sábado, 12 de marzo de 2016

La información no debe ser manipulada.

Armando Brugés Dávila.

En un artículo anterior, decía que los samarios habíamos perdido hasta la vergüenza y la verdad sea dicha, creo que mi señalamiento resulta algo injusto si hacemos un parangón con lo que está sucediendo a nivel nacional y mundial. Por estos días leía un artículo de Emir Sader, sociólogo y politólogo brasileño de origen libanés, refiriéndose al nefasto papel que la prensa de la derecha conservadora mundial venía ejerciendo contra los gobiernos progresistas. En su criterio, los mismos, por ejemplo, han promovido  al interior de estos, campañas de terrorismo y pesimismo económico con el objetivo perverso, según él,  de generar desconfianza entre la ciudadanía y crear un caos al interior de los respectivos países, incluso generando denuncias de corrupción falsas o no, de las cuales posteriormente no responden, pero logrando su propósito de afectar la opinión ciudadana, mediante la fabricación antidemocrática de una opinión pública distorsionada.
De igual manera, por estos mismos días leí en La Silla Vacía, un artículo escrito por Laura Ardilla Arrieta titulado “Los mata la crisis de Venezuela: viaje por la región wayuu”  y una de las frases con que inicia dice: En la lista de lamentos para explicar esta desgracia, aun no se detalla el detonante: el colapso de la economía venezolana. Raro que diga lo anterior dado que desde que se iniciaron las noticias al respecto uno de los factores tomados como causa fue la crisis venezolana. Obviamente que se refiere a los niños que por desnutrición han muerto al interior de la etnia wayuu, los cuales según Bienestar familiar ascienden a 4.700 en los últimos cinco años, pero que según el gobierno nacional es de 179, más grave todavía, según ella misma relata, es que el Ministerio de Salud desconoce su origen.
Es más, una joven wayuu le manifiesta que el problema viene mucho antes de que cerraran la frontera; sospechosamente, cuando se refiere al contrabando, sólo habla de un barco atracando en Puerto López, el mismo en donde el buque Almirante Padilla de la Armada nacional dejara arruinado al Tite Socarrás, según la canción de Escalona, pero el de ahora cargado sólo de whisky y procedente de Aruba. En otras palabras, el contrabando de alimentos de Venezuela para Colombia está controlado en un cien por ciento,  y por esa falta de alimentos se están muriendo de desnutrición los niños wayuú. Qué lástima que la articulista no hubiese pasado por los mercados públicos de Riohacha o de Santa Marta, para que se hubiera dado gusto viendo alimentos de contrabando traídos del vecino país, expuestos a plena luz del día sin ningún problema.
Pero más incomprensible todavía resulta, que ella misma asevere que “en Colombia nadie responde por los 979 mil millones que por regalías ha recibido el departamento de la Guajira desde el 2012, y que históricamente se han perdido a través de contratos del ICBF (que según, ella misma señala, ha manejado localmente el Grupo Nueva Guajira) para atender a niños indígenas.”
Igual habla de empresas pesqueras, supongo que nacionales, porque no lo dice, como tampoco sus nombres, las cuales según los pescadores wayuu no les están dejando ni siquiera para satisfacer sus necesidades primarias de alimentación.
Pero Cecilia López Montaño en un artículo publicado en Las 2 Orillas, titulado Que no pasen “de agache”, nos dice que los actores principales de la tragedia wayuu son los partidos políticos y los prohombres que manejan la mayoría de ellos, y que ha llegado la hora de desenmascararlos y de que asuman la responsabilidad que tienen en esta tragedia y en las otras que seguramente se destaparán tarde que temprano.
Infortunadamente, con el sólo título y la segunda parte del primer párrafo, la articulista de La Silla Vacía parece lograr su objetivo primario, esto es, tergiversar la realidad culpando a otros que muy poco o nada tienen que ver con la tragedia que viven nuestros nacionales, abandonados a la buena de Dios por un Estado y unos dirigentes corruptos, máxime cuando la situación al otro lado de la frontera pasa por uno de sus peores momentos, precisamente a consecuencia de la guerra mediática que le ha declarado la extrema derecha mundial.


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