sábado, 21 de febrero de 2015

Pulso entre la izquierda y la derecha en América?

Por Armando Brugés Dávila.
Todo parece indicar que se está presentando un pulso muy fuerte entre el desarrollado mundo industrial de América del Norte, obviamente incluida Canadá, y los ahora llamados “insurgentes” estados latinoamericanos y caribeños.
Para nadie, que medio conozca la historia de las relaciones entre el norte y el sur de América, incluida por supuesto la región del Caribe, es un secreto que ellas han sido más de imposición y sometimiento, que de respeto y reconocimiento del otro.  Para no ir muy lejos, recordemos aquella triste pero célebre frase de un presidente estadounidense cuando se refería a un despreciable dictador caribeño: “Somoza es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Así se han venido dando esas relaciones en términos generales, gústenos o no.
En estos momentos y a raíz de unas protestas que se realizaron en el  interior de Venezuela con miras a desestabilizar el orden institucional del país, el gobierno americano ha decidido,  a motu propio, considerar que en aquel país se han violado los derechos humanos, en base a declaraciones hechas por venezolanos contrarios al gobierno de su presidente constitucional Nicolás Maduro sin dignarse a escuchar a la contraparte, y sin más allá ni más acá termina aplicando sanciones a  funcionarios venezolanos y a familiares de estos, por simple presunción de parte. Con esta determinación, no solo se les negaron visas a altos funcionarios venezolanos, también se les congelaron sus bienes y confiscaron sus propiedades. No hay que ser un experto para concluir que en este suceso, hay actitudes no muy “legales” que digamos, en tanto se trata de sanciones unilaterales de muy mal recibo en el ámbito de las buenas relaciones internacionales. Máxime cuando los muertos en las famosas guarimbas, fueron o bien ciudadanos del común o miembros del partido de gobierno. Pero con anterioridad las cosas habían ido aún más allá; en un documento titulado “Estrategia de Seguridad Nacional 2015”, el gobierno estadounidense ya había incluido y clasificado a Venezuela como una “amenaza” a la seguridad de su Estado; esto es, Venezuela al nivel de Al Qaeda. Cuanto desatino. En ningún sentido tiene esto lógica. En qué medida un país del tercer mundo puede ser una amenaza para una potencia como la estadounidense, que cuenta con un arsenal bélico superior a todo lo imaginado antes en la historia guerrerista de esta humanidad que se las pela por autodestruirse, incluido un arsenal atómico que aterroriza al más despistado. Una de dos: o son poco serios, que no lo creo, o algo se está cocinando tras bambalinas.
Ahora bien, lo que si da para pensar es que instituciones como CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas), ALBA (Alianza bolivariana para los pueblos de nuestra América) y MPNAL (Movimientos de Países no Alineados), en donde sí se escuchó a la contraparte, determinaron respaldar al gobierno venezolano en sus actuaciones por considerarlas acordes con su legislación interna y con el derecho internacional, Igualmente, rechazaron la imposición de sanciones unilaterales por parte de EE. UU. puesto que constituyen una violación a la normatividad del derecho contemplado en la Organización de las naciones Unidas y un atropello a la voluntad democrática y soberana del pueblo venezolano.
Es como si ahora, cuando el señor Uribe ha ido a acusar de persecución política ante algunos senadores del congreso de los Estados Unidos al presidente Santos, aquel Congreso en base a este señalamiento, sin escuchar a la contraparte, decidiera sancionar al gobierno colombiano por violación de Derechos Humanos. 







jueves, 12 de febrero de 2015

Líos que se suceden por el petróleo y la democracia.

