miércoles, 27 de marzo de 2013

Latinoamérica comienza a atreverse.


Por Armando Brugés Dávila.

A raíz de la inauguración de la Conferencia de Estados Partes de la Convención Americana de Derechos Humanos en Guayaquil (Ecuador), se dieron dos importantes propuestas por parte del presidente anfitrión Rafael Correa.

Recordemos que en 1967 durante la Tercera Conferencia Extraordinaria,  se aprobó que fuera una convención interamericana sobre derechos humanos la que determinara la estructura, competencias y procedimientos de los órganos encargados de esa materia. Esta Convención en 1969 determinó como propósito el consolidar en América un régimen de libertad personal y de justicia social, reconociendo que los derechos esenciales del hombre no surgían de su nacionalidad sino de sus atributos como persona humana, lo que de por sí justificaba una protección internacional complementaria a la ofrecida por el derecho interno de los Estados, única forma de lograr el ideal de un ser humano libre, exento del temor y de la miseria. En dicho documento, las partes se obligaron a respetar los derechos y libertades individuales reconocidas en ella sin discriminación alguna. Además, se comprometieron a respetar la vida humana, por lo cual nadie podría ser privado de la misma de manera arbitraria. Igualmente se sostiene que nadie podrá ser sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes, y que toda persona privada de su libertad debería serlo con la dignidad inherente a su calidad de ser humano. Así mismo,  se define allí que nadie podrá ser detenido o encarcelado de forma arbitraria. ¿Estará en alguno de estos compromisos la explicación para que algunos países se hayan tozudamente negado a ratificarlo?

Refiriéndose concretamente a Estados Unidos, el presidente ecuatoriano deploraba que el país del norte, que se ufanaba de hablar y exigir la implementación de los derechos humanos no sólo en América sino en el mundo, resultara de los menos interesados en ratificar los instrumentos internacionales relacionados con esa materia, señalando además que no tenía sentido que un país que no  había ratificado tal Convención, sirviera de sede a la misma. En su criterio, esta no ratificación  era precisamente la que en la práctica le había dado patente de corso a aquel Estado para llevar a cabo su criminal embargo contra Cuba, suceso rechazado por la mayoría casi absoluta de los miembros de las Naciones Unidas, así como también el haber implementado una absurda justicia paralela que ha permitido la tortura en el enclave de Guantánamo. Con fundamento en lo anterior, el presidente Correa propone no solamente que la sede de este organismo sea trasladada a Buenos Aires, sino que además solicita a sus miembros asumir con seriedad el sacrificio económico que dicha medida implica, porque precisamente la preeminencia estadounidense ha sido posible gracias a que ha facilitado el dinero para su sostenimiento, un sesenta por ciento, logrando así imponer sus condiciones en nombre de los mismos derechos humanos que en la práctica irrespeta.

Por lo demás, el mandatario considera desconcertante que sólo 23 de los 34 países integrantes de la OEA hayan firmado la Convención; es más, Bolivia está pensando seriamente su retiro. De allí que el jefe de gobierno ecuatoriano considere que dicha reunión debe tener como propósito el dialogo franco y directo entre los estados miembros, en un intento por buscar  acuerdos sobre mecanismos suficientes y efectivos que fortalezcan y universalicen la institución, comenzando por enmiendas a su normatividad y reglamentación que permitan un sistema que haga de la ética, la equidad y la transparencia, una vivencia cierta y sin sesgos de la corporación.

Ojalá se logre el traslado de la sede y el financiamiento efectivo  por parte de los Estados miembros, así como la adopción de un código de conducta para la CIDH. Lo más importante ha sucedido: Latinoamérica ha perdido  el miedo a hablar y se está atreviendo a proponer cosas novedosas al interior de las instituciones de las que hace parte.
armandobrugesdavila@gmail.com

 

sábado, 23 de marzo de 2013

La doble moral nuclear.

Por Armando Brugés Dávila.

