Por
Armando Brugés Dávila.
Aunque
parezca mentira el acontecimiento político más importante del año en el
continente pasó casi que desapercibido por muchos medios locales, nacionales e
internacionales. A no dudarlo la VIII Cumbre de Jefes de Estado de la Unión de
Naciones Suramericanas UNASUR bien puede considerarse un acontecimiento de
envergadura colosal debido a sus repercusiones continentales y extra
continentales. En esta cumbre Suramérica ha dicho y demostrado que está en
condiciones de pensar y realizar hechos magnificentes. Así lo hizo saber
Ecuador con la construcción de la espectacular y ultra moderna edificación en
donde funcionará la sede permanente de la entidad que hoy se erige como la
consolidación del sueño más grande que tuvo Simón Bolívar, la Gran Alianza
Hispanoamericana, quien en la Carta de Jamaica llegó a proponer dicha sede en
el Istmo de Panamá, recordando el papel unificador que había significado el de Corintio para los
griegos. Lástima que este propósito no se pudiera concretar tal y como lo
concibiera el Libertador, porque paradójicamente Panamá, de una u otra manera, ha
evitado junto con México ser miembros plenos, manteniéndose ambos de manera “aparentemente
inexplicable” como países observadores. Observadores
de qué?
Pero
para que no quedara duda de que en UNASUR se están cocinando grandes
transformaciones geopolíticas de carácter hemisférico y planetario, tomó la
palabra el hombre más sabio que hoy día tiene el continente suramericano, el
uruguayo José Mujica y su verbo volvió a retumbar, ahora en la sede permanente del
proyecto socio-político y económico más ambicioso que recuerde la historia de la
humanidad.
Como
el mismo maestro lo manifestara en su discurso se trata de convertir al pueblo
latinoamericano en “un reservorio de lo mejor de la civilización humana”, un
continente en donde impere la paz, la justicia y la solidaridad, en fin dice,
en donde sea hermoso nacer. Un pueblo capaz de realizar el milagro de vivir al
tope, de querer la vida en cualquier circunstancia atreviéndose a luchar por
ella e intentar transmitirla; un pueblo que conciba que la vida no solo es
recibir sino antes por el contrario dar algo de lo que tenemos por más jodidos
que estemos; una comunidad que tenga claro que siempre habrá algo para darle a
los demás. Considera de urgente necesidad que en América del Sur las causas
colectivas sean levantadas en una lucha por acercarnos entre los latinoamericanos;
en un intento por crear una cultura de la integración que nos permita respetar
la diversidad pero expresando el “nosotros” profundo y oculto que viene de la
conformación misma de nuestra propia historia. Una propuesta de semejante
contenido humano no creo se haya producido antes en la historia de la especie, incluida la utopía
de Tomás Moro.
Su
calidez y comprensión es de una dimensión y sencillez tal que se atreve a
decirnos que no obstante estar su tiempo cercano a la muerte todavía no ha
podido llegar a creer en el más allá, pero que la vida lo ha llevado a respetar
a todas las religiones porque ha sido testigo del enorme servicio que prestan al
bien morir en una sala de hospital.
Instó
a los seres humanos, especialmente a la juventud, a que luchen por la
felicidad, la cual en su criterio, no es otra cosa que darle contenido y rumbo
a la vida y no dejar que por ningún motivo nos la robe un mercado que nos
propone a cada momento comprárnosla, porque cuando eso sucede, dice, caemos en una telaraña que nos obliga a
pasarnos la vida comprando cacharros y pagando tarjetas, para terminar como él,
viejo y reumático. Si los jóvenes quieren en verdad vivir felices no tienen
otra opción que levantar una idea en la que creer y vivir para servir a esa
idea, pendiente siempre, eso sí, de no dejarse esclavizar por el mercado, ese
monstruo de mil cabezas que constantemente los acecha para eliminarlos como
personas. La juventud debe tener claro que serán lo que sean capaces de lograr
y punto. De allí que pide no caer en el error de seguir dividiendo el mundo en
mujeres, hombres; negros o amarillos. Solo existen dos sectores: Los que se
comprometen y los que no se comprometen bien por ignorancia bien por
complicidad. Para él comprometerse es abrazarse a una causa y perseverar en
ella.
Para
este sabio alcanzar la irreverencia de mirarnos en el espejo y comprometernos
con la realidad no es asunto de jóvenes o viejos, es cuestión de atrevernos. Cuando
así piensa y se manifiesta un conjunto de naciones subdesarrolladas, los
círculos de poder planetario afectados no tienen opción distinta a la de
preocuparse y actuar en consecuencia y eso es lo que está sucediendo en
Suramérica. La confrontación es soterrada pero a muerte, de lo que resulte
dependerá la suerte de la humanidad.
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