La compleja situación
que vive el campesinado colombiano y que hoy se debate y define en las
carreteras del país, se devela como por arte de magia cuando nos topamos con un
hombre como Carlo Petrini, un italiano que logró convertir la gastronomía
en una ciencia holística, en el sentido que cuando hablamos de ella nos
referimos a todo lo humano. Suena raro, pero para él esta ciencia es física,
química, biología, genética, agricultura, historia, antropología, sociología,
identidad cultural y aunque no lo crean, economía política. Mi sorpresa fue
mayúscula cuando leí que según él, en su país la debacle campesina había sido
devastadora, al punto que en los años 50 su población era de un 50%, pero que
hoy día sólo es de un 3%, con el agravante de que la mitad de ésta es mayor de
60 años. Será que llevamos el mismo camino? Por lo que manifiesta, sí. En su
criterio, la industria alimentaria mundial es una industria criminal, teniendo
en cuenta que el 80% de las semillas en el mundo pertenecen a sólo cinco
multinacionales, entre las que obviamente se encuentra Monsanto, lo que le
permite asegurar que en un futuro próximo, el campesino y el agricultor que
conocemos desaparecerán, consecuencia de este absurdo monopolio. Como van las
cosas, estos delincuentes de la nutrición humana asegurarán un control tal
sobre los alimentos, que la llamada soberanía alimentaria de los Estados
pasará a ser una simple utopía. Lo que resulta aterrador es verlo señalar que
en los últimos veinte años, la industria agrícola mundial ha usado más químicos
que los usados en los 120 años anteriores, es decir, han convertido la tierra
en una "adicta". Algo similar a lo viene sucediendo con los productos
procesados con que la gran industria nos viene convirtiendo en adictos a los
alimentos tipo chatarra. Más grave aún resulta el hecho, según el mismo
gastrónomo, que el 76% del agua mundial sea usada en la agricultura de
manera irracional, situación similar a la denunciada por Fidel Castro, en lo
relacionado con la explotación de petróleo mediante la inyección de
grandes cantidades de agua irrecuperables para el consumo humano. Tomando en
cuenta lo anterior, comprendemos entonces que la lucha que hoy mantienen
nuestros campesinos y agricultores, no es simplemente por unos mejores
ingresos: se trata en última instancia de una lucha en la que está comprometida
su supervivencia misma. La famosa resolución 970, a más de comprometer
subrepticiamente la soberanía nacional, pone sobre tales sectores una lápida
que los condena a una desaparición forzada. No fue que el enano se creciera,
fue que el gigante de la producción de comida, el campesino, el único
capaz de darnos la soberanía alimentaria, se siente cual fiera acorralada
dispuesto a lo que sea, menos dejarse
morir impunemente.
Muy acertado ese escrito. Ahora el campo ya no produce para la alimentación sino para la producción de combustible.
ResponderEliminar