viernes, 13 de julio de 2012

El Fantasma de la libertad.

Por Armando Brugés Dávila.
Como el título de este artículo se denomina el último libro del fisiólogo y neurólogo español Francisco Rubia, el cual  como todos los de él, resulta extraordinariamente didáctico. Pero no me voy a referir a la obra propiamente si no a un anexo que trae titulado El Manifiesto, publicado en Alemania en 2004 en la revista “Cerebro y Mente”, firmado por once prominentes neurocientíficos. Allí se dice que no obstante el enorme avance de la investigación cerebral, aún estamos lejos de conocerlo en su totalidad. Señalan que dicha investigación parte de tres niveles, a saber: El nivel superior, que abarca la función de las grandes aéreas cerebrales, entre las que se destacan las diversas regiones de la corteza cerebral, la amígdala o los ganglios basales; el nivel medio, que describe lo que ocurre durante las asociaciones de miles de células; y el nivel inferior, que corresponde a los procesos de células y moléculas aisladas. ¿Con qué reglas trabaja, cómo refleja el mundo, de qué manera percepción inmediata y experiencia pasada se funden, cómo planifica acciones futuras, por ejemplo, son interrogantes sobre los que apenas se puede responder. Conceptuan que con los medios con que disponemos hoy, ni siquiera se podrían investigar. No obstante, se muestran optimistas al considerar que aunque son muchos los misterios que esperan ser revelados, la investigación en este campo ha logrado éxitos extraordinarios. Les asombra la capacidad de adaptación y aprendizaje del cerebro que se creía disminuida con la edad, pero que por el contrario han podido observar que al menos en algunas zonas del cerebro adulto, continúan formándose nuevas neuronas.

Aunque no se conozcan los detalles, manifiestan que procesos tales como la imaginación, la empatía, la vivencia de sensaciones, la toma de decisiones o la planificación intencional de acciones, corresponden a procesos fisicoquímicos. Y aseguran que en diez años, males como el Alzheimer o el Parkinson, se podrán predecir impidiendo su desarrollo o mejorando su tratamiento mediante un mejor entendimiento de la genética y biología molecular. Igual sucederá, dicen, con enfermedades síquicas como la esquizofrenia y la depresión, ya que se podrá contar con más psicofármacos que uniéndose en determinadas regiones cerebrales de manera selectiva a receptores neuronales definidos evitaran la aparición o el avance de las mismas. Progresos que a su entender plantearán cuestiones éticas que se harán más intensas, en la medida en que avancen los mismos. Manifiestan que en dos o tres décadas se habrá aclarado la conexión entre los procesos neuroeléctricos y neuroquímicos, lo que, según ellos, nos conducirá a algo tan maravilloso como la contemplación de la mente, la conciencia, los sentimientos, los actos voluntarios y la libertad de acción como procesos naturales, basados en procesos biológicos. Quizás estamos, dicen, ante un suceso semejante al ocurrido con la física, en donde la mecánica clásica introdujo conceptos descriptivos del macro mundo. Pero sólo cuando aparecieron conceptos de mecánica cuántica se pudo dar una descripción unitaria de ese mundo. Según ellos, cuando conozcamos el funcionamiento de las grandes conexiones neuronales, lograremos crear un lenguaje distinto al utilizado hoy día en los  procesos del nivel medio del cual hablamos al principio. Y sólo en ese momento, la mayoría de la población mundial cambiará la imagen que tenemos de los seres humanos; los modelos dualistas (cuerpo-mente) desaparecerán, y no obstante que se conocerán todos los procesos neuronales que suponen la simpatía humana, el enamoramiento o la responsabilidad moral, nuestra “perspectiva interna” permanecerá intacta.

Extraordinaria capacidad de síntesis la de estos hombres de ciencia, tratando de explicarnos lo que será el desarrollo, en muy corto tiempo, del reto más impresionante que haya tenido nunca antes la inteligencia humana.  Intención qué bien puede considerarse como el acto de irreverencia cognitiva jamás antes realizado  en el universo por ser vivo alguno, como es el lanzarse al conocimiento del funcionamiento en pleno de su propia esencia. Lo que hace que todo parezca una hermosa quimera planetaria.