estuviera intentando ocultar lo que en ese momento un sector de la opinión de manera pacífica y civilizada quería manifestar en la plaza pública, se lanzó a las calles madrileñas a sumarse a los manifestantes.
Si esto sucediera en el Tercer Mundo no sería noticia, sería algo así como que el perro mordiera al transeúnte, pero que suceda en la democrática Europa, en donde tampoco es común que el transeúnte muerda al perro, entonces el asunto es a otro precio.