Resulta por lo menos extraña, la manera como se comportan los líderes del poder mundial; y no es que esté de acuerdo con lo realizado por el estado de Corea del Norte, con eso de explotar en plan de experimento una bomba nuclear. Resulta absurdo que casi dos millones de años después de haber logrado su estructura de tal, el ser humano sólo piense en autodestruirse, sin llegar a pensar que la vida humana, tal y como la conocemos es algo irrepetible en el universo y por lo tanto, digna que se le respete con la solemnidad que merece. Matar por poder, es una aberración de la especie que no ha tenido ni tendrá explicación alguna, mucho menos justificación. Pero tampoco la tiene  el cretinismo con que algunas potencias, en aras de unos ideales en los que ni ellos mismos parecen creer, dado que muestran profundas incoherencia entre lo que dicen y hacen.
En el Consejo de Seguridad de la ONU, nos encontramos con que sus  miembros son de dos clases: los permanentes y los temporales. La primera la conforman cinco naciones,  a saber: la Federación Rusa, la República Francesa, el Reino Unido, la República Popular China y Estados Unidos. La segunda o temporales, en cambio son electos por un periodo de dos años y actúan como representantes regionales. Mientras África y Asia tienen cinco representantes y América Latina dos, Europa resulta beneficiada con tres más, uno por la llamada Europa Oriental  y dos más en representación de Europa Occidental. Es decir, Europa finalmente resulta con cinco representantes. Cada miembro de este Consejo tiene un voto y las decisiones deben contar por lo menos con nueve votos. Pero hay un detalle y es que los miembros permanentes gozan del derecho a veto. Y surge la pregunta: ¿De qué democracia estamos hablando?
En lo que tiene que ver con las armas nucleares, recordemos que en el año de 1996 la ONU aprobó el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, con la condición de que para que la misma pudiera entrar en vigor, debería ser ratificada por los 44 estados que disponían de armas o de reactores de ese tipo. Dieciséis años después, se sabe que 183 países lo han firmado, pero sólo 159 lo han ratificado, de las cuales 36 cuentan con tecnología nuclear, incluidas tres potencias con arsenal nuclear: Rusia,  Reino Unido y Francia; en tanto que Estados Unidos y China lo firmaron pero no lo han ratificado, al igual que Egipto, Irán e Israel. Pero incluso, hay países como Pakistán e India que no forman parte del tratado y Corea del Norte que se retiró del mismo en 2003. En lo que concierne a USA, su presidente Obama ha mostrado intenciones de querer firmarlo, pero en el Senado los republicanos no le jalan y punto. China por su parte manifiesta olímpicamente que mientras Estados Unidos no lo ratifique, ellos tampoco lo harán.
Surge entonces la pregunta: ¿Con qué autoridad moral pretenden estos países ser los jueces de una política, que no obstante surgir de un mandato de las Naciones Unidas, ellos se dan el lujo de incumplir valiéndose de argucias impresentables? Se necesita ser muy caradura para asumir una actitud como la de  USA y China, regañando y condenando a Corea del Norte por incumplir un mandato que ellos mismos se han negado a ratificar. Parece que la vergüenza no sólo se ha perdido en Colombia.

 

armandobrugesdavila@gmail.com

 

 

martes, 19 de marzo de 2013

Se fueron los pericos.

Por Armando Brugés Dávila

Todas las mañanas llegaban al frondoso árbol de Campano en donde, como es su costumbre, se habían apoderado de un nido de comején para poner sus huevos y empollarlos. El parque infantil del barrio, en esos momentos de algarabía tropical tomaba otra dimensión, era algo así como otro mundo inmerso en la mole de concreto y cemento en que se ha convertido nuestra ciudad en aras de la civilización, la misma que hoy día tiene al borde del colapso ambiental a la súper civilizada Pekín. Eran unas avecillas que sólo alegría, disfrute y complacencia traían a los habitantes del entorno. Se trataba de una bandada de loros del género aratinga, llamados comúnmente “carasucias”, que miden no más de 25 centímetros de la cabeza a la cola. Se les encuentra en áreas semiabiertas, al norte de Colombia en Magdalena, Guajira y Cesar, en los Llanos de Orientales, por todo el valle del Magdalena y también en la sabana de Bogotá.
Algunos vecinos permanecíamos vigilantes de que ningún malintencionado se acercara para hacerles daño ni mucho menos para robarles sus crías, pero no fue suficiente. La capacidad de destrucción del ser humano parece infinita. Por algo es la única especie que mata por el placer de matar, mientras las demás lo hacen para comer, alimentarse y sobrevivir, la nuestra lo hace por gusto, por diversión. Y esto desde el Rey de España, cazando elefantes en África, hasta el pelaito que sale por los follajes de nuestras carreteras con una honda a cazar pájaros, lobitas, tortolitas, mejor dicho lo que se atraviese y se convierta en objetivo  para dispararle su asesina piedra, por el sólo placer de verlos morir, así tan estúpida muerte no le beneficie en nada.
Una noche, seguramente  sin luna,  ese desquiciado  o desquiciados aprovechando la oscuridad, vara en mano asaltaron el parque, arremetiendo contra la morada de los indefensos animalitos, cuya única incorrección fue haber confiado en que nuestra especie, a más de no agredirles defendería su nidal, comprometiéndose ellos a solazarnos con sus parloteos mañaneros alegrando el ambiente, como diciéndonos que no nos preocupáramos,  que la vida bien valía la pena vivirse, siempre y cuando confiáramos en ella. Pero cuán equivocado estaban. Aquella fatídica noche, una vara asesina comenzó a reventar su morada de barro. A la mañana siguiente, en aquél parque sólo se encontraban desperdigados por el suelo, como después de un bombardeo de los que tanto se producen diariamente en todo el planeta, trozos de lo que una vez fue un rústico pero fuerte termitero y posteriormente un acogedor nido-refugio de pericos carisucios. Los depredadores de turno habían hecho exitosamente su trabajo destructivo, como cualquier ejercito imperial.
A esos jóvenes digo, pues no quisiera pensar que fuesen adultos los autores de tal despropósito, jamás se les ocurrió pensar cuál habría sido su comportamiento, si una noche cualquiera como aquella en que ellos cometieron su vandálica acción, unos dementes hubiesen llegado a su casa, como sucede a diario en este país desde hace más de 50 años, y sin motivo aparente alguno comenzaran a lanzar granadas y bazucas por el sólo placer de destruir las casas de sus padres, sin importarle que dejaran a sus seres queridos y a ellos sin techo ni hogar. Seguramente otra cosa hubieran terminado por hacer; infortunadamente no tuvieron tiempo para pensar y su instinto destructivo los superó y determinó. Hoy día, las mañanas no son tan alegres como antes en el Parque Infantil del Taminaca.


