lunes, 25 de junio de 2012

Una extrema derecha enloquecida.

Por Armando Brugés Dávila.
No de otra manera puede interpretarse la actitud que este sector ha asumido en el continente suramericano en los últimos tiempos en su afán de mantenerse en el poder, en procura de seguir usufructuando de sus irracionales privilegios. Así lo demuestran dos sucesos acaecidos en estos días: el primero en nuestro país y el segundo en la hermana República del Paraguay.
Lo sucedido en el país con la reforma judicial en cabeza del Congreso, es algo que bien se podría decir que no tiene perdón ni de Satanás, con todo y que le gustan por principio los torcidos. Nuestros parlamentarios, con honrosas y algunas dudosas excepciones, se dieron a la tarea de hacer lo que se creía no era posible, esto es, destruir la esperanza de mantener la vergüenza, con el único propósito de responderle a sus amos y sostener sus privilegios, a la vez que resguardarse de cualquier posibilidad de sanción en caso que a futuro se les fuera aún más la mano en su trajinar delincuencial. El asunto se puso tan complicado para el gobierno, que nuestro presidente tuvo que salir  a poner la cara diciendo que devolvía el proyecto al Congreso, cuando precisamente con anterioridad, su ministro de Justicia había dicho que tal proyecto no requería de la sanción presidencial. Y tiene razón el Ministro, por cuanto se trata de una reforma CONSTITUCIONAL que no requiere de firma presidencial alguna. Qué buscaba el presidente asumiendo tal posición? Simplemente, salvarse del naufragio. Igualmente se dieron situaciones tan absurdas como que un presidente de la Cámara, por una emisora de alcance nacional, manifestara que él no había leído la reforma, pero que la votó favorablemente porque creyó en la palabra del minjusticia, quien le dijo que había revisado la conciliación y que todo estaba bien salvo una que otra cosita. Por algo le dicen Simón el bobito. De igual manera, el mayor beneficiario de la reforma, el ex presidente Uribe, resulta diciendo que no era partidario de la reforma porque esta no beneficiaba al pueblo. Tanto populismo asusta.
Mientras tanto, en la hermana República del Paraguay, la misma corporación, el Congreso, reafirmando su fidelidad al mismo sector en su país, también enloquecido ante la posibilidad de ir perdiendo junto con sus amos, el poder y los privilegios de que han gozado desde los tiempos de la independencia, ha generado  un suceso que se ha comenzado a denominar Golpe de Estado institucional o parlamentario. Produjeron un quiebre al orden constitucional, de manera diferente a como otrora se realizaban usualmente en esta parte del mundo, cuando utilizaban al generalato instruidos en la tristemente célebre Escuela de las Américas. Allí de manera increíble en menos de 24 horas, este Congreso le hizo un juicio al presidente Fernando Lugo, tomando como fundamento un enfrentamiento entre unos campesinos desalojados de unas tierras y una fuerza pública con orden judicial para hacerlo. Acción que arrojó como resultado, 17 campesinos y 4 policías muertos. Razón tuvo su abogado al iniciar su defensa diciendo que allí no se había probado nada y que lo que se hizo fue  cometer un grave y profundo error político para el futuro institucional de la república. Desconocer que las fuerzas armadas tienen diferentes niveles de mando a quienes corresponden de manera escalonada calificar las actuaciones de sus subordinados, para culpar de manera directa a la figura presidencial, es de una insensatez aberrante. Y puso como ejemplo, el que se le siguiera un juicio en el Congreso norteamericano al presidente Obama, por el comportamiento criminal de algunos miembros de sus fuerzas militares en el extranjero. Pero nada importó, en cuestión de sólo 5 horas, 39 de los 43 diputados presentes en la asamblea votaron por la destitución del presidente, e inmediatamente pasaron a posesionar en el cargo al vicepresidente Federico Franco, en su momento fórmula política de Lugo. El golpe de estado parlamentario se había consumado, sentando un peligroso precedente en la nueva historia política que quiere escribir América Latina.
Los dos sucesos sin duda, avergüenzan no sólo la política sino también las democracias de América del Sur y el Caribe y ponen en peligro el proceso de integración que tanto necesita y en el que se encuentra empeñada la región y que precisamente el sector que venimos señalando desea abortar al precio que sea.


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