lunes, 30 de junio de 2014

Canal Capital: un propósito digno de imitar.

Por Armando Brugés Dávila
Sin duda alguna, la televisión es el más importante medio de comunicación masiva en nuestro país y no es para menos, dado que en la actualidad se calcula que más del 95%  de los hogares en el país cuenta por lo menos con un televisor; es más, las estadísticas señalan que el 70% de los colombianos ven por lo menos una hora diaria de televisión.
Cuentan los entendidos que, cuando Gustavo Rojas Pinilla estuvo en la Alemania nazi como agregado militar, quedó impresionado con el avance tecnológico conocido como Televisión y la manera tan efectiva como la estaban utilizando los nazis en su proyecto político, pensando seguramente en todo lo que se podría hacer con ella desde el punto de vista de proselitismo partidista en su país; por eso, una vez en el poder puso todo su empeño para implementarla en Colombia, idea que logró hacer realidad al año siguiente de asumir la dictadura, con la ayuda de técnicos cubanos y equipos traídos de Alemania y Estados Unidos.
Obviamente, en sus inicios fue una empresa totalmente estatal, dado que su propósito era obviamente promocionar y sublimizar el golpe militar, mostrándolo como algo estrictamente bueno y necesario para el país. Pero cuando el dictador cae en desgracia, el capital financiero que se encontraba tras bambalinas promoviendo la insurrección popular, para capitalizarla en su beneficio en nombre de la democracia, sale a la palestra a recoger los frutos. Desde entonces, se inicia una carrera en procura de privatizar el mejor negocio existente al interior de los medios de comunicación, el mismo que en manos de un Estado decente bien pudiera ser el mejor medio de culturización de sus nacionales. Pero no ocurrió así.
Con la privatización de la televisión, ésta perdió su norte como fuente de cultura y se fue convirtiendo en un monumento al mercantilismo; los canales estatales se volvieron, mejor dicho, los volvieron sosos y aburridos, en tanto que los privados comenzaron a implementar el amarillismo, lo cursi y lo ridículo. Con el tiempo lograron su propósito: la teleaudiencia se idiotizó. Hoy día, esa masa sólo tiene interés televisivo por las telebobelas, los noticieros amarillistas y los programas que incitan a la mediocridad.
Por eso, aunque tengo claro que no escribir sobre el mundial de fútbol en este momento, es correr el riesgo de no ser de buen recibo entre mis lectores, lo asumo convencido que mi deber es orientar a esa opinión dopada por unos medios que en su mayoría son en últimas, las beneficiarias de semejante desbarajuste tecnológico-cultural.
Sólo 43 años después de fundada la televisión nacional, Colombia tiene un canal televisivo que apunta al propósito que realmente debe tener tan importante medio de comunicación; me refiero al Canal Capital, que se define como el Canal de la paz y de los derechos humanos y como la Televisión más humana. Se trata de un canal, que aunque tiene una programación de carácter general, el mismo enfatiza en lo político, en lo cultural y en lo educativo. Este canal, bajo la dirección de Hollman Morris, y la participación de periodistas de la talla de Laura Gil, Antonio Caballero, María Elvia Samper y León Valencia, viene posicionándose en el concierto televisivo nacional como de los mejores, si no el mejor.




lunes, 16 de junio de 2014

Será que la culpa la tienen los cachacos?


