Arsada.
A raíz de la decisión tomada por
el presidente de USA, nadie sabe a ciencia cierta en qué terminará el debate en
que se encuentra inmersa la ciudadanía norteamericana, en torno a lo que a
política ambiental planetaria se refiere.
Como sabemos, en esta semana que
pasó, el señor Trump, dando cumplimiento a una de sus promesas de campaña,
anunció al mundo que a partir de ese momento él, en nombre de los Estados
Unidos, cesaría toda implementación del no vinculante acuerdo de París y de las
draconianas cargas financieras y económicas, que en su criterio, imponía dicho
tratado a su país.
El Acuerdo de París fue adoptado
al interior de las Naciones Unidas el 12 de diciembre de 2015. Se trata de un
acuerdo histórico mediante el cual 195 naciones se comprometieron a combatir el
cambio climático e impulsar medidas e inversiones para un futuro bajo en
emisiones de carbono, resiliente y sostenible.
Su propósito estrella apunta al
mantenimiento de la temperatura en este siglo XXI muy por debajo de los 2
grados centígrados, generando incluso esfuerzos para limitar el aumento de la
temperatura en el planeta, más aún por debajo de 1,5 grados centígrados “sobre
los niveles preindustriales”, por lo que semejante declaración, no obstante
estar anunciada, cayó como cualquier vulgar bomba madre de las que aquel
stabilisment acostumbra a utilizar cuando de zanjar diferencias se trata.
Además, no era raro lo que estaba
sucediendo habida cuenta que hacía poco tiempo, el fundamentalismo más
recalcitrante de aquel país había enviado un primer misil en boca de la figura
de Tim Walberg, reconocido congresista republicano, quien en un momento de
euforia religiosa manifestó estar seguro que Dios “cuidaría” del aumento
mundial de la temperatura atribuido a las emisiones.
Declaración en la que
igualmente señalaba que creía en el
cambio climático, pero que como cristiano estaba convencido que Dios era mucho más grande y poderoso que
nosotros y que si había un problema real, él podía encargarse de cuidar de
nosotros.
Semejante declaración sólo es
posible como consecuencia de una
ingenuidad supina o de una perversidad criminal, con el único propósito de
desviar la opinión de un pueblo creyente en torno a determinado tópico.
Recordemos que el pueblo
estadounidense, con todo que se desenvuelve en el alto mundo de la más alta
tecnología y de la ciencia, sus creencias religiosas son muy arraigadas, al
punto que no resulta difícil encontrar en sus ciudades en una misma cuadra, dos
y tres iglesias de igual o distintas comunidades religiosas.
Pero no la tiene fácil el
presidente usamericano, tanto así que de inmediato un total de 25 compañías
tecnológicas, entre las que se encuentran Apple, Google, HP, Adobe, Microsoft,
entre otras, han firmado una carta en la que le exigen al mandatario se
mantenga a la nación en el Acuerdo de París.
De igual manera, ciudades y
territorios estadounidenses hacen fuerte oposición a la decisión del primer
mandatario. En California, Nueva York y
Washington, líderes políticos han creado la denominada Alianza del Clima, que
tiene como propósito aglutinar a los estados que respaldan el acuerdo y a todos
los que toman medidas contra el cambio climático.
De otra parte, especialistas del tema aseguran, como
bien lo señala el texto mismo del acuerdo, que un país es elegible para salir
del mismo sólo tres años después de su entrada en vigor, tiempo al que sigue un
año de espera hasta oficializarse la retirada.
Lo anterior quiere decir que
EE.UU abandonaría el acuerdo en
noviembre de 2020, año en que se celebran las elecciones presidenciales en
aquel país.
No la tiene fácil el presidente
Trump, teniendo en cuenta que la opinión pública mundial se le ha venido encima,
incluidas China e India, que para el caso debían ser sus aliadas naturales.
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