domingo, 1 de febrero de 2015

A propósito del nuevo año y del mes de enero.


Por Armando Brugés Dávila.
Por estos días, visitando una librería, sorpresivamente me topé con un título que llamó mi atención: PALABROLOGÍA, autoría del catedrático español Virgilio Ortega. Siempre he sentido una especial atracción por conocer el  origen de las palabras y en esta pequeña obra me he encontrado con la temática maravillosamente manejada por el investigador.
Allí, a propósito del inicio del nuevo año, me topé con la etimología de dos palabras que utilizamos constantemente y que seguramente no tenemos la más remota idea de dónde provienen: ellas son, año y enero; la primera (año) que apenas comienza y la segunda (enero) que ya casi termina.
Se cree que el origen de la palabra año se remonta a la creencia de que, un asno era el encargado de girar alrededor de la tierra cargando en su lomo las doce constelaciones. Recordemos que en principio, el calendario romano sólo tenía 10 meses y el año iniciaba en marzo; y que además hasta el otro día, en los medios científicos oficiales se imponía la creencia que el universo giraba alrededor de la tierra. La teoría geocentrista de Tolomeo se mantuvo en occidente contra viento y marea, dado que encajaba de manera perfecta con la fundamentación religiosa de la Biblia. Ello explica por qué la teoría del heliocentrismo de Copérnico y Galileo, nunca fue bien recibida por los  sectores religiosos de la época. Es más, las raíces de año y ano, que son at y ano, ambas tienen que ver con dar vueltas alrededor de, círculo, anillo. Llama la atención el autor que curiosamente, los humanos nos hemos puesto de acuerdo en muchas cosas; por ejemplo: para el espacio, con paralelos y meridianos, para una parte del tiempo, mediante horas y husos horarios, incluso para la representación de fechas y horas. Pero en lo relacionado con la unificación de los años, las cosas no han resultado tan fáciles consecuencia de interpretaciones religiosas. A decir del autor, en la actualidad los judíos, musulmanes, chinos y occidentales tenemos cuentas diferentes en relación a los años posibles años transcurridos desde que el mundo comenzó a serlo. 
Por su parte, la palabra enero la impone el segundo rey de Roma, Numa Pompilio, quien tomó el nombre del dios bifronte, el de los dos frentes, aquel al que Saturno le otorgó la capacidad de observar pasado y el porvenir, para que pudiera “decidir” sabiamente. Con un frente miraba el pasado y con el otro oteaba el futuro, con uno miraba hacia el año que terminaba y con el otro el que empezaba. Es precisamente en honor a este dios Jano (que en latín se escribía Ianus), que este mes recibió el nombre de ianuañus, de donde se nos viene la palabra enero.
Con esta palabreja, el autor nos hace caer en cuenta del origen del nombre con el cual se identifica una de las más importantes ciudades de Brasil, Rio de Janeiro. Paradójicamente, me entero por otra fuente que en este ciudad no hay río alguno, ni nunca lo hubo; el nombre se lo imponen los navegantes portugueses, quienes al entrar a tan inmensa y hermosa bahía, cuyo nombre era Guanabara, no dudaron en pensar que se trataba de la desembocadura de un gran río, y le impusieron el nombre de “río de enero”, por haber arribado ellos allí un 1° de enero de 1502, habida cuenta que janeiro en portugués significaba enero.




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