sábado, 6 de mayo de 2017

La intolerancia no aplica en un Estado de derecho.


Arsada.
Por estos días, leyendo noticias procedentes del Oriente veía con profunda preocupación las terribles consecuencias de intolerancia que suele traer el mezclar religión y política.

Siempre he sido un respetuoso de las creencias ajenas y me siento orgulloso de serlo, pero las noticias que venían del otro lado del mundo, más concretamente de Arabia Saudita, me aterraban por considerar que atentaban contra la inteligencia.
Claro está que antes de entrar en detalle tengo que aclarar que se trata de una monarquía, ubicada en la Península Arábiga, donde la única constitución es el Corán. Lo anterior explicaría el que sea un Estado en donde existe una policía religiosa, esto es, una estructura similar a lo que conociéramos en las colonias españolas desde el siglo XV y que se mantuvo hasta principios del XIX, la tristemente célebre Santa Inquisición.
Hasta aquí no hay problema; cada comunidad es dueña de hacer colectivamente lo que más le convenga. El conflicto surge cuando ese colectivo pretende imponerse a todos sus miembros irrespetando la individualidad.
Es el caso de medios locales de aquel lejano país citados por AFP, que comunican que las autoridades deportivas de aquel Estado han comenzado a tomar medidas contra futbolistas que utilizan peinados que son considerados anti islámicos.
De igual manera, el máximo órgano clerical de dicha nación ha determinado renovar la prohibición de la divulgación de los pokémon, personajes ficticios de videojuegos del mismo nombre, en razón que dicho juego está basado en la teoría de la evolución de Darwin, a lo que se le suma el hecho de ser un juego de azar y de divulgar símbolos de otras religiones, incluidas la cruz del cristianismo, la estrella de David y el triángulo  masónico.
Lo que rebosa la copa de esta intolerancia, nacida de la manguala político-religiosa,  es la noticia proveniente de aquel remoto Estado en la que señala que sus autoridades han condenado a la pena de muerte a un joven de 20 años, por declararse ateo y haber renunciado al Islam.
Pero cuando aún no había salido de mi asombro, me encuentro con que en mi país el ex procurador Alejandro Ordoñez, se fue como cualquier Torquemada del siglo XV contra el actual Ministro de Salud, Alejandro Gaviria, por haberse este declarado ateo.
A decir del ex, esta declaración demostraba que el ministro no sólo se había “salido del closet”, sin decir exactamente a qué se refería, sino que el gobierno con su nombramiento promovía una “cultura de la muerte”, aduciendo que siendo Colombia “un país creyente”, no merecía tener la mala suerte, diría alguien, de tener un ministro ateo, para terminar lanzando el petardo de preguntar: ¿Dejaría usted la salud de su familia y la educación de sus hijos en manos de un ateo?
Quién lo creyera? El señor Ordoñez, al igual que los fundamentalistas islámicos de Arabia Saudita, considera el ateísmo un delito e igual que el rey saudita, seguramente terminará por asimilarlo a un acto de terrorismo. Ese es uno de los grandes peligros del fundamentalismo religioso, su fanatismo puede llegar a justificar lo absurdo.
Con estos niveles de intolerancia no resulta fácil ser optimista en este proceso de paz en el que nos hemos comprometidos los colombianos, pero no tenemos otra opción, necesitamos serlo hasta su culminación. Por un vivir en paz debemos estar dispuestos a darlo todo.



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