martes, 4 de septiembre de 2012

Apoyemos el proceso de paz.

Por Armando Brugés Dávila.

 No he podido entender cómo algunos colombianos se muestren reacios a cualquier posibilidad de diálogo de paz del Presidente de la República con los grupos insurgentes; actitud que fue totalmente diferente cuando se hizo con las Autodefensas y los mismos se ufanan de ello a cada momento, mostrándola como una acción fuera de serie en la historia política del país. Pero en esto se equivocan, porque  en esta negociación  la contraparte no exigía nada  que pudiera afectar en lo más mínimo al establecimiento, antes por el contrario, se presentaban como defensores del mismo. Ahora, que si vemos lo que dice la prensa en lo relacionado con las peticiones de los alzados en armas, la cuestión no resulta tan descabellada. Personalmente considero que plantear la necesidad de una reforma agraria en un país donde para nadie es un secreto la concentración de la tierra en unos pocos, es algo que tiene sentido; pedir que se abra un debate público sobre la manera como se han venido manejando las contrataciones petroleras y mineras con las multinacionales, es apenas normal y obvio, como que se trata de la fundamentación económica del país; otra petición al parecer tiene que ver con la apertura de espacios políticos que permita una más amplia participación democrática de los colombianos. Hasta aquí no veo cual podría ser el problema realmente. Pero la actitud se entiende menos cuando caemos en cuenta que la paz es un mandato constitucional contemplado en el artículo 22 de la Carta Magna que a la letra dice: La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento.

Algunos sectores de opinión consideran que las Fuerzas Armadas podrían resultar un palo en la rueda en este proceso de paz y seguramente a ello contribuyeron las declaraciones un tanto altisonantes de su comandante cuando dijo a los medios de comunicación que la paz solo era posible en los campos de batalla con la derrota del enemigo. Realmente con una concepción semejante jamás se alcanzará la paz en ninguna parte del mundo; se trata de una concepción de la guerra más del siglo XVIII,  que la de un siglo XXI sumido en la incertidumbre de una hecatombe planetaria. Máxime teniendo en cuenta que tal declaración la hizo unas horas después de que el presidente de la república, comandante supremo de las fuerzas armadas, acabara de dar su guiño al proceso. Sin embargo otros más suspicaces señalan que los 24 billones de pesos que el gobierno destina anualmente en su presupuesto para la guerra, pueden ser un detalle que juegue un papel clave en esta actitud. Claro que muy seguramente puede haber algunos que al interior de la institución piensen en función de esa premisa, sobre todo en los altos niveles de mando, pero eso no quiere decir que todos o la mayoría de los miembros de las fuerzas armadas no participen decididamente de la frase del presidente: La paz es la victoria.

La historia parece indicar que en la mayoría de los intentos anteriores ha imperado la desconfianza entre las partes. Para no ir muy lejos en la última realizada en el Caguán y liderada por el ex presidente Pastrana,  todo parece indicar que mientras la guerrilla aprovechaba la tregua para rearmarse, el gobierno firmaba en los Estados Unidos lo que posteriormente se conoció como el Plan Colombia; es decir, las partes realmente no estaban pensando seriamente en la paz. Pero resulta que la guerra nos está saliendo muy costosa no sólo en dinero sino también en vidas, viudas y huérfanos de lado y lado y sobre todo en lo que respecta a la población civil, que al encontrarse en medio de los combates recibe plomo porque sí y porque no.  Es la hora que los colombianos respaldemos la propuesta del presidente y la apoyemos, convencidos que esta vez, la buena fe será el fundamento  de las partes, de lo contrario, será una frustración más en este doloroso proceso en que se  ha  convertido la búsqueda de la paz en nuestro país.

 

 

 

 

 

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