sábado, 5 de diciembre de 2015

Estamos ante una involución de la especie.


Por Armando Brugés Dávila.

Por estos días, releyendo al neurofisiologo Antonio Damasio,  me encontré con una interesante hipótesis, que él denomina la homeostasis sociocultural, la cual  en su criterio ha contribuido a que los humanos seamos más comprensivos y por tanto más sensibles a los infortunios ajenos.
Homeostasis es la capacidad que tenemos los seres vivos,  desde la simple ameba hasta el complejísimo ser humano, de interactuar con el medio ambiente con el único propósito de mantener la vida, de allí, según el autor, que se considere a esta capacidad como la premisa básica del llamado valor biológico en cuanto a gestión y cuidado de la vida se refiere.
La importancia de este fenómeno es tal que en su criterio, la  conciencia con la ayuda de capacidades mayores tales como memoria, el razonamiento y lenguaje, fue capaz de engendrar los instrumentos de la cultura y abrir el camino a nuevos medios  homeostásicos en el plano de las sociedades y de las civilizaciones. A este fenómeno cualitativo lo denomina homeostasis sociocultural, con la cual ha sido posible la generación de sistemas tales como el de la justicia, las organizaciones políticas y económicas, las artes, la ciencia médica y la tecnología.
Pero me ha llamado la atención cuando manifiesta que, gracias a esos dispositivos de regulación, la especie ha logrado una reducción “espectacular” de la violencia al lado de un “espléndido”  aumento de la tolerancia.  Sin embargo está sucediendo lo contrario: no hay duda que entre la barbarie del circo romano y un juego de fútbol en el Maracaná, hay una gran diferencia cualitativa en lo que a comportamiento violento se refiere; pero otra cosa es cuando entramos a analizar los refinamientos que en torno a la generación de armas y formas de maltrato criminal representados en la tortura, el asesinato masivo o selectivo que los seres humanos hemos sido capaces de producir, no tiene nombre, menos aun cuando se tiene como única razón motivacional el despojo de territorios y riquezas de otros pueblos, que a su juicio deben ser arrebatados para ser disfrutados per se, muchas veces fundamentados en falsos supuestos de dioses que nada tenían que ver en absoluto con semejantes despropósitos.
Para comenzar recordemos la conquista de América, continuemos con la primera guerra mundial y posteriormente la segunda gran guerra con su horripilante bomba atómica que paralizó de terror a la civilización, la misma que le permitió a los ganadores de tan horrorosa contienda repartirse el planeta, territorios que hoy 70 años después comienzan a pasarle su cuenta de cobro con grandes olas de refugiados, agobiados por las guerras que nuevamente aquellos depravados por la codicia han iniciado, en un intento por convertirlos nuevamente en colonias en nombre de una democracia que ni ellos gozan.
La guerra de Vietnam es otro buen ejemplo de este proceso de deshumanizante salvajismo, en el que murieron cientos de miles de seres humanos y se hicieron famosas las bombas de napalm  y de mostaza; la primera, capaz de incinerar todo tipo de material biológico dejando intacto edificios y objetos, y la segunda,  capaz de causar en la piel de los humanos y en sus mucosas, ampollas causantes de la llamada muerte por asfixia agónica.
Ahora, que si de tolerancia hablamos, ahí sí que el asunto es más grave dado que nuestra especie es  cada vez más intolerante,  tal vez como consecuencia de la manera cómo un pequeño sector de la misma ha direccionado erróneamente esa homeostasis sociocultural de la que habla Damasio. 
Sin embargo, hay que reconocer que el neurólogo señala que mientras la variedad homeostasica básica es una herencia consolidada, la sociocultural es una obra en construcción que es en gran parte responsable del dramatismo, la locura y la esperanza de los seres humanos. Ojalá en la Cumbre  del Medio Ambiente que se realiza en París, sus integrantes sean capaces de dejar a un lado los intereses y estrategias particulares y retomen la ruta civilizatoria de la homeostasis sociocultural.

Publicado en El Informador, Dic.5 - 2015