sábado, 30 de julio de 2016

Colombia, sí, sí, sí.


Armando Brugés Dávila.

Sí, Colombia: la que ha sufrido la guerra, la que no tuvo nada que ver con la generación de causalidad de esta locura de terror y muerte, la que no participó en la conformación y  financiamiento de grupos armados al margen de la ley, llámese guerrilla, paramilitarismo o bacrim; esa es la que va a decir de manera abrumadora en las urnas que sí quiere la paz. En los procesos de paz, al igual que en el delito de cohecho, se requiere necesariamente de dos participantes, pero como se ha venido planteando, la generación de la violencia en Colombia pareciera que en esta horrible noche que ha vivido el país se hubiera disparado de un sólo lado, al punto que muchos ingenuos creen que los que están contra del proceso de paz se han enloquecido o que lo hacen porque a la guerra no van sus hijos, mucho menos ellos y me refiero a los jerarcas que han pelechado de poder y mando. La montonera es otra cosa: ésta, como cualquier otro rebaño avanza porque sí, sin tener idea de lo que está sucediendo en este planeta, pero con el pleno convencimiento que la de su grupo es la mejor opción.
Razón tiene el alto representante de la oposición al referéndum,  al manifestar que en La Habana se confabularon las Farc y el Gobierno  para emprenderla contra industriales, ganaderos, comerciantes, banqueros, militares y políticos que nada tuvieron que ver con aquella orgía de sangre y fuego que sufrió el país por más de sesenta años, colombianos a los  que ahora quieren meter a la cárcel, cuando lo único que hicieron fue cumplir con su deber.
La confusión de interpretación se debe a que en Cuba se reunieron no uno sino los dos que dispararon. Ellos negociaron como lo que eran, dos bandos que estaban en conflicto, por eso la justicia transicional es clara en su propósito de “abarcar toda la variedad de procesos y mecanismos asociados con los intentos de una sociedad decidida a resolver los problemas derivados de un pasado de abusos a gran escala con el único propósito de que los responsables rindan cuenta de sus actos, servir a la justicia y lograr la reconciliación”. Se trata de una justicia que puede desarrollarse en cuatro niveles, a saber: Individual, Estado-nación, Actores corporativos (partidos políticos, organizaciones religiosas, empresas económicas, entidades administrativas), e Instituciones supranacionales  (tribunales internacionales que entrarían a operar en caso que en el ámbito nacional no existiera ni la capacidad ni la voluntad política para enjuiciar a los sospechosos de crímenes de guerra). Aclarando, eso sí, que en los cuatro niveles se maneja el concepto que todos pueden actuar en calidad de víctimas o victimarios.
Luego, sí hay razón para que más de uno esté preocupado con lo que se viene aguas arriba. Eso de tener que entrar a demostrar, previa acusación de un victimario, la falsedad de la ejecución de delitos o la colaboración en los mismos por parte de personas naturales o jurídicas, o lo que es peor,  aceptarlo como cierto y de contera tener que solicitar perdón por ello a la nación, es pedirle demasiado al orgullo y prepotencia de  algunos colombianos.
De eso se trata, que las partes en conflicto reconozcan sus errores y  manifiesten su arrepentimiento y propósito de enmienda en relación con conductas punibles que hayan lesionado privilegios estipulados en los derechos humanos y en el derecho internacional humanitario, tales como: desaparición forzada, secuestro, homicidio, desplazamiento forzado, detención arbitraria, violación al debido proceso, reclutamiento forzado, tortura, abuso sexual, lesiones y tratos inhumanos y degradantes, actos de terrorismo, actos de barbarie, destrucción de bienes culturales y lugares de culto, genocidio y utilización de minas antipersonas.
Los que van por el no, me refiero a los cabecillas, saben lo qué están haciendo y para qué lo están haciendo, su postura no es de justicia, mucho menos ideológica, es la del sálvese quien pueda y como sea, algunos ya han volado cual bandadas de palomas.
Alcanzar la paz no será fácil; se trata de un proceso largo y complejo, pero Colombia ha comenzado a pensar mayoritariamente en función de la paz y vamos p´a esa. Únicamente se hace camino andando.



armandobrugesdavila@gmail.com
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sábado, 16 de julio de 2016

Un grito de agonía.


