lunes, 14 de septiembre de 2015

A doscientos años de la Carta de Jamaica.


Por Armando Brugés Dávila.
Hace doscientos años, más exactamente un 6 de septiembre de 1815, el planeta recibía, tal vez con mucho escepticismo, la emisión de un escrito que con el tiempo se convertiría en uno de los más importantes documentos de que tenga noticias la historiografía latinoamericana y mundial tanto así que bien se le puede calificar como la síntesis del más grande proyecto político concebido para Hispanoamérica y por su intencionalidad sin parangón en la historia de las naciones.
En esta carta se observa un Bolívar angustiado y un tanto frustrado por la actitud de Europa y de los "hermanos del Norte", refiriéndose a los estadounidenses, ante el proceso independentista de esta parte del mundo. Paradójico, si se tiene en cuenta que habían sido los estadounidenses los hacedores de la primera república de los tiempos modernos, razón más que suficiente como para haber esperado una colaboración más estrecha con los movimientos insurgentes del sur del continente. Pero infortunadamente, las cosas se estaban dando de manera totalmente contraria a los intereses hispano americanistas y así lo deja entrever en este documento
Su sueño de integración subcontinental se encuentra expresado en dicho documento de manera explícita y en la misma deja claramente definida su posición en lo que respecta a su idea de una concepción estrictamente pan latinoamericanista y en ningún caso panamericanista, idea esta que han tratado de atribuirle algunos sectores interesados de mostrarlo como como tal. Para él, la idea grandiosa era formar de todo el Mundo Nuevo una Gran Alianza de naciones con un solo vínculo que ligara sus partes entre sí y con el todo, aprovechando, según él, el extraordinario suceso de un mismo origen, al igual que una misma lengua, unas mismas costumbres y una misma religión. Es decir, estábamos hechos para construir una Alianza que con un solo gobierno fuese capaz de confederar a los diferentes estados que hubiesen de formarse.
Todo le parecía claro aunque sabía que no le sería fácil.
En esta carta señala que su sueño más preciado era ver formar en la América hispana la más grande nación del mundo, pero no precisamente por su extensión y riquezas, sino por su libertad y gloria.
En aquella memorable carta vislumbró no solo el Canal de Panamá, al manifestar que Istmo Panamá con su magnífica posición entre los dos mares podría convertirla con el tiempo en el emporio del universo, en tanto que sus canales acortarían las distancias del mundo estrechando los lazos comerciales de Europa, América y Asia, intuyendo así mismo, de manera por demás brillante, la posibilidad de instalar allí lo que hoy se conoce como la Organización de las Naciones Unidas. En su criterio, llegaría el día en que se tendría la fortuna de instalar en el aquel Istmo, un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios, a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra con las naciones de las otras tres partes del mundo.
Sin duda alguna, Simón Bolívar resultó un fuera de serie en el acontecer político mundial de su tiempo. Infortunadamente, sus alas de estadista planetario fueron quemadas, no por el sol como sucediera con Ícaro, sino por las incomprensiones y malquerencias de sus conciudadanos, así como por los intereses particulares locales e internacionales que sabían claramente, que dejarlo volar seria la perdición de ellos y de sus privilegios.




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