Por Armando Brugés Dávila
Hay situaciones que nos cuestan trabajo comprender: es el caso de las consecuencias extrañas que se han generado en algunos países ante la crisis petrolera inducida por Estados Unidos, para mantener a flote su economía. La misma que tiene al borde del colapso, incluso, a muchos amigos y aliados del país del norte, entre ellos el nuestro. Por eso, me  referiré a lo que viene sucediendo en dos países hermanados desde las remotas épocas de la independencia hispanoamericana, ellos son Colombia y Venezuela; veamos: No obstante que la debacle petrolera debería afectarnos por igual a ambos, para 2014 las estadísticas señalan que la inflación en el hermano país llegó a 64%, mientras que la nuestra solo llegó a 3.4%. Hasta aquí todo es claro. Pero resulta que ante el desastre del precio del petróleo, los contratistas petroleros en Colombia, entre ellos Ecopetrol y Pacific Rubiales,  han solicitado de una, al gobierno de Juan Manuel Santos, autorización para despedir obreros ante la imposibilidad, según ellos, de mantener la nómina actual de trabajadores. Y en el mientras tanto los van sacando. Es más, están previendo no poder cumplir con sus compromisos económicos con el Estado colombiano y con acreedores nacionales privados por la misma razón. De igual manera, esta caótica situación de la caída del precio del barril de petróleo, fue determinante para justificar el pírrico aumento en el salario mínimo de un 4.6% que tuvimos los colombianos para este año. Es decir, que el aumento en nuestro país fue de $28.350 mensuales; sabrá un brujo qué se puede resolver con tan precario aporte a la economía hogareña.
En el hermano país, en cambio, no se ha hablado en ningún momento de reducción de nómina en PDVSA (Petrolera de Venezuela S.A.) y antes por el contrario, el gobierno ha decretado un aumento salarial de un 15%. Algo va de un 4.6 a un 15. Aquí parecen no encajar los resultados.
De igual manera, no se entiende muy bien que tres expresidentes de la derecha latinoamericana se pusieran cita en Caracas, dizque para defender la democracia atropellada en aquella nación, cuando para nadie es un secreto, que en sus países las cosas no es que anden muy bien en ese campo. Y como el que dice lo que no debe termina por oír lo que no quiere: Recordemos Ayotzinapa en México, la Constitución pinochetista aún vigente en Chile y los falsos positivos en Colombia, que cada día se enredan más en esa maraña de leguyelismo en la que somos expertos los colombianos desde los albores de la independencia, cuando Santander le hablaba a Padilla para que oyera Bolívar.
Eso de mirar la paja en el ojo ajeno y no mirar la viga en el nuestro, nunca ha sido sano.







domingo, 1 de febrero de 2015

A propósito del nuevo año y del mes de enero.


Por Armando Brugés Dávila.
Por estos días, visitando una librería, sorpresivamente me topé con un título que llamó mi atención: PALABROLOGÍA, autoría del catedrático español Virgilio Ortega. Siempre he sentido una especial atracción por conocer el  origen de las palabras y en esta pequeña obra me he encontrado con la temática maravillosamente manejada por el investigador.
Allí, a propósito del inicio del nuevo año, me topé con la etimología de dos palabras que utilizamos constantemente y que seguramente no tenemos la más remota idea de dónde provienen: ellas son, año y enero; la primera (año) que apenas comienza y la segunda (enero) que ya casi termina.
Se cree que el origen de la palabra año se remonta a la creencia de que, un asno era el encargado de girar alrededor de la tierra cargando en su lomo las doce constelaciones. Recordemos que en principio, el calendario romano sólo tenía 10 meses y el año iniciaba en marzo; y que además hasta el otro día, en los medios científicos oficiales se imponía la creencia que el universo giraba alrededor de la tierra. La teoría geocentrista de Tolomeo se mantuvo en occidente contra viento y marea, dado que encajaba de manera perfecta con la fundamentación religiosa de la Biblia. Ello explica por qué la teoría del heliocentrismo de Copérnico y Galileo, nunca fue bien recibida por los  sectores religiosos de la época. Es más, las raíces de año y ano, que son at y ano, ambas tienen que ver con dar vueltas alrededor de, círculo, anillo. Llama la atención el autor que curiosamente, los humanos nos hemos puesto de acuerdo en muchas cosas; por ejemplo: para el espacio, con paralelos y meridianos, para una parte del tiempo, mediante horas y husos horarios, incluso para la representación de fechas y horas. Pero en lo relacionado con la unificación de los años, las cosas no han resultado tan fáciles consecuencia de interpretaciones religiosas. A decir del autor, en la actualidad los judíos, musulmanes, chinos y occidentales tenemos cuentas diferentes en relación a los años posibles años transcurridos desde que el mundo comenzó a serlo. 
Por su parte, la palabra enero la impone el segundo rey de Roma, Numa Pompilio, quien tomó el nombre del dios bifronte, el de los dos frentes, aquel al que Saturno le otorgó la capacidad de observar pasado y el porvenir, para que pudiera “decidir” sabiamente. Con un frente miraba el pasado y con el otro oteaba el futuro, con uno miraba hacia el año que terminaba y con el otro el que empezaba. Es precisamente en honor a este dios Jano (que en latín se escribía Ianus), que este mes recibió el nombre de ianuañus, de donde se nos viene la palabra enero.
Con esta palabreja, el autor nos hace caer en cuenta del origen del nombre con el cual se identifica una de las más importantes ciudades de Brasil, Rio de Janeiro. Paradójicamente, me entero por otra fuente que en este ciudad no hay río alguno, ni nunca lo hubo; el nombre se lo imponen los navegantes portugueses, quienes al entrar a tan inmensa y hermosa bahía, cuyo nombre era Guanabara, no dudaron en pensar que se trataba de la desembocadura de un gran río, y le impusieron el nombre de “río de enero”, por haber arribado ellos allí un 1° de enero de 1502, habida cuenta que janeiro en portugués significaba enero.