Hoy
día, Suramérica, Centroamérica y el Caribe, es decir, 33 países, 540 millones
de habitantes, repartidos en 20 millones de kilómetros cuadrados se encuentran en un proceso de integración imposible de concebir hace sólo 15 años. Ahora
existen UNASUR, MERCOSUR y el ALCA. Este simple fenómeno geopolítico le da a la
región una figuración de primera categoría en el concierto mundial de las
naciones. Así lo han entendido sus dirigentes, lo que ha permitido que
gobernantes como Rafael Correa, ante la solicitud de Julian Assange y la
negativa del Reino Unido de garantizar
la no extradición a un tercer país del mencionado ciudadano, no le haya
temblado el pulso para concederle el asilo político. A lo que Londres responde,
de manera casi imperial, como acostumbraba a hacerlo, diciendo que en ningún
caso autorizaría la salida del país de dicho ciudadano y amenaza con invadir en
cualquier momento la embajada ecuatoriana, olvidándose que ya pasaron esos
tiempos de despotismo legitimado por la fuerza. Lo otro sería el caos de la
diplomacia mundial y con ello la guerra generalizada. Ojalá contemos con la
sensatez suficiente. Ya la OEA dijo lo que tenía que decir, vamos a ver con qué
sale la ONU.
En
lo que respecta al caso del señor Santoyo, creo que tanto el presidente como el
ministro de defensa, el comandante de la policía y las fuerzas militares en
general deberían asumir una posición más seria. Decir que el señor los dejó
mal, que les da mucho pesar su comportamiento, que los engañó, que por eso no
es bueno jugar con el diablo, es pasar de agache. Santoyo es un agente de alto
rango de la Policía Nacional que traicionó a su institución, poniéndola en
ridículo ante la opinión pública mundial. Un señor que de General de la República
de Colombia pasó a convertirse en un traidor de su patria y de la institución
que representaba. Aquí no quiso enfrentar su responsabilidad. Su actitud merece
una sanción ejemplar que no puede ser otra que la degradación pública, no
hacerlo sólo se puede entender como una solidaridad de cuerpo más. Lo que
resulta peligroso no tanto para el al prestigio de las Fuerzas Armadas sino
para la institucionalidad misma del país. Hasta cuándo soportaremos tanta
ignominia.
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