Por Armando Brugés Dávila.
Por estos días, visitando una
librería, sorpresivamente me topé con un título que llamó mi atención:
PALABROLOGÍA, autoría del catedrático español Virgilio Ortega. Siempre he
sentido una especial atracción por conocer el
origen de las palabras y en esta pequeña obra me he encontrado con la
temática maravillosamente manejada por el investigador.
Allí, a propósito del inicio
del nuevo año, me topé con la etimología de dos palabras que utilizamos
constantemente y que seguramente no tenemos la más remota idea de dónde
provienen: ellas son, año y enero; la primera (año) que apenas comienza y la
segunda (enero) que ya casi termina.
Se cree que el origen de la
palabra año se remonta a la creencia de que, un asno era el encargado de girar
alrededor de la tierra cargando en su lomo las doce constelaciones. Recordemos
que en principio, el calendario romano sólo tenía 10 meses y el año iniciaba en
marzo; y que además hasta el otro día, en los medios científicos oficiales se
imponía la creencia que el universo giraba alrededor de la tierra. La teoría
geocentrista de Tolomeo se mantuvo en occidente contra viento y marea, dado que
encajaba de manera perfecta con la fundamentación religiosa de la Biblia. Ello
explica por qué la teoría del heliocentrismo de Copérnico y Galileo, nunca fue
bien recibida por los sectores
religiosos de la época. Es más, las raíces de año y ano, que son at y ano,
ambas tienen que ver con dar vueltas alrededor de, círculo, anillo. Llama la
atención el autor que curiosamente, los humanos nos hemos puesto de acuerdo en
muchas cosas; por ejemplo: para el espacio, con paralelos y meridianos, para
una parte del tiempo, mediante horas y husos horarios, incluso para la
representación de fechas y horas. Pero en lo relacionado con la unificación de
los años, las cosas no han resultado tan fáciles consecuencia de
interpretaciones religiosas. A decir del autor, en la actualidad los judíos,
musulmanes, chinos y occidentales tenemos cuentas diferentes en relación a los
años posibles años transcurridos desde que el mundo comenzó a serlo.
Por su parte, la palabra enero
la impone el segundo rey de Roma, Numa Pompilio, quien tomó el nombre del dios
bifronte, el de los dos frentes, aquel al que Saturno le otorgó la capacidad de
observar pasado y el porvenir, para que pudiera “decidir” sabiamente. Con un
frente miraba el pasado y con el otro oteaba el futuro, con uno miraba hacia el
año que terminaba y con el otro el que empezaba. Es precisamente en honor a
este dios Jano (que en latín se escribía Ianus), que este mes recibió el nombre
de ianuañus, de donde se nos viene la
palabra enero.
Con esta palabreja, el autor
nos hace caer en cuenta del origen del nombre con el cual se identifica una de
las más importantes ciudades de Brasil, Rio de Janeiro. Paradójicamente, me
entero por otra fuente que en este ciudad no hay río alguno, ni nunca lo hubo;
el nombre se lo imponen los navegantes portugueses, quienes al entrar a tan
inmensa y hermosa bahía, cuyo nombre era Guanabara, no dudaron en pensar que se
trataba de la desembocadura de un gran río, y le impusieron el nombre de “río
de enero”, por haber arribado ellos allí un 1° de enero de 1502, habida cuenta
que janeiro en portugués significaba enero.
excelente aporte papi
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