Armando Brugés Dávila.
Un examen minucioso de este titular nos permite concluir que se trata de la manifestación vehemente de un sentimiento colectivo, consecuencia de una aflicción extrema. Y esto es exactamente a donde apunta la intencionalidad del mismo.
En varias ocasiones he tenido oportunidad de referirme a tan absurda situación, pero todo ha sido inútil. En este caso pareciera cumplirse a plenitud el adagio popular que dice: A palabras necias oídos sordos. Pero a contravía de la tozudez de los hechos, en este caso las palabras no son necias ni los oídos sordos.
Precisamente, el domingo pasado en un artículo titulado “Así se están muriendo algunos archivos en Colombia”, la revista Semana denunciaba que el investigador Olmo Uscátegui, consultando el Archivo Histórico del Magdalena Grande para su tesis de maestría en Antropología Social, y averiguando en el periódico El Estado de 1920 sobre el papel que jugaron las empresas bananeras en las primeras tres décadas del siglo XX en Colombia, se encontró con sorpresa que varias de esas noticias estaban destrozadas en bolsas de basura. ¡Qué vergüenza! 
Decir que contamos con el archivo histórico más completo del Caribe, no es una necedad,  es una contundente realidad; que partes del mismo se han perdido ante la desidia de las administraciones departamentales, no es nada nuevo; y peor aún, y esto lo desconoce la revista, ahora se rumora que delincuentes, ya no de cuello blanco sino irisante con acceso a los mismos, lo están vendiendo a pedazos. Valdría la pena que esto se investigara. ¿Qué nos pasa a los samarios? ¿Por qué tanta displicencia ante todo lo que tenga que ver con nuestra cultura histórica? ¿Será que tendremos que pasar por la vergüenza de pedirle el favor a España para que nos rescate semejante riqueza archivística? ¿Dónde está el Banco de la Republica que tanto se ufana de la labor cultural que desarrolla en el país? La cultura no es sólo música y oro, también es documental y nosotros la tenemos y de primera calidad. ¿Qué han hecho o dicho los ediles al respecto?
De otra parte, contamos con dos edificaciones monumentales para concretar un  proyecto de esta naturaleza: el Liceo Celedón y la Escuela Industrial. Sé que algunos amigos insisten en la remodelación de ambos para que allí sigan funcionando las instituciones educativas. Personalmente considero que se trata de una posición en la cual prevalece la añoranza, la que muchas veces hace atender desmedidamente al propio interés de grupo, llámense liceístas o industrialistas, olvidándose del interés por el desarrollo de otras manifestaciones culturales de la mayoría. Espero no se me malinterprete como enemigo de la educación y mucho menos de la estatal. Debemos tener claro que los tiempos cambian y que en este caso ni la ubicación ni la estructura escolar de ambas edificaciones corresponde a las necesidades urbanísticas y pedagógicas de los nuevos tiempos. Así de sencillo.
De este requerimiento no escapan ni la Academia de Historia del Magdalena ni la Sociedad Bolivariana del Magdalena, las cuales deberían hacer un sólo frente para asumir con decoro y coraje, esta batalla por la defensa de lo que podría ser el más importante proyecto cultural del siglo XXI para la ciudad de Santa Marta.
Tampoco es que los oídos sean sordos, lo que pasa es que no hay peor sordo que el que no quiere oír; el problema radica en que este tipo de gestiones  no genera votos ni mermelada abundante, razón por la cual los que sabemos no le ponen interés. Lo del Banco de la República sigo sin entenderlo, pero supongo que sus razones tendrán.
Como decían las abuelas, dejémonos de tanta morisqueta y tengamos claro que aquí nadie tiene derecho a escurrir el bulto, todos tenemos la obligación ética de entrompar el problema y poner el grano de arena que contribuya a la concretización del proyecto cultural más ambicioso de los últimos tiempos.
La oportunidad no puede ser mejor, ad portas tenemos la celebración de los 500 años de la fundación de la ciudad y éste sería otro estupendo regalo para la ciudad en su efemérides.



