Por
Armando Brugés Dávila.
Por estos
días salió una noticia relacionada con el cambio de sede del Concejo de esta
ciudad, debido al avanzado estado de deterioro que presenta la actual en donde
ha venido funcionando hace 40 años. Hermosa edificación, que otrora fue el
orgullo de la ciudad y de sus administradores locales, se desmoronó sola. Sí,
así de simple; ese hermoso edificio se
destruyó solo, nadie, mucho menos funcionario alguno le metió la mano para que
no sucediera. Esto es lo que resulta vergonzoso. Por eso no tiene carta de
presentación que la presidenta del Concejo diga, sin complique alguno, que la
causa de este desastre en dicha construcción lo sea que el edificio tenga más
de 50 años; la Catedral tiene 250 y está como cualquier quinceañera; pero que
además diga que el excremento de las palomas interrumpía el desarrollo de las
funciones de los ediles, es algo como para ponerse a llorar. Si algo llama la atención en la noticia es
que se dice que ahora en ese edificio, que no se sabe cómo diablos está parado
gracias a la desidia de alcaldes y concejales, se piense restaurar con recursos
del Ministerio de la Cultura, precisamente ahora cuando la operación debe
costar cualquier millonada, para ubicar allí el Archivo de Memoria Histórica de
Santa Marta. Y no es que me oponga a tan loable propósito, que daría
cumplimiento al artículo 147 de la Ley de Victimas y restitución de Tierras,
que tiene por objeto reunir y recuperar todo el material documental,
testimonios orales y por cualquier otro medio, que permitan proporcionar y enriquecer
el conocimiento de la historia política y social de Colombia. La
intencionalidad es contribuir a la reparación integral y al derecho a la verdad
no sólo de las víctimas, sino también de
la sociedad en su conjunto, con ocasión de las violaciones ocurridas en el
marco del conflicto armado. El problema radica en que tal y como se está
planteando la situación, parece que nada más existiera un solo protagonista en
esta violencia fratricida, (caso curiosamente muy parecido al que se dio en
este país hace poco, cuando un delito de cohecho se manejó durante mucho tiempo
con sobornado pero sin sobornador), lo que en mi concepto hará sumamente
difícil construir siquiera un horizonte de paz, democratización y mucho menos
de reconciliación.
En todo
caso, la intencionalidad del Archivo es deseable desde todo punto de vista; lo
penoso, bochornoso e impresentable es que ni la primera autoridad distrital ni
el concejo parecieran tener conocimiento, que esta ciudad cuenta con el archivo
histórico más valioso existente en el área del Caribe, el cual se encuentra
tirado y arrumado en algunos salones del segundo piso del antiguo Hospital San
Juan de Dios, en donde lo que no se ha perdido por efectos del aire, el sol o
el agua, está siendo rapado por avivatos ante la mirada cómplice de
administradores de la cosa pública, a quienes esto parece no importarles en
absoluto. Ante la terrible realidad a la que nos enfrentamos, me atrevería
solicitar que de darse tal recuperación del local, que ojalá así sea, se
dejaran unos espacios para el uso exclusivo de lo poco que está quedando ya del
famoso Archivo Histórico del Magdalena Grande.
Es más,
personalmente insisto en que las dos más
hermosas y antiguas edificaciones con que cuenta la ciudad, el Liceo Celedón y
el Instituto Técnico Industrial, deberían ser tomados para organizar grandes
proyectos culturales, incluidos museos, hemerotecas, escuelas de teatro, cine y
música, salas de exposiciones y conferencias, en fin, se dedicaran a actividades del arte y la
cultura local y contemporánea. Tengo la impresión, que si los cambios
educativos que propone el gobierno se van a hacer sobre los esquemas
arquitectónicos de las escuelas de los siglos XIX y XX, aquí no va a pasar
absolutamente nada en cuanto a cambio de modelo pedagógico y mentalidad escolar
se refiere; la memoria y no la lúdica, seguirá imperando como sistema de
aprendizaje, por lo que es razonable pensar, que este subdesarrollo seguirá por
unos doscientos años más.
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