 

martes, 12 de marzo de 2013

Las Ciberarmas, una nueva forma de guerra.

Por Armando Brugés Dávila.
Mientras en La Habana los colombianos nos estamos agarrando de los pelos por la tierra, la guerra entre las potencias planetarias va por otro lado. No quiero significar con ello que lo que allí se está cocinando no sea importante, pero por lo menos resulta paradójico. Por estos días leí en la prensa nacional que el presidente de los Estados Unidos tenía la potestad de ordenar ciberataques preventivos contra cualquier país si se descubrieran evidencias de la preparación de un gran ataque digital. Bueno pero al menos hasta aquí se habla de evidencias previas. Pero la misma noticia más adelante dice que las agencias de inteligencia de aquel país basadas en potenciales, léase posibles, ataques cibernéticos contra USA, podrían informar al presidente y este a su vez ordenar el ataque mediante un código destructivo, esto aunque no haya una guerra declarada. A decir verdad no entendí mucho el asunto, lo que si me quedaba claro que una cosa es tener evidencias y otra muy distinta suponer y decidí investigar.
Qué son las ciberarmas? Según Eugene Kaspersky,  un profundo conocedor del tema, se trata de  armas más baratas y efectivas que las tradicionales. Detectarlas resulta muy difícil y atribuirlas a un atacante en particular más aún. Dice que dado su  carácter aparentemente inofensivo puede volver a sus propietarios poco escrupulosos al no pensar en sus consecuencias reales. De igual manera señala estar seguro que otros países han usado esa tecnología. Lo que hace, según él, predecir una pronta carrera armamentista. Pero en su criterio lo más peligroso de todo es que no hay reglas claras de juego para su uso, lo que habla de consecuencias imprevisibles. Un software de estas características puede desencadenar desastres sociales, económicos o ecológicos a nivel mundial; por ejemplo generar un accidente en una central nuclear, el incendio en un oleoducto o el accidente de un avión, sin mayores complicaciones. Resulta entonces un arma realmente terrible.
Uno de las consecuencias graves es que el país afectado puede decidir responder un ataque cibernético usando armas convencionales. No hace mucho los Estados Unidos, ejemplo, anunciaron su derecho a responder con armas convencionales un ataque de esta naturaleza. Pero al parecer se les olvida, como bien lo señala The Time, que un ataque de esta categoría fue autorizado por Barak Obama, contra las instalaciones de enriquecimiento de uranio de Irán. Afirma el periódico además que con este ataque se demostró de qué manera la infraestructura de un país puede ser destruida sin ser bombardeada. Igualmente se concluyó que estas nuevas armas resultan tan poderosas  como la nucleares, por lo que se tomó la determinación que solo podrían ser usadas por estrictas órdenes del comandante en jefe, es decir el presidente. Pero lo más grave de todo es que no existen reglas claras de juego sobre el uso y control de este nuevo tipo de armas
Siempre se pensó que mediante la ciencia y  la tecnología los seres humanos alcanzaríamos no solo el conocimiento sino también la salud y el bienestar necesarios para ser relativamente felices, pero todo ha sido una ilusión, la torpeza humana ha resultado superior. Las consecuencias  están a la vista, mientras tres quintas partes de la población mundial  viven en la miseria y mueren de  física hambre y otra quinta parte tiene apenas para sobrevivir, el resto que lo tiene todo queriendo tener más, masacra a sus congéneres en guerras absurdas, en un afán irracional de poder. Pareciera que la elite económico-política de la especie humana estuviera harta de su existencia y anhelara la desaparición del homo sapiens de la faz de la tierra.
 