domingo, 3 de julio de 2016

El caso de los ocho millones de dólares.
Armando Brugés Dávila.
Una de las más graves inconsistencias estructurales que presentan las organizaciones políticas de izquierda en América Latina y el Caribe, pero que bien podríamos hacerla extensiva a todo el planeta, es la facilidad con que se puede ascender en sus filas, muy similar a lo que acontece en las huestes protestantes. En los grupos ortodoxos, por el contrario, hacer carrera es mucho más complicado, por algo cuentan con el poder del aparato, el mismo que al final termina paralizándolos.
Esta facilidad institucional permite que algunos de sus integrantes ingresen a sus filas, unas veces sin la convicción suficiente, otras con la clara intencionalidad oportunista de aprovechar la coyuntura para iniciar una carrera política que les permitirá acceder a posiciones de comando, las cuales le facilitarán el acceso al manejo de fondos públicos, en donde tendrán la vergonzosa oportunidad de enriquecerse sin el menor esfuerzo, importándoles un bledo el prestigio de su grupo y mucho menos la suerte de aquella población que llegó a poner en ellos todas sus esperanzas de reivindicación social.
La corrupción es silvestre en América, pero la derecha la tiene clara; ella, como el gato y gracias a que controla los medios, puede tapar con el silencio la debilidad, por llamarla de alguna manera, de sus copartidarios, en tanto que, por obvias razones, se encarga de lanzar a los cuatros vientos las falencias éticas, administrativas o no, de sus contrarios ideológicos. El resultado, apenas natural, es que unos aparecen más inmorales y bandidos que los otros, así la realidad pudiese ser otra.
A dónde voy con mi cuento? A una carta que publicara el 16 de este mes la expresidenta argentina Cristina Fernández en torno a la captura de su  ex colaborador, el ingeniero José López, quien ejerciera la  Secretaría de Obras Públicas durante su administración. Como recordarán, este individuo fue sorprendido cuando trataba de esconder en el monasterio Nuestra Señora de Fátima en la ciudad de Buenos Aires, la suma en efectivo de 8 millones de dólares. Todo parece indicar que el dinero lo tenía López en su domicilio, pero ante la posibilidad de un allanamiento se aterrorizó y decidió ocultarlo en aquel monasterio. Por qué allí? Nadie lo sabe.
En la carta publicada, la ex mandataria argentina expresó que quería saber quiénes eran los responsables, porque si algo tenía claro era que semejante suma de dinero se la había tenido que dar alguien y que ella no había sido, para a continuación manifestar, con algo de sarcasmo, que nadie podía hacerse el distraído: ni empresarios, ni jueces, ni periodistas, mucho menos dirigentes políticos, porque para ella seguía siendo claro que cuando alguien recibe dinero en la función pública es porque otro se lo da desde el sector privado. Mecánica que, a su entender, ha hecho parte de las matrices estructurales de la corrupción a lo largo y ancho de la historia universal.
Lo que solicita la señora Fernández de Kirchner  es de una contundencia irrefutable; el cuento no radica en que el personaje tenga el dinero en su poder, más importante que esto es saber de dónde procede el mismo, quien lo da y por qué. Ocho millones de dólares es una suma muy importante como para no encontrar fácilmente el hilo de su procedencia. Pero hasta ahora, todo se ha reducido a que los medios publiciten el suceso en torno a las relaciones de José López y la administración de Cristina Fernández, en un ostensible afán de desprestigiar a la exmandataria y distraer a la opinión internacional en torno a lo que está sucediendo al interior de la administración Macri y que mantiene a gran parte de la población argentina en las calles, protestando en contra de las políticas neoliberales que viene implementando el actual gobierno argentino. Y mientras París arde ante una reforma laboral contraria a los intereses de sus obreros y España se agita ante la posibilidad de un gigantesco chocorazo electoral e igual México  se retuerce sobre la tumba de sus estudiantes muertos, la ONU, la OTAN y la OEA solo tienen “ojos democráticos” para señalar a Venezuela. Algo no huele bien.

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