Por
Armando Brugés Dávila
En los
últimos tiempos, el presidente Santos está actuando como sin norte. No es el
hábil jugador de póker que hemos conocido. Primero salió a decir que el paro
campesino no había tenido la magnitud esperada, intentando con ello minimizar
el proceso de protesta, que a todas luces parece justo, dado que para nadie es
un secreto que los Tratados de Libre Comercio provocarían este desbarajuste de
la producción nacional, con la consabida muerte laboral del campo colombiano. Y
precisamente esta es la lucha que se está llevando a cabo al interior de la
CELAC (Comunidad Económica Latinoamericana y Caribeña) en donde la propuesta,
encabezada por Brasil, es que América Latina y el Caribe entren a negociar con
las grandes potencias en bloque y no de manera individual. Hacerlo cada uno por
su lado es el suicidio, tal como lo está sintiendo en carne propia la
producción y el trabajo colombiano. Esto no es nuevo, ya Simón Bolívar lo había
dicho en su Carta de Jamaica. De allí que la respuesta a la fundación de la
CELAC (Comunidad Económica Latinoamericana y Caribeña) en febrero 23 de 2010,
fue la contrapropuesta de Alan García, hoy día con problemas judiciales por
corrupto en su país, solicitando la creación de la Alianza del Pacifico,
invitando para ello a Chile, Colombia, México y Panamá. Todos con Tratados de
Libre Comercio firmados con Estados Unidos. Pero si el anterior detalle no
fuera suficiente, para vislumbrar lo perverso de la misma, nos encontramos con
que en la Declaración de Lima, que es como se llama el documento fundante de la
A.P. (Alianza Pacifico), se dice que la intención de la misma es: “alentar la
integración regional…”. ¿Luego, esto no
fue a lo que se comprometieron estos mismos países cuando firmaron el documento
constitutivo de la CELAC? A qué juegan entonces estos gobiernos? Al divide y
reinarás para beneficio de terceros? ¿Será que esta alianza los beneficia a
ellos realmente o hay otros intereses tras bambalinas? Por lo que se observa,
la firma de los TLC no han beneficiado a estos países y la actualidad colombiana es un buen ejemplo de ello.
Pero
volviendo al tema, resulta que al presidente sus palabras se le devolvieron, al
provocar la ira y solidaridad de un sector del campesinado que por pereza o
cualquier otra circunstancia no había participado. Y quién dijo miedo;
motivados desde la misma presidencia de la República, este campesinado se lanza
a las carreteras, ahora sí a participar activamente y a decirle al señor
presidente que la cosa sí tenía la magnitud que él se había imaginado. Y
entonces, el primer mandatario de los colombianos dando palos de ciego,
comienza a buscar culpables en su afán de desviar la atención pública, cada vez
más solidarizada con el movimiento campesino. Primero fueron las Farc, pero no
le cuajó el señalamiento y apuntó entonces no al Polo como organización
política, sino a uno de sus más importantes representantes, el senador Jorge
Robledo reconocido nacionalmente por su oposición a la firma de los TLC, pero
también por su posición pacifista cien por ciento. Obviamente tampoco le cuajó
y entonces sin saber para dónde coger se le ocurre echarle la culpa al grupo
Marcha Patriótica. Pero el paro seguía en aumento cual bola de nieve rodando en
pendiente y no había forma de detenerlo. Mientras tanto su ministro de defensa,
cada vez que hablaba no hacía sino demostrar que nunca ha tenido un arma en la
mano y menos los pantalones para dispararla, obviamente no tiene ni idea de lo
espantoso que es una guerra, su vida la ha pasado entre las pesas y el
modelaje, de allí su discurso guerrerista, ampuloso, poco pragmático y fuera de
tono que en nada contribuye a un proceso de paz ya de por sí complicado. Todo
parece indicar que al gobierno se le creció el enano.
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