lunes, 15 de diciembre de 2014

El sabio volvió a iluminar la conciencia continental.

Por Armando Brugés Dávila.

Aunque parezca mentira el acontecimiento político más importante del año en el continente pasó casi que desapercibido por muchos medios locales, nacionales e internacionales. A no dudarlo la VIII Cumbre de Jefes de Estado de la Unión de Naciones Suramericanas UNASUR bien puede considerarse un acontecimiento de envergadura colosal debido a sus repercusiones continentales y extra continentales. En esta cumbre Suramérica ha dicho y demostrado que está en condiciones de pensar y realizar hechos magnificentes. Así lo hizo saber Ecuador con la construcción de la espectacular y ultra moderna edificación en donde funcionará la sede permanente de la entidad que hoy se erige como la consolidación del sueño más grande que tuvo Simón Bolívar, la Gran Alianza Hispanoamericana, quien en la Carta de Jamaica llegó a proponer dicha sede en el Istmo de Panamá, recordando el papel unificador  que había significado el de Corintio para los griegos. Lástima que este propósito no se pudiera concretar tal y como lo concibiera el Libertador, porque paradójicamente Panamá, de una u otra manera, ha evitado junto con México ser miembros plenos, manteniéndose ambos de manera “aparentemente inexplicable” como países observadores.  Observadores de qué?
Pero para que no quedara duda de que en UNASUR se están cocinando grandes transformaciones geopolíticas de carácter hemisférico y planetario, tomó la palabra el hombre más sabio que hoy día tiene el continente suramericano, el uruguayo José Mujica y su verbo volvió a retumbar, ahora en la sede permanente del proyecto socio-político y económico más ambicioso que recuerde la historia de la humanidad.
Como el mismo maestro lo manifestara en su discurso se trata de convertir al pueblo latinoamericano en “un reservorio de lo mejor de la civilización humana”, un continente en donde impere la paz, la justicia y la solidaridad, en fin dice, en donde sea hermoso nacer. Un pueblo capaz de realizar el milagro de vivir al tope, de querer la vida en cualquier circunstancia atreviéndose a luchar por ella e intentar transmitirla; un pueblo que conciba que la vida no solo es recibir sino antes por el contrario dar algo de lo que tenemos por más jodidos que estemos; una comunidad que tenga claro que siempre habrá algo para darle a los demás. Considera de urgente necesidad que en América del Sur las causas colectivas sean levantadas en una lucha por acercarnos entre los latinoamericanos; en un intento por crear una cultura de la integración que nos permita respetar la diversidad pero expresando el “nosotros” profundo y oculto que viene de la conformación misma de nuestra propia historia. Una propuesta de semejante contenido humano no creo se haya producido antes  en la historia de la especie, incluida la utopía de Tomás Moro.
Su calidez y comprensión es de una dimensión y sencillez tal que se atreve a decirnos que no obstante estar su tiempo cercano a la muerte todavía no ha podido llegar a creer en el más allá, pero que la vida lo ha llevado a respetar a todas las religiones porque ha sido testigo del enorme servicio que prestan al bien morir en una sala de hospital.
Instó a los seres humanos, especialmente a la juventud, a que luchen por la felicidad, la cual en su criterio, no es otra cosa que darle contenido y rumbo a la vida y no dejar que por ningún motivo nos la robe un mercado que nos propone a cada momento comprárnosla, porque cuando eso sucede, dice,  caemos en una telaraña que nos obliga a pasarnos la vida comprando cacharros y pagando tarjetas, para terminar como él, viejo y reumático. Si los jóvenes quieren en verdad vivir felices no tienen otra opción que levantar una idea en la que creer y vivir para servir a esa idea, pendiente siempre, eso sí, de no dejarse esclavizar por el mercado, ese monstruo de mil cabezas que constantemente los acecha para eliminarlos como personas. La juventud debe tener claro que serán lo que sean capaces de lograr y punto. De allí que pide no caer en el error de seguir dividiendo el mundo en mujeres, hombres; negros o amarillos. Solo existen dos sectores: Los que se comprometen y los que no se comprometen bien por ignorancia bien por complicidad. Para él comprometerse es abrazarse a una causa y perseverar en ella.
Para este sabio alcanzar la irreverencia de mirarnos en el espejo y comprometernos con la realidad no es asunto de jóvenes o viejos, es cuestión de atrevernos. Cuando así piensa y se manifiesta un conjunto de naciones subdesarrolladas, los círculos de poder planetario afectados no tienen opción distinta a la de preocuparse y actuar en consecuencia y eso es lo que está sucediendo en Suramérica. La confrontación es soterrada pero a muerte, de lo que resulte dependerá la suerte de la humanidad.



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