miércoles, 14 de marzo de 2012

La Inteligencia Emocional: un tema de interés público.

Por Armando Brugés Dávila.
Hace sólo hace 500 millones de años, la “evolución” inició un proceso fantástico de ordenamiento celular que culminaría en lo que hoy es nuestro portentoso cerebro. Su inicio tiene lugar en  los peces primitivos, que con su tejido nervioso comienzan a desarrollar un tubo con el cual conducirán sus ramificaciones a un punto central de control ubicado estratégicamente en la parte delantera de sus cuerpos. Este pequeño cambio les permitirá tener un mayor control de sus movimientos y una más amplia posibilidad de vida. Estamos frente al inicio del “cordón espinal”. Más adelante, aquellas ramificaciones nerviosas se irán aglutinando para convertirse en  módulos especializados, como el bulbo olfatorio, los ojos, etc.
A criterio de los hombres de ciencia, este proceso culminó en la estructuración del cerebro reptil o primitivo, instancia biológica en la que se programarán por primera vez en los seres vivos, funciones vitales primarias como el ritmo cardiaco, la presión sanguínea, respiración, alimentación, sueño, incluido el sexo. Allí se procesarán las experiencias primarias no verbales de aceptación o rechazo y todas las conductas automáticas o programadas. Se localizará la conducta instintiva; en este estadio no existe ni  pasado ni futuro, la existencia se realiza en el puro presente. Su función capital apunta al mantenimiento de la vida del ser que lo contiene y por ende a la conservación de la especie que lo posee. 
Debieron pasar doscientos millones de años para que se produjera otra gran conmoción en el mundo evolutivo de las especies. Se construye entonces encima de la estructura reptiliana, una nueva organización nerviosa, cuyo desarrollo en las aves no fue completo, pero en los mamíferos, por el contrario,  alcanzó su máxima expresión.  Se trata de la estructura cerebral conocida como “sistema límbico”, asociada a la capacidad de sentir y desear. Los seres vivos por primera vez tienen la posibilidad de experimentar estados emocionales como el miedo, la ira, la tristeza, la alegría o el afecto. Con esta nueva estructura se presentan tres conductas no existentes ante en los animales, como son: la crianza, con el cuidado materno; la comunicación audiovocal de esta crianza; y el juego, por lo que se supone el comienzo de la familia. Los seres humanos compartimos esta estructura con los mamíferos,  es la que nos permite comunicarnos con ellos (nuestros animales domésticos) mediante el lenguaje emocional o gestual (movimientos corporales, expresiones del rostro, tonos de voz). Con el desarrollo del sistema límbico, se inicia en los seres vivos la fabulosa capacidad  de  memorizar. Esta nueva estructura  le permite acumular experiencias que al comparar con las nuevas les permitirán tomar decisiones más acertadas,  ampliando  de esta manera las posibilidades de vida. Por primera vez los seres vivos tienen la capacidad de retrotraer el pasado al presente, esto es: aprender. Algo realmente extraordinario.
Pero además, les permitió conocer a los mamíferos, el mundo de los sentimientos y deseos, de allí que su principal función sea la de controlar la vida emotiva y el impredecible mundo de los sentimientos. Como bien lo dice F.J. Rubia, las emociones son las que aportan la energía necesaria para la motivación, esa capacidad  que puede organizar, ampliar o atenuar  la actividad cognitiva de nuestro cerebro. Su activación enciende las alarmas motivacionales de las emociones, por eso es tan importante  el optimismo como mecanismo de incitación  en el proceso de alcanzar nuestras metas en la vida.
Si algo debe quedar claro, amable lector, es que en la estructura básica de nuestro actual cerebro, primero hubo emociones y luego pensamientos. De modo  que debemos ante todo entender, que  aprender a relacionarnos con la manera como funciona esta estructura, es vital para nosotros como seres humanos. No hacerlo, nos puede hacer víctima de estallidos emocionales que nos pueden llevar a rupturas  de relaciones familiares o amistosas, a la pérdida de la libertad  o lo que es peor,  odiarnos a nosotros mismos por habernos comportado  como lo hicimos,  poseídos por un estado de ira emocional. Hacia esto apunta la inteligencia emocional, al desarrollo de estrategias que nos permitan, no eliminarlas, antes por el contrario, a reconocerlas y actuar de acuerdo a las circunstancias, pero conscientes de que nos acompañan desde el principio de los tiempos.


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