Arsada.
Por estos días, leyendo noticias procedentes del
Oriente veía con profunda preocupación las terribles consecuencias de
intolerancia que suele traer el mezclar religión y política.
Siempre he sido un
respetuoso de las creencias ajenas y me siento orgulloso de serlo, pero las
noticias que venían del otro lado del mundo, más concretamente de Arabia
Saudita, me aterraban por considerar que atentaban contra la inteligencia.
Claro está que antes de
entrar en detalle tengo que aclarar que se trata de una monarquía, ubicada en
la Península Arábiga, donde la única constitución es el Corán. Lo anterior
explicaría el que sea un Estado en donde existe una policía religiosa, esto es,
una estructura similar a lo que conociéramos en las colonias españolas desde el
siglo XV y que se mantuvo hasta principios del XIX, la tristemente célebre Santa Inquisición.
Hasta aquí no hay
problema; cada comunidad es dueña de hacer colectivamente lo que más le convenga.
El conflicto surge cuando ese colectivo pretende imponerse a todos sus miembros
irrespetando la individualidad.
Es el caso de medios
locales de aquel lejano país citados por AFP, que comunican que las autoridades
deportivas de aquel Estado han comenzado a tomar medidas contra futbolistas que
utilizan peinados que son considerados anti islámicos.
De igual manera, el
máximo órgano clerical de dicha nación ha determinado renovar la prohibición de
la divulgación de los pokémon, personajes ficticios de videojuegos del mismo
nombre, en razón que dicho juego está basado en la teoría de la evolución de
Darwin, a lo que se le suma el hecho de ser un juego de azar y de divulgar
símbolos de otras religiones, incluidas la cruz del cristianismo, la estrella
de David y el triángulo masónico.
Lo que rebosa la copa
de esta intolerancia, nacida de la manguala político-religiosa, es la noticia proveniente de aquel remoto
Estado en la que señala que sus autoridades han condenado a la pena de muerte a
un joven de 20 años, por declararse ateo y haber renunciado al Islam.
Pero cuando aún no
había salido de mi asombro, me encuentro con que en mi país el ex procurador
Alejandro Ordoñez, se fue como cualquier Torquemada del siglo XV contra el
actual Ministro de Salud, Alejandro Gaviria, por haberse este declarado ateo.
A decir del ex, esta
declaración demostraba que el ministro no sólo se había “salido del closet”,
sin decir exactamente a qué se refería, sino que el gobierno con su
nombramiento promovía una “cultura de la muerte”, aduciendo que siendo Colombia
“un país creyente”, no merecía tener la mala suerte, diría alguien, de tener un
ministro ateo, para terminar lanzando el petardo de preguntar: ¿Dejaría usted
la salud de su familia y la educación de sus hijos en manos de un ateo?
Quién lo creyera? El
señor Ordoñez, al igual que los fundamentalistas islámicos de Arabia Saudita,
considera el ateísmo un delito e igual que el rey saudita, seguramente
terminará por asimilarlo a un acto de terrorismo. Ese es uno de los grandes peligros
del fundamentalismo religioso, su fanatismo puede llegar a justificar lo absurdo.
Con estos niveles de
intolerancia no resulta fácil ser optimista en este proceso de paz en el que
nos hemos comprometidos los colombianos, pero no tenemos otra opción,
necesitamos serlo hasta su culminación. Por un vivir en paz debemos estar
dispuestos a darlo todo.
completamente de acuerdo
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