Por Armando Brugés Dávila.
Estoy por creer que el cuento ese que dice, somos el país con la
población más feliz del mundo, es
cierto; los colombianos olvidamos con facilidad sorprendente y de eso se
aprovechan los que de una u otra manera resultan beneficiados con el hecho de
que ciertos sucesos que atentan contra el bien común, sean olvidados
rápidamente por la comunidad nacional mediante una muy bien orquestada política
de medios, que les permite generar una cortina de humo con otros sucesos que
resultan interesantes, pero que no tienen la trascendencia social y política
que pueden tener los otros que resultan sometidos al ostracismo mediático.
En días pasados, la radio resultó con una noticia que paró las antenas de
la chismografía de este país. En una entrevista que le hacían a la ministra de
Comercio, Cecilia Álvarez, le preguntaron sobre su relación de pareja con su
compañera de gabinete, la ministra de educación Gina Parodi, y ella muy serena y valiente no lo negó,
diciendo que como ser humano no podía desconocer lo que era. Pero a su vez
lanzó una pregunta a la periodista, la cual resultó de una mordacidad
impresionante: ¿Por qué estas preguntas no se las hacen a los hombres?, la que
remató con otra más contundente aún: ¿Cuántos hombres con tendencias como las
nuestras han estado en los gabinetes? Ambas, por obvias razones, quedaron sin
respuesta por parte de la periodista. Pero esta última había logrado lo que
quería. El escándalo fue mayúsculo, prensa, radio y televisión afinaron sus
baterías y duplicaron lectores y sintonía. Parecía que el propósito iba más
allá, pues casi que de inmediato una revista On line, sacó a relucir la
relación de pareja existente entre la congresista Angélica Lozano y la senadora
Claudia López, situación que moralistas y avivatos quisieron aprovechar para sacarlas del
Congreso. Obviamente, igual deseo se explicitó por ciertos sectores de la
reacción en relación con las dos ministras. Todo ello permitía agrandar el
escándalo que se venía montando, en mi criterio, para echarle tierra a algo que
estaba aconteciendo pero que no podía comprender de entrada.
Hasta que de pronto recordé que no hacía muchos días, el país había sufrido
un conmoción al encontrarse con que la Fiscalía General de la Nación había
reabierto el caso de la Alférez, Lina Maritza Zapata, de sólo 19 años, quien
aparentemente se había suicidado en el interior de la Escuela de Policía
General Santander, caso que había sido archivado, porque a decir del ente
investigador no había méritos suficientes para calificarlo como homicidio, no
obstante que Medicina Legal había declarado no haber encontrado rastros de
pólvora en las manos del Alférez y nadie parecía haber escuchado el disparo.
Sólo sus padres, quienes tuvieron que
salir del país aterrados ante las amenazas, siguieron insistiendo en que su
hija había sido asesinada por haber encontrado algo muy sucio al interior de la
institución policial. Siete años después, hay testigos que hablan de una red de
prostitución al interior de la institución que usaba cadetes, hombres y
mujeres, denominada “Comunidad del
Anillo”. Y señalan como cerebro de la misma a un coronel, para la época jefe de seguridad del Congreso de la
República, quien los llevaba allí para prostituirlos. Un testigo, que incluso
publicó un vídeo en Youtube, manifiesta que el mencionado coronel se presentaba
a la institución de formación policial, en busca de alférez y cadetes para
ofrecerlos en el Congreso, donde se encontraba su centro de operaciones, a
senadores, representantes, alcaldes, gobernadores, empresarios, incluso hasta
cabecillas de las autodefensas. Pero no se queda allí; también declara que ese
señor, abusó sexualmente de él, amenazándolo posteriormente con que si decía
algo, él publicaría los vídeos que le había grabado y le haría daño a su
familia.
Estas declaraciones, en cualquier otra parte del mundo hubieran sido causa
más que suficiente, para que la cabeza
de más de un jefe de la cúpula policial rodara sin contemplaciones; pero no, aquí tiene más
importancia y es más noticia, que dos viejas que por sí y ante sí deciden
asumir el papel sexual con que las dotó la naturaleza sin ellas pedírselo, que
entrar a esclarecer esta especie de Sodoma y Gomorra moral que impera en el
Congreso de la República y en la Policía Nacional. El señor ministro de la
Defensa debiera decir algo.
La diferencia es grande entre uno y otro caso: En el de las damas, el hecho
es consentido por las partes, lo que no sucede en el caso de la Escuela General
Santander, en donde un proxeneta abusando no sólo de su jerarquía militar sino
también del chantaje, se da el lujo de acabar con la vida física y emocional de
personas que jamás pensaron que ingresar a una institución, que había sido su
sueño desde niños, fuera a terminar en semejante tragedia de vida. Pero, como
es el Congreso y la institución policial las que están de por medio, todo
podría quedar como muchas en este país, en nada.
Esta podría ser la respuesta a la ministra de, por qué a los hombres en el
gobierno no les hacen esas preguntas y menos la de cuántos hombres con
tendencias como las de ellas han estado en los gabinetes: La sorpresa podría
resultar mayúscula.
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