Apreciados amigos a partir de la fecha me identificaré con el seudónimo
Arsada. Gracias
Por Arsada
Me hubiese gustado escribir sobre
nuestro proceso de paz pero, la situación política de Bolivia exige que los
latinoamericanos agucemos nuestros sentidos para seguir con mucho cuidado los acontecimientos
políticos que allí se están produciendo.
Ya el 28 de julio, el ministro de gobierno boliviano señaló que
el encargado de negocios de Estados Unidos, Peter Brenan, enrareció las
relaciones bilaterales entre ambos países al haber admitido sus reuniones con
la oposición boliviana, constituyendo tal acto una intromisión en los asuntos
internos de su país y lo que es más grave aún,
intentó justificarlas. Estas reuniones con el periodista de la
oposición, Carlos Valverde, se produjeron dos meses antes de que el mismo sujeto lanzara falsas
acusaciones contra el jefe de estado, Evo Morales, en víspera del referéndum
sobre la repostulación presidencial.
Entre tanto, el presidente
boliviano ha venido denunciando que las conspiraciones contra su país no paran
y los acontecimientos parecen darle la razón al mandatario. Recordemos que
primero fueron las protestas de los discapacitados, una de cuyas peticiones, el
aumento de las ayudas mensuales, resultaba imposible en tanto que superaba,
incluso, transferencias que recibían varias gobernaciones. Más grave aún
resultaba la violencia con que estos discapacitados se enfrentaban a la policía
y a su cercanía a las instalaciones gubernamentales: parecían querer generar un
caos con su condición de minusválidos. Luego vino el paro del transporte pesado
ante el llamado que hizo el Ministerio Público a ocho dirigentes del sector
para respondieran por una denuncia que contra ellos presentaran los
trabajadores de la Fábrica Nacional de Cemento, quienes se sintieron perjudicados
por un bloqueo de cuatro días que aquellos hicieron, citación a la que se
negaban a asistir aduciendo persecución política. Y ahora el levantamiento de
un sector del cooperativismo minero, que culmina con el horrendo asesinato a
sangre fría del viceministro del Régimen Interior y Policía de Bolivia, Rodolfo
Illanes, golpeado hasta la muerte en un acto de ajusticiamiento brutal
que, como lo anota el jefe de estado, sólo pretende confundir a la población y crear un clima de
inestabilidad en el país propicio para un golpe de Estado.
Esta protesta la origina la nueva
ley de minería que, entre otras cosas, impide satisfacer una petición de las
cooperativas (en la práctica entidades privadas) que como tal exigen se les conceda ampliar sus áreas de
trabajo, en el sentido de que se les permita suscribir contratos de
asociación con empresas extranjeras, lo
cual permitiría nuevamente a las transnacionales penetrar la economía nacional
y apoderarse, como antaño, de los recursos mineros del país andino, lo cual
está totalmente prohibido por la constitución boliviana. Pero como si lo
anterior fuera poco, exigen además cero aranceles para la importación de
maquinaria y equipos de minería, subvención estatal en el consumo eléctrico y
eliminación de las obligaciones ambientalistas. Qué tal?
El asesinato del viceministro
sólo pretende crear el caos en Bolivia, para luego justificar una intervención
internacional que Latinoamérica no puede permitir por ningún motivo, menos a un
gobierno que, como el de Bolivia, ha dado cátedra de buena administración
pública. Con Evo, Bolivia logró por primera vez en toda su historia republicana
un superávit fiscal; la deuda
pública que en 1987 representaba el 99.2
% del PIB boliviano, en el año 2015 bajó a 17 %; Bolivia logró en ese mismo
periodo el primer lugar en crecimiento económico por segundo año consecutivo en
Suramérica; este país nacionalizó el petróleo y también las pensiones,
privatizadas en su totalidad durante los anteriores gobiernos neoliberales, y
mientras en otros países del área se bajan sus
valores o se aumentan las edades, en este país se reduce la edad de
jubilación; ahora está ad portas de convertirse en la despensa energética de
América Latina.
Bolivia no se merece esa guerra
miserable de baja intensidad, la misma que sufren otros países hermanos y que
la derecha mundial nos esconde con una política mediática torpe pero efectiva,
por lo que el pueblo latinoamericano y caribeño debe estar presto a respaldar al costo que sea. Basta ya de tanta trapisonda internacional.
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