Por Armando Brugés Dávila.
Razón tiene la Directora Ejecutiva de
Transparencia por Colombia al mostrarse preocupada por los resultados del IPC
(Índice de Percepción de Corrupción), según los cuales nuestro país solo
alcanza 36 sobre 100 puntos posibles. No obstante tener razón en su
preocupación, desconcierta cuando manifiesta que no entiende cómo a pesar de
haberse producido en el país reformas institucionales para combatir la
corrupción, ésta se mantiene como si nada. Es más, según ella, se percibe que
la impunidad campea. Lo paradójico resulta en que a continuación manifiesta que
la corrupción ha alcanzado un carácter estructural en el país y aquí radica su
gran equivocación.
Si entendemos como estructura las
relaciones sociales primarias que sirven de fundamento a la organización
interna de los grupos sociales, tenemos que hablar de una corrupción que viene
implementándose desde la Colonia. Si algo caracteriza a los sistemas de
explotación colonialistas, es precisamente el manejo de una política en donde
mediante el soborno y el nepotismo manosean a los sectores influyentes de la
sociedad colonizada para beneficio de la metrópoli. Estos fueron los cimientos
de nuestra actual estructura social. Entonces no es que la corrupción en
nuestro país haya alcanzado un carácter estructural, lo que sucede es que
nuestra relaciones sociales han tenido como fundamento estructural la
corrupción misma. Nacimos amamantándonos de ella. Lo que ahora
acontece es la consecuencia de un desarrollo tal de la misma que ha llegado
hasta el aniquilamiento de la vergüenza, la que al igual que la esperanza son
de las últimas fundamentaciones biológico-sociales que perdemos los seres
humanos. Tiene mucha razón la Directora de Transparencia por Colombia cuando
dice que el problema viene escalando de tiempo atrás, sosteniendo además que la
misma no tiene color político; claro, porque el símbolo de la corrupción a
nivel planetario es el signo $, el color político solo sirve como engañabobos.
Igualmente de manera “ingenua”, como si viviera en otro planeta, manifiesta que
el ejecutivo, al igual que el legislativo, la rama judicial y los órganos de
control, deben coordinarse si se quieren alcanzar resultados efectivos, parece olvidarse
que en este país hasta la sal tiene posibilidades de corromperse.
El Procurador, por ejemplo, cuya
reelección ha sido tan criticada por anti-ética, no tuvo inconveniente en
manifestar en un foro sobre corrupción en el Congreso de la República, que el
país sufría un “drama” por culpa de la corrupción. Mejor dicho él estaba
escandalizado. Más descaro imposible. Y cómo queriendo congraciarse con el
sector público en donde de alguna manera es cacique, la enfiló contra el grupo
que más había señalado de corrupto a dicho sector, los ejecutivos de empresas,
diciendo que los colombianos teníamos que quitarnos la idea errada
de reducir el tema de la corrupción exclusivamente a lo público, tomando como
ejemplo a Interbolsa, a la que calificó como una típica pirámide de estrato
seis, llamando además la atención de que cada vez más la nación
estaba abocada a esta clase de escándalos en el sector privado. Algo así como
una versión moderna del “entre bomberos no nos pisemos las mangueras”.
La nación debe tener claro que los cambios
que requiere este país son estructurales, los cuales infortunadamente no se producen de un día para
otro y que para iniciar el proceso se debe comenzar, si en realidad queremos
cambiar, por el sistema educativo. Esto lo dijo el Comité de Sabios
hace quince años. Lo demás no es sino pura y física paja.
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