 

 

lunes, 4 de marzo de 2013

Una indignidad que aterra.

Por Armando Brugés Dávila.

 Cuando leí el titular no podía creer lo que veía; al parecer, alguien perteneciente al selecto grupo de magistrados de este país  decía: “Nuestros estándares éticos son, digamos, blanditos”.  En efecto, las palabras eran del Magistrado de la Judicatura Néstor Raúl Correa, en una entrevista concedida a la periodista Cecilia Orozco Tascón, de El Espectador. Sin embargo, una vez ubicado en contexto quise entender que se trataba de una manera irónica de criticar el comportamiento torcido de algunos magistrados, como supuestamente da a entender, pero refiriéndose indirectamente al magistrado William Giraldo, a quien muestra de alguna manera como cualquier manzanillo de pueblo decidido a permanecer en el cargo, no obstante tener casi un año de haber cumplido con la edad del retiro forzoso. Se cuida, eso sí, de manifestar que no son todos los magistrados y aquí es en donde radica lo malintencionado de su actitud porque no es realmente sincero, si bien es cierto habló en plural cuando dijo que los estándares éticos entre los magistrados de las altas cortes eran “blanditos”, no dejó claro el porqué de la frase.  Resulta que el señor magistrado William Giraldo, a quien la Revista Semana ha comenzado a llamar con socarronería “el magistrado Bon Brill”, no se fue cuando lo notificaron del fallo, por la sencilla razón de considerarlo injusto y personalmente creo que tiene razón. No existe justificación alguna para que los miembros del Consejo Superior de la Judicatura así como los de la Corte Constitucional, gocen del privilegio de ingresar a dichas instituciones incluso con los 65 años cumplidos, por contar con la prerrogativa de poder laborar sobrepasando esta edad, por lo que en este caso, podrían laborar  hasta los 73 años, dado que su elección es por ocho años. Mientras que al Consejo de Estado y a la Corte Suprema de Justicia se les niega  esta gabela, odiosa de por sí, por ir contra el mandato constitucional. Resulta que al magistrado William Giraldo, lo nombraron con 62 años de edad y lo retiran a los 65, faltándole 5 años de labores. Ahora, si la legislación es tan clara, como en efecto lo es, para qué los nombran con esas edades. A simple vista resulta injusto e inequitativo y hasta burlesco. Si todos los miembros de las altas cortes tienen por mandato constitucional las mismas condiciones laborales, a cuento de qué lo ancho para unos y lo angosto para otros? Al magistrado Néstor Raúl Correa, del Consejo Superior de la Judicatura le parece que su colega no tiene la razón, pero me gustaría verlo en su lugar.
El problema radica en que ninguna de las partes la tiene. La Corte Constitucional y el Consejo Superior de la Judicatura se han abrogado una prebenda que constitucionalmente no tiene asidero, es decir, es contraria a la ley, y aunque busqué con ahínco no pude encontrar su fundamento legal; en tanto que la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado a través del señor Giraldo aspiran a algo que contraviene lo establecido no sólo en el artículo 29 del Decreto 3135 de 1968, que habla del retiro forzoso a los 65 años de edad, sino también a lo establecido  en el artículo 233 de la Constitución Nacional.
Pero lo más triste de este acto de indignidad institucional radica en el hecho de que al haberme tomado el trabajo de averiguar sobre la hoja de vida de cada uno de los  miembros de las cuatro Cortes, me encontré con que todos, a excepción del magistrado de la Corte Constitucional Jorge Iván Palacio, ejercen la docencia universitaria a los más altos niveles académicos. Así las cosas, qué podemos esperar de nuestros profesionales del derecho a niveles de pregrado y postgrado. Obviamente sólo personajes como el abogado Rafael Nieto Loaiza,  quien sin experiencia alguna como litigante y menos como internacionalista, créame es así, no le tembló el pulso para firmar un contrato por el cual recibiría algo más de cuatrocientos millones de pesos, tres días antes de iniciarse el juicio en el que se comprometía a defender a la Nación ante la Corte Penal Interamericana. Obviamente lo perdió, ganándose Colombia una condena de por sí anunciada y el prestigioso  profesional del derecho seguramente un regaño de la Corte, por las inconsistencias teóricas de que hizo gala. No hay derecho. Y menos para que no se investigue a los culpables de semejante barbaridad. Ahí tiene la Procuraduría un caso realmente interesante.