Por Armando Brugés Dávila.
Por estos días, releyendo al neurofisiologo
Antonio Damasio, me encontré con una
interesante hipótesis, que él denomina la homeostasis sociocultural, la
cual en su criterio ha contribuido a que
los humanos seamos más comprensivos y por tanto más sensibles a los infortunios
ajenos.
Homeostasis es la capacidad que
tenemos los seres vivos, desde la simple
ameba hasta el complejísimo ser humano, de interactuar con el medio ambiente
con el único propósito de mantener la vida, de allí, según el autor, que se
considere a esta capacidad como la premisa básica del llamado valor biológico
en cuanto a gestión y cuidado de la vida se refiere.
La importancia de este fenómeno
es tal que en su criterio, la conciencia
con la ayuda de capacidades mayores tales como memoria, el razonamiento y
lenguaje, fue capaz de engendrar los instrumentos de la cultura y abrir el
camino a nuevos medios homeostásicos en
el plano de las sociedades y de las civilizaciones. A este fenómeno cualitativo
lo denomina homeostasis sociocultural, con la cual ha sido posible la
generación de sistemas tales como el de la justicia, las organizaciones
políticas y económicas, las artes, la ciencia médica y la tecnología.
Pero me ha llamado la atención
cuando manifiesta que, gracias a esos dispositivos de regulación, la especie ha
logrado una reducción “espectacular” de la violencia al lado de un
“espléndido” aumento de la
tolerancia. Sin embargo está sucediendo
lo contrario: no hay duda que entre la barbarie del circo romano y un juego de
fútbol en el Maracaná, hay una gran diferencia cualitativa en lo que a
comportamiento violento se refiere; pero otra cosa es cuando entramos a
analizar los refinamientos que en torno a la generación de armas y formas de
maltrato criminal representados en la tortura, el asesinato masivo o selectivo
que los seres humanos hemos sido capaces de producir, no tiene nombre, menos
aun cuando se tiene como única razón motivacional el despojo de territorios y
riquezas de otros pueblos, que a su juicio deben ser arrebatados para ser
disfrutados per se, muchas veces fundamentados en falsos supuestos de dioses
que nada tenían que ver en absoluto con semejantes despropósitos.
Para comenzar recordemos la
conquista de América, continuemos con la primera guerra mundial y
posteriormente la segunda gran guerra con su horripilante bomba atómica que
paralizó de terror a la civilización, la misma que le permitió a los ganadores
de tan horrorosa contienda repartirse el planeta, territorios que hoy 70 años
después comienzan a pasarle su cuenta de cobro con grandes olas de refugiados,
agobiados por las guerras que nuevamente aquellos depravados por la codicia han
iniciado, en un intento por convertirlos nuevamente en colonias en nombre de
una democracia que ni ellos gozan.
La guerra de Vietnam es otro
buen ejemplo de este proceso de deshumanizante salvajismo, en el que murieron
cientos de miles de seres humanos y se hicieron famosas las bombas de
napalm y de mostaza; la primera, capaz
de incinerar todo tipo de material biológico dejando intacto edificios y
objetos, y la segunda, capaz de causar
en la piel de los humanos y en sus mucosas, ampollas causantes de la llamada
muerte por asfixia agónica.
Ahora, que si de tolerancia
hablamos, ahí sí que el asunto es más grave dado que nuestra especie es cada vez más intolerante, tal vez como consecuencia de la manera cómo
un pequeño sector de la misma ha direccionado erróneamente esa homeostasis
sociocultural de la que habla Damasio.
Sin embargo, hay que reconocer
que el neurólogo señala que mientras la variedad homeostasica básica es una herencia
consolidada, la sociocultural es una obra en construcción que es en gran parte
responsable del dramatismo, la locura y la esperanza de los seres humanos.
Ojalá en la Cumbre del Medio Ambiente
que se realiza en París, sus integrantes sean capaces de dejar a un lado los
intereses y estrategias particulares y retomen la ruta civilizatoria de la
homeostasis sociocultural.
Publicado en El
Informador, Dic.5 - 2015
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