sábado, 16 de noviembre de 2013

Entre el innombrable y la paz.

Por Armando Brugés Dávila.
Después de leer la columna del domingo antepasado del ex ministro Gabriel Silva Luján, no me queda más que quitarme el sombrero  ante semejante carácter y reciedumbre política. Ojalá ningún colombiano, a quien realmente le preocupe este país, deje  de leer tan contundente documento escrito por un ciudadano que fue, nada más ni nada menos que, Ministro de Defensa de Álvaro Uribe Vélez. Pero más importante que lo que dijo, fue precisamente lo que no dijo; veamos si no.
Resulta que la frase con que cierra el artículo es de una contundencia aterradora; sí, sencillamente aterradora cuando expresa: "Afortunadamente, la gente no es boba y, por más que intenten darle visos de legitimidad al dedazo de Uribe, es evidente lo que le pasaría al país si llegase a ser elegido Uribe en cuerpo ajeno. Nos espera un país a merced de lo que decida el Patrón. Y eso desembocaría en una nueva guerra civil". Teniendo en cuenta que lo dice alguien que tiene porqué saberlo, como que fue su Ministro de Defensa, la cuestión toma connotaciones tenebrosas. Colombia no puede darse el lujo de continuar con una guerra, que como todas,  sólo sirve para que unos pocos avivatos se enriquezcan a costilla del dolor y sufrimiento ajenos y en el caso específico nuestro, de los nacionales más pobres, quienes son los que al final siempre han servido de carne de cañón.
Pero qué sería lo que no dijo, este exministro con cara de bobo muy bien administrada,  que pueda ser más importante que lo que dijo? En mi concepto, en su contundente mensaje, en una especie de mensaje cifrado a la izquierda de este país, les dice que dejen de seguir jugando a la división cometiendo torpezas como aquella cuando el Polo Democrático, incluida Clara López, dejara solo a Gustavo Petro en su lucha contra el Alcalde Samuel Moreno, a quien acusaba de corrupto. O aquella otra perla mediante la cual, Petro “regala” su voto para que el fundamentalista Ordoñez, ahora mismo su verdugo, funja como Procurador General de la Nación. Como si todo lo anterior no fuera suficiente, se nos presenta una izquierda dividida en tres grupos muy disimiles entre sí: El primero de ellos, el Polo Democrático con candidata presidencial propia, Clara López Obregón, quien no tiene inconveniente en manifestar a una conocida periodista, que una alianza con las otras dos corrientes, progresistas y verdes, unidos ahora en Alianza Verde, más que una pesadilla podría considerarse una quimera. De hecho, no vislumbra alianza alguna con ninguno de estos grupos, menos ahora, diría yo, cuando la derecha comienza a enviarle cantos de sirenas mediante encuestas prefabricadas, con el claro propósito de que se mantenga en su punto y así mantenerlos divididos hasta cuando pase el aguacero.

De otra parte, la Alianza Verde es lo más de curiosa: por un lado están los verdes liderados por el “izquierdista uribista” Peñalosa y los progresistas a cuya cabeza se encuentra el que se llegó a considerar uno de los íconos de la izquierda, pero que después de haber gobernado a Nariño dejó un agridulce sabor uribista entre sus seguidores. Insisto, parece que la idea es mantener a la izquierda dividida, para facilitar así el ascenso a las mieles del poder al que Gabriel Silva Luján denomina “en cuerpo ajeno”. Algo así como el innombrable de Harry Potter.
Aparentemente, todo parece irremediablemente perdido, pues estos líderes de la izquierda sólo piensan en función de sus propios intereses y se muestran poco dispuestos a sacrificarlos en aras de los intereses de la patria. Pero de qué intereses estamos hablando? Nada más ni nada menos que de la paz de este país. Los grupos de izquierda, en este momento coyuntural de la historia, tienen la obligación moral de inmolarse en sus aspiraciones y darlo todo por la paz de este país. Los tres por separados no llegarán a ninguna parte y menos al poder, pero sí abrirán una brecha enorme para que por ella entre victorioso el dios de la guerra, el innombrable, el que terminará por arrasar lo que dejó de este país hace poco tiempo. El presidente Santos no es hombre de mi devoción y muchas de sus actitudes no las comparto, pero no puedo negar que admiro su audacia de intentar lograr la paz de este país. Para cualquier persona normal, lo más importante que le puede suceder a Colombia en estos momentos es alcanzar la paz y la próxima contienda electoral va a girar en torno a eso. Luego la izquierda debería unirse en torno a Juan Manuel Santos, quien representa la apuesta por la paz. Que se olviden que en un país conmocionado por la guerra como en el que vivimos, van a tener la más mínima posibilidad de gobernar como lo mandan los tiempos modernos; para ello necesitamos un país en paz, en donde se pueda instaurar un sólido sistema democrático que permita el cambio consensuado de modelos obsoletos y egoístas por modelos de convivencia universal. Hacer lo contrario, es hacerse el haraquiri con láser.






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