Por
Armando Brugés Dávila.
Por
estos días, viajando en una buseta interurbana observé cómo un muchacho, con
uniforme de una de las facultades de medicina que en la ciudad existen, abordó
el vehículo, llevando en su mano derecha una mandarina totalmente pelada, la
que pasó a su mano izquierda para buscar en su bolsillo un billete de 10.000 el
cual entregó al conductor para cancelar su pasaje. Recibido el cambio con la
misma mano y guardado este tomo la fruta y la siguió comiendo como si nada.
Esto sucedía en toda la puerta del vehículo; yo estoy en la silla ubicada
detrás del chófer y de allí mi posibilidad de observar todo el proceso. El
joven continúa su ingreso y yo quedé malhumorado conmigo mismo por no haber
tenido la oportunidad de inquirir al joven qué semestre hacía y en qué
universidad. Quise suponer que era de los primeros semestres y del centro
universitario hasta mejor sería no saberlo. No podía entender cómo un aspecto
tan elemental de salud personal, fuese ignorado por un estudiante de la ciencia
médica, así fuera de los primeros semestres, pero recordé que así llegamos la
mayoría de los primíparos a los centros universitarios, ignorando las cosas más
elementales y obvias de lo que será nuestro futuro quehacer. Recuerdo que en
sexto de bachillerato, a un compañero de curso, no obstante haber estudiado
Anatomía en 4º, no le cabía en la cabeza la palabra “amígdala” siempre dijo
“Amíndula”. Hoy es médico neurólogo, no sé qué tan exitoso. Pero volviendo al
tema, en eso miro hacia atrás y para sorpresa el joven estudiante estaba a mi
lado, a lo que sin pensarlo dos veces le pregunté: ¿Estudias medicina? Sí. ¿En
qué universidad? Por razones obvias omito la respuesta. ¿Qué semestre? Noveno.
Aquella última palabra sonó en mis oídos como una bomba. Que un joven de noveno
semestre de medicina no conociera de los riesgos de salud que significaba comer
de esa manera tan antihigiénica? ¿Qué estaban haciendo los docentes de esa
facultad que tenían a sus jóvenes tan lejos del concepto salubridad?
Pero
las cosas no quedan allí; me comenta una amiga, que fue de emergencia a una
Clínica de la ciudad y al ser requerida por el joven galeno, ella comenzó a
relatarle las dolencias que la habían obligado a trasladarse al centro
hospitalario. Después, obviamente vinieron las consabidas pregunta del joven
médico para terminar recetando unos medicamentos, entre los cuales se
encontraba el ya famosos iboprufeno. Aterrada, la paciente le dice a su médico
que por favor le cambie ese medicamento
ya que ella sufre de una lesión en el estómago, que de ingerir una sola gragea
de esas le reventaría su ya delicada víscera. La consulta terminó y al ver la
paciente que su médico no había determinado nada en relación con su solicitud
de cambio de droga, volvió y le insistió, ante lo cual el joven galeno
mirándola de manera soslayada, le dice:
Señora, lo siento mucho, pero esto es lo que ordena el protocolo, a lo que la
pacienta le responde: Ese protocolo lo irá usted a poner en práctica no se con
quién, pero conmigo no va a ser. Tenga usted un feliz día. Abandonando de
inmediato el consultorio.
¿Cómo
así que eso es lo que ordena el protocolo? ¿Qué clase de médicos estamos
formando? ¿Será que se estará robotizando la medicina de manera tan drástica?
No es mi intención generalizar el problema; seguramente los habrá de muy altas
calidades profesionales, pero que este tipo de situaciones se presenten, así
sea en baja proporciones, es como para preocupar al más despistado.
Los
adultos nos hacemos constantemente la misma pregunta: ¿Qué le pasa a estos
muchachos de ahora? Siendo la respuesta
casi siempre la misma: Lo que pasa es que los jóvenes de hoy no sirven
para nada. Una respuesta facilista para
un problema sumamente complejo. Para nadie es un secreto que el desarrollo de
un país se revela por su educación. Cuando un país anda desbaratado, siempre
sucede que las gallinas de arriba comienzan a cagarse en las de abajo,
iniciándose la catarata de señalamientos, hasta llegar a los maestros, quienes
a su vez se descargan en los padres de familia y todos terminan en lo mismo:
Estos pelados de ahora no sirven para un carajo. Pero todos, de manera
consciente o no, le sacan el bulto al verdadero problema: un sistema socio-económico, a cuyos sostenedores les interesa, para su propio beneficio,
mantener una sociedad atada al pasado porque allí imperan sus privilegios y se mantiene el
statu quo social que tan bien los posiciona y los beneficia.
Ojalá
aún estemos a tiempo, porque si la comunidad
pierde la confianza en la ética médica, último bastión moral que le
queda para creer en algo y al cual se
aferra desesperadamente, entonces sí, apague y vámonos.
Hombe, mi estimado Armado, eso no es nada: En los centros de Salud el que reparte y acepta a los pasientes es el celador de turno, y si usted tiene una acreditación distinta al Sisben, no lo atienden con la supuesta excusa que el sistema no lo permite, y todo, para que el marrano si va de emrgencia manifiesta, se deje caer con la tarifa en billetes exactos, pues no te tienen vueltos...¡nunca!
ResponderEliminarSucede que hoy en día, a pesar de otorgarles cartón de médico, lo que en realidad egresa son técnicos en medicina.
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