domingo, 16 de diciembre de 2012

La estructura de la corrupción.


Por Armando Brugés Dávila.

Razón tiene la Directora Ejecutiva de Transparencia por Colombia al mostrarse preocupada por los resultados del  IPC (Índice de Percepción de Corrupción), según los cuales nuestro país solo alcanza 36 sobre 100 puntos posibles. No obstante tener razón en su preocupación, desconcierta cuando manifiesta que no entiende cómo a pesar de haberse producido en el país reformas institucionales para combatir la corrupción, ésta se mantiene como si nada. Es más, según ella, se percibe que la impunidad campea. Lo paradójico resulta en que a continuación manifiesta que la corrupción ha alcanzado un carácter estructural en el país y aquí radica su gran equivocación.  

Si entendemos como estructura las relaciones sociales primarias que sirven de fundamento a la organización interna de los grupos sociales, tenemos que hablar de una corrupción que viene implementándose desde la Colonia. Si algo caracteriza a los sistemas de explotación colonialistas, es precisamente el manejo de una política en donde mediante el soborno y el nepotismo manosean a los sectores influyentes de la sociedad colonizada para beneficio de la metrópoli. Estos fueron los cimientos de nuestra actual estructura social. Entonces no es que la corrupción en nuestro país haya alcanzado un carácter estructural, lo que sucede es que nuestra relaciones sociales han tenido como fundamento estructural la corrupción  misma. Nacimos amamantándonos de ella. Lo que ahora acontece es la consecuencia de un desarrollo tal de la misma que ha llegado hasta el aniquilamiento de la vergüenza, la que al igual que la esperanza son de las últimas fundamentaciones biológico-sociales que perdemos los seres humanos. Tiene mucha razón la Directora de Transparencia por Colombia cuando dice que el problema viene escalando de tiempo atrás, sosteniendo además que la misma no tiene color político; claro, porque el símbolo de la corrupción a nivel planetario es el signo $, el color político solo sirve como engañabobos. Igualmente de manera “ingenua”, como si viviera en otro planeta, manifiesta que el ejecutivo, al igual que el legislativo, la rama judicial y los órganos de control, deben coordinarse si se quieren alcanzar resultados efectivos, parece olvidarse que en este país  hasta la sal tiene posibilidades de corromperse.

El Procurador, por ejemplo, cuya reelección ha sido tan criticada por anti-ética, no tuvo inconveniente en manifestar en un foro sobre corrupción en el Congreso de la República, que el país sufría un “drama” por culpa de la corrupción. Mejor dicho él estaba escandalizado. Más descaro imposible. Y cómo queriendo congraciarse con el sector público en donde de alguna manera es cacique, la enfiló contra el grupo que más había señalado de corrupto a dicho sector, los ejecutivos de empresas, diciendo que los colombianos teníamos que  quitarnos la idea errada de reducir el tema de la corrupción exclusivamente a lo público, tomando como ejemplo a Interbolsa, a la que calificó como una típica pirámide de estrato seis, llamando además la atención  de que cada vez más la nación estaba abocada a esta clase de escándalos en el sector privado. Algo así como una versión moderna del “entre bomberos no nos pisemos las mangueras”.

La nación debe tener claro que los cambios que requiere este país son estructurales, los cuales  infortunadamente no se producen de un día para otro y que para iniciar el proceso se debe comenzar, si en realidad queremos cambiar, por el sistema educativo. Esto lo dijo el Comité de  Sabios hace quince años. Lo demás no es sino pura y física paja.



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