Por Armando Brugés Dávila.
Hablar de política local no ha sido de mi querencia dada la intolerancia irracional que impera en ese ambiente, en donde sólo existe el blanco o el negro y no soy ni lo uno ni lo otro, además porque no  tengo grandes intereses que defender y mucho menos quien me defienda. El periodista independiente debe pagar un precio muy alto por gozar de semejante honor: la soledad.
Hace algunos años, cuando Miguel Pinedo Vidal, fue elegido por elección popular como gobernador del Magdalena, se le hizo un homenaje en el SantaMar Hotel si mal no recuerdo. Allí estuvo una de las estrellas rutilante de la política costeña, el senador Roberto Gerlein Echeverría, a quien escuché decir en su discurso, palabras más palabras menos, que el culpable del atraso de la Costa Atlántica era el odioso centralismo cachaco. En aquella época pensé que si eso lo hubiera expresado un ciudadano del común, vaya y venga, pero que lo dijera este señor no tenía presentación. Se necesitaba ser muy caradura para decirlo sin sonrojarse siquiera, habida cuenta que más de media vida  la había pasado en el Congreso; allí llegó en 1968 como Representante y aún sigue prendido de la ubre, como Senador ahora.
Una cosa es la población costeña como tal y otra su clase política;  esta es la que infortunadamente nos representa a nivel nacional y convierte al área en un circo con exceso de payasos-ratas. En ese sector, a no dudarlo, tenemos ineptos, corruptos, paracos, narcos y dilapidadores de dinero, pero no de cualquier dinero sino del público. De esto dan buena cuenta las situaciones administrativas precarias de Bolívar y Cartagena, Atlántico y Barranquilla, Magdalena y Santa Marta, Guajira y Riohacha, etc, etc, etc. Igual sucede con  la Fiscalía General de la República, en donde tienen prontuario, La Gata, Los Nule y siguen los etcéteras, para terminar en el Hotel La Picota, en donde hay más de uno por parapolítica. No es que los cachacos nos calumnien, es que es la verdad, pero no del pueblo costeño sino de su clase política que es la que ellos conocen.
Cómo va a aprender una población a tener valor civil, ni responsabilidad ciudadana, ni a exigir derechos, cuando no cuenta con las herramientas mínimas de análisis que lo puedan conducir a comportamientos semejantes. Estamos como estamos, porque nuestra clase gamonal y dirigente, en connivencia con sus iguales en el resto del territorio nacional, se las han ingeniado para implementar una política educativa retardataria, que mantiene a nuestra población en una ignorancia supina. Ellos saben perfectamente, que la mejor manera de consolidarse en el poder es manteniendo a las masas ignorantes mediante una educación obsoleta  y así es nuestro sistema educativo nacional, pero en el área regional el poco dinero que le aporta la nación a la educación, que ya de por sí es miserable, aquí no alcanza para que los raponeros queden todos contentos. El asunto es tan grave que me ha tocado escuchar a personas decir, no sé si por avivatada religiosa o por ignorancia invencible, que la situación por la que atraviesa Santa Marta, se debe a que en la ciudad hay mucha brujería. Como dijera Napoleón: ¡Tienen huevo! Y más grave aún,  hay ingenuos e ingenuas que se la creen.
El problema de Santa Marta es de ella, no de la Presidencia de la República; y cuando digo de ella, quiero decir de su clase dirigente que es la que se come la mejor tajada mediante puestos y prebendas y por lo mismo debe asumir toda la responsabilidad. El lío radica, en que esa dirigencia no sólo es inepta sino ciega. Y no es mi intención insultar a los ciegos. No logran entender que el atraso de la ciudad y del departamento lo afecta por igual a ellos. Parece que la estupidez se ha convertido en una pandemia planetaria al igual que el Alzheimer.  Los detentadores del poder mundial, al igual que nuestra dirigencia local, no han entendido que mientras ellos acumulan riquezas envenenando el ambiente mundial o en nuestro caso deteriorando en su propio beneficio las economías locales, se están haciendo el haraquiri porque llegará el momento en que, como dice el chiste, ni la mierda alcanzará, como ya no nos está alcanzando el agua.





domingo, 8 de junio de 2014

Zorros chuchos guerreristas al descubierto.


