Por Armando Brugés
Dávila
El lunes después de las elecciones, los colombianos que anhelamos la paz amanecimos en el desconsuelo más
impresionante; no podíamos entender que la nación fuera tan ciega y echara por
la borda la única posibilidad cierta en más de 50 años, de acabar con la lucha
fratricida que vivimos.
El proceso se inició hace más de dos años, cuando los zorros chuchos
reconocidos comenzaron a decir que negociar con la guerrilla era hacerlo con
asesinos, narcotraficantes y terroristas. Más adelante, el zorro chucho mayor,
el innombrable, el capo de capos, salió iracundo a protestar porque el gobierno
nacional había invitado a UNASUR para que nos acompañara durante el proceso
electoral; en su concepto, esta entidad era chavista y por tanto contraria a
los “sagrados intereses” de la democracia colombiana. Ya cercanas las
elecciones, ni corto ni perezoso declaró que en caso de no salir su candidato
favorecido, las elecciones no serían reconocidas. Posición muy similar a la de
la opositora derecha venezolana con Capriles a la cabeza, que tantos problemas
le causaron al hermano país. Mientras tanto, el zorro chucho en cuerpo ajeno,
el escaneado, el otro, la copia, al conocer de su triunfo en la primaria, salió
como un demente a decir que el mismo 7 de agosto, día de su posesión,
suspendería las conversaciones de paz en La Habana y entraría a revisar las
relaciones con Venezuela, dejando entrever algo que se sospecha hace rato: que
la lucha electoral no es simplemente por el poder; la pretensión final es
servir de punta de lanza para una desestabilización de la hermana República
Bolivariana de Venezuela y entonces sí, como decía el Libertador: “Será la
fiesta de los Lapitas y ahí entrará el León a comerse a los convivios”. Se
sintieron tan fuertes en esos días, que hasta a Gabo, en plena nueve noches, lo
mandaron con Fidel Castro para el infierno.
Lo que ignoraba la nación era la existencia de más zorros chuchos
adictos a la guerra. Para nadie es un secreto que Enrique Peñalosa ha sido
siempre un acomodado de la política y por llegar al poder es capaz de hacer
alianza hasta con el diablo. Lo que no se sabía era su tendencia zorro
chuchista; siempre había hablado de su
vocación por la paz, pero no; el hombre resultó guerrerista. En una coyuntura
política como la que vive este país, no se pueden asumir posiciones ambiguas.
La propuesta es clara: o te adhieres a la política de la guerra o te sumas a
una posibilidad de paz. Si no se adhirió a esta última, como lo decía
públicamente, es porque su corazoncito está con la primera.
Otro que nos resultó zorro chucho guerrerista fue Jorge Robledo; sí,
el mismo, el jefe natural del Moir, ese que se ha dado la pela con medio país
defendiendo la lucha pacífica por el poder. Ahora dice que él en este proceso
no va porque el Zorro y Santos son la misma cosa. Y quién carajos ha dicho que
no. En este momento la diferencia está, en que uno dice que el fin de la guerra
únicamente es posible mediante la rendición o aniquilamiento del contrario, es
decir, más guerra, y el otro posibilita, no sólo la promete sino que la viene
implementando en La Habana, una propuesta de paz basada en un acuerdo político
entre las partes en conflicto. Y nada más hay esos dos candidatos. No es el
momento de orgullos infantiles, mucho menos de mezquindades politicas; es la
hora en que el bienestar de la patria tiene que estar por encima de los
partidos. Y en esto nos dieron ejemplo los conservadores: separaron toldas y
listo. La Unión Patriótica con Aída Abella a la cabeza dijo: no tenemos ningún
punto de convergencia con la Unidad Nacional, pero por la paz hacemos lo que
sea.
Pero quién lo creyera; lo sucedido el domingo se ha transformado en
algo fantástico; lo que afloró como una
derrota irracional, se está convirtiendo en una especie de tsunami por la paz.
Los sectores populares, aquellos que realmente sufren la guerra, han comenzado
a despertar tomando conciencia que ellos y sólo ellos, pueden evitarle a
Colombia las dos grandes guerras que se avecinan: la interna y la
internacional, en la cual harán el nada envidiable papel de carne de cañón.
Lo que se ve, sea lo real y palpable, es que se están desarrollando unos diálogos entre los armados insurgentes, y las Fuerzas Armadas; porque así lo ordena la ley, no porque tengan que defender una tendencia política, deben ser neutrales, incluso, ante cualquier suposición de lo que puede pasar en un futuro macabro que no más le cabe a las mentes vengativas.
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