Por Armando Brugés Dávila.
Después de leer la columna del domingo antepasado
del ex ministro Gabriel Silva Luján, no me queda más que quitarme el
sombrero ante semejante carácter y
reciedumbre política. Ojalá ningún colombiano, a quien realmente le preocupe
este país, deje de leer tan contundente
documento escrito por un ciudadano que fue, nada más ni nada menos que,
Ministro de Defensa de Álvaro Uribe Vélez. Pero más importante que lo que dijo,
fue precisamente lo que no dijo; veamos si no.
Resulta que la frase con que cierra el artículo
es de una contundencia aterradora; sí, sencillamente aterradora cuando expresa:
"Afortunadamente, la gente no es boba y, por más
que intenten darle visos de legitimidad al dedazo de Uribe, es evidente lo que
le pasaría al país si llegase a ser elegido Uribe en cuerpo ajeno. Nos espera
un país a merced de lo que decida el Patrón. Y eso desembocaría en una nueva
guerra civil". Teniendo en
cuenta que lo dice alguien que tiene porqué saberlo, como que fue su Ministro
de Defensa, la cuestión toma connotaciones tenebrosas. Colombia no puede darse
el lujo de continuar con una guerra, que como todas, sólo sirve para que unos pocos avivatos se
enriquezcan a costilla del dolor y sufrimiento ajenos y en el caso específico
nuestro, de los nacionales más pobres, quienes son los que al final siempre han
servido de carne de cañón.
Pero qué
sería lo que no dijo, este exministro con cara de bobo muy bien
administrada, que pueda ser más
importante que lo que dijo? En mi concepto, en su contundente mensaje, en una
especie de mensaje cifrado a la izquierda de este país, les dice que dejen de
seguir jugando a la división cometiendo torpezas como aquella cuando el Polo
Democrático, incluida Clara López, dejara solo a Gustavo Petro en su lucha
contra el Alcalde Samuel Moreno, a quien acusaba de corrupto. O aquella otra perla
mediante la cual, Petro “regala” su voto para que el fundamentalista Ordoñez,
ahora mismo su verdugo, funja como Procurador General de la Nación. Como si
todo lo anterior no fuera suficiente, se nos presenta una izquierda dividida en
tres grupos muy disimiles entre sí: El primero de ellos, el Polo Democrático con
candidata presidencial propia, Clara López Obregón, quien no tiene
inconveniente en manifestar a una conocida periodista, que una alianza con las
otras dos corrientes, progresistas y verdes, unidos ahora en Alianza Verde, más
que una pesadilla podría considerarse una quimera. De hecho, no vislumbra
alianza alguna con ninguno de estos grupos, menos ahora, diría yo, cuando la
derecha comienza a enviarle cantos de sirenas mediante encuestas prefabricadas,
con el claro propósito de que se mantenga en su punto y así mantenerlos
divididos hasta cuando pase el aguacero.
De otra parte, la Alianza Verde es lo más de
curiosa: por un lado están los verdes liderados por el “izquierdista uribista”
Peñalosa y los progresistas a cuya cabeza se encuentra el que se llegó a
considerar uno de los íconos de la izquierda, pero que después de haber
gobernado a Nariño dejó un agridulce sabor uribista entre sus seguidores.
Insisto, parece que la idea es mantener a la izquierda dividida, para facilitar
así el ascenso a las mieles del poder al que Gabriel Silva Luján denomina “en
cuerpo ajeno”. Algo así como el innombrable de Harry Potter.
Aparentemente, todo parece irremediablemente
perdido, pues estos líderes de la izquierda sólo piensan en función de sus
propios intereses y se muestran poco dispuestos a sacrificarlos en aras de los
intereses de la patria. Pero de qué intereses estamos hablando? Nada más ni
nada menos que de la paz de este país. Los grupos de izquierda, en este momento
coyuntural de la historia, tienen la obligación moral de inmolarse en sus
aspiraciones y darlo todo por la paz de este país. Los tres por separados no
llegarán a ninguna parte y menos al poder, pero sí abrirán una brecha enorme para
que por ella entre victorioso el dios de la guerra, el innombrable, el que
terminará por arrasar lo que dejó de este país hace poco tiempo. El presidente
Santos no es hombre de mi devoción y muchas de sus actitudes no las comparto,
pero no puedo negar que admiro su audacia de intentar lograr la paz de este
país. Para cualquier persona normal, lo más importante que le puede suceder a
Colombia en estos momentos es alcanzar la paz y la próxima contienda electoral
va a girar en torno a eso. Luego la izquierda debería unirse en torno a Juan
Manuel Santos, quien representa la apuesta por la paz. Que se olviden que en un
país conmocionado por la guerra como en el que vivimos, van a tener la más
mínima posibilidad de gobernar como lo mandan los tiempos modernos; para ello
necesitamos un país en paz, en donde se pueda instaurar un sólido sistema
democrático que permita el cambio consensuado de modelos obsoletos y egoístas
por modelos de convivencia universal. Hacer lo contrario, es hacerse el
haraquiri con láser.
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