Por Armando Brugés Dávila
El lunes después de las elecciones, los colombianos que anhelamos la paz amanecimos en el desconsuelo más impresionante; no podíamos entender que la nación fuera tan ciega y echara por la borda la única posibilidad cierta en más de 50 años, de acabar con la lucha fratricida que vivimos.
El proceso se inició hace más de dos años, cuando los zorros chuchos reconocidos comenzaron a decir que negociar con la guerrilla era hacerlo con asesinos, narcotraficantes y terroristas. Más adelante, el zorro chucho mayor, el innombrable, el capo de capos, salió iracundo a protestar porque el gobierno nacional había invitado a UNASUR para que nos acompañara durante el proceso electoral; en su concepto, esta entidad era chavista y por tanto contraria a los “sagrados intereses” de la democracia colombiana. Ya cercanas las elecciones, ni corto ni perezoso declaró que en caso de no salir su candidato favorecido, las elecciones no serían reconocidas. Posición muy similar a la de la opositora derecha venezolana con Capriles a la cabeza, que tantos problemas le causaron al hermano país. Mientras tanto, el zorro chucho en cuerpo ajeno, el escaneado, el otro, la copia, al conocer de su triunfo en la primaria, salió como un demente a decir que el mismo 7 de agosto, día de su posesión, suspendería las conversaciones de paz en La Habana y entraría a revisar las relaciones con Venezuela, dejando entrever algo que se sospecha hace rato: que la lucha electoral no es simplemente por el poder; la pretensión final es servir de punta de lanza para una desestabilización de la hermana República Bolivariana de Venezuela y entonces sí, como decía el Libertador: “Será la fiesta de los Lapitas y ahí entrará el León a comerse a los convivios”. Se sintieron tan fuertes en esos días, que hasta a Gabo, en plena nueve noches, lo mandaron con Fidel Castro para el infierno.
Lo que ignoraba la nación era la existencia de más zorros chuchos adictos a la guerra. Para nadie es un secreto que Enrique Peñalosa ha sido siempre un acomodado de la política y por llegar al poder es capaz de hacer alianza hasta con el diablo. Lo que no se sabía era su tendencia zorro chuchista;  siempre había hablado de su vocación por la paz, pero no; el hombre resultó guerrerista. En una coyuntura política como la que vive este país, no se pueden asumir posiciones ambiguas. La propuesta es clara: o te adhieres a la política de la guerra o te sumas a una posibilidad de paz. Si no se adhirió a esta última, como lo decía públicamente, es porque su corazoncito está con la primera.
Otro que nos resultó zorro chucho guerrerista fue Jorge Robledo; sí, el mismo, el jefe natural del Moir, ese que se ha dado la pela con medio país defendiendo la lucha pacífica por el poder. Ahora dice que él en este proceso no va porque el Zorro y Santos son la misma cosa. Y quién carajos ha dicho que no. En este momento la diferencia está, en que uno dice que el fin de la guerra únicamente es posible mediante la rendición o aniquilamiento del contrario, es decir, más guerra, y el otro posibilita, no sólo la promete sino que la viene implementando en La Habana, una propuesta de paz basada en un acuerdo político entre las partes en conflicto. Y nada más hay esos dos candidatos. No es el momento de orgullos infantiles, mucho menos de mezquindades politicas; es la hora en que el bienestar de la patria tiene que estar por encima de los partidos. Y en esto nos dieron ejemplo los conservadores: separaron toldas y listo. La Unión Patriótica con Aída Abella a la cabeza dijo: no tenemos ningún punto de convergencia con la Unidad Nacional, pero por la paz hacemos lo que sea.
Pero quién lo creyera; lo sucedido el domingo se ha transformado en algo  fantástico; lo que afloró como una derrota irracional, se está convirtiendo en una especie de tsunami por la paz. Los sectores populares, aquellos que realmente sufren la guerra, han comenzado a despertar tomando conciencia que ellos y sólo ellos, pueden evitarle a Colombia las dos grandes guerras que se avecinan: la interna y la internacional, en la cual harán el nada envidiable papel de carne de cañón.