Por
Armando Brugés Dávila.
A
finales del siglo XV, el triunfo que España obtuvo sobre los Moros,
después de ocho siglos de hostilidades, determinó que miles de súbditos
españoles quedaran cesantes y abrumados por el síndrome de la guerra. El
problema resultaba de características alarmantes para los reyes españoles: Se
trataba de conseguirles qué hacer a una población que durante generaciones lo
único que habían aprendido era combatir, situación aprovechada por la nobleza
hispana para apoderarse de las mejores tierras; igual aconteció con el
comercio, el cual hasta la expulsión de los moros había sido monopolio de los
extranjeros (judíos), pero que a partir de entonces también pasó a mano de una
voraz y monopólica nobleza española, a la cual la Corona debía enfrentar y
doblegar si quería consolidar su poder.
Para
coadyuvar en ese propósito aparece un marino llamado Cristóbal Colón, quien les
ofrece la solución: Invadir unas tierras ubicadas al Occidente, aprovechando la
redondez de la tierra y evitando la vía mediterránea infestada de otomanos.
Aunque en su momento, la historiografía oficial dijo que la propuesta consistía
en aprovechar la redondez de la tierra para viajar hacia Occidente y llegar al
Oriente, en donde los esperaban las fabulosas tierras de Cipango con su
perfumería, las Molucas con sus especias, China con sus sedas y la India con
sus perlas. Cristóbal Colón les arregló el chico. Siendo sensatos, pensar en
aquella época en una invasión a Asia por parte de España no tenía ni pies
ni cabeza, dadas las condiciones existentes de este reino y la gran
organización política y militar de los pueblos asiáticos en aquel momento de la
historia. Por eso, cuando algunos “ingenuos” se expresan en el sentido que la
salvación de los pueblos asiáticos había sido América, ya que a ellos hubiera
correspondido “celebrar” los 500 años de semejante acto genocida del que
todavía nadie ha pedido perdón, no es más que una forma perversa de
interpretación para beneficio de terceros.
En
nuestro país, guardada las proporciones, pareciera estar pasando algo similar
con este proceso de paz, dado que nuestro pueblo pobre, llámese campesino o
urbano marginado que siempre han sido la carne de cañón de este proceso de
guerra, van a tener el mismo problema cuando la guerra termine. Siempre había
creído que una de las grandes preocupaciones del gobierno en el posconflicto,
sería el qué hacer con tanto combatiente varado que no sabrían hacer nada
diferente a guerrear, tanto de uno como de otro lado. Pensaba que se requeriría
de un esfuerzo institucional y social de dimensiones colosales para capacitar y
crearle fuentes de trabajo, ya que una reforma agraria no sería fácil realizar
habida cuenta que las tierras, según todo parece indicar, una clase
terrateniente y financiera ha terminado por acapararla casi toda incluyendo
minería e industria.
Pero
como bien dice el adagio popular “Dios cuida de sus borrachitos”, y aquí
va a pasar algo similar a lo acontecido en España en la época de la invasión a
América, todo apunta a que Colombia se convertirá en un futuro próximo en el
más importante mercado de exportación de mercenarios para las guerras que en el
planeta se produzcan. Precisamente por estos días, un alto mando estadounidense
decía que lo más interesante de la paz de Colombia sería que este país podría colaborar de una mejor manera al
fortalecimiento de las fuerzas militares de la OTAN. Y si lo anterior no fuera
suficiente, la prensa internacional viene hablando de la contratación de más de
800 exmilitares colombianos, dados de baja por el ejército nacional, esto es
desempleados, para ir a combatir en Yemen, país situado en el Oriente próximo y
África, respaldando de esta manera la guerra que contra aquel país realizan
Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, reinos con dinero suficiente para
contratar personal especializado y con experiencia en guerrear para que peleen
por ellos. Definitivamente la guerra tienen que hacerla los pobres que
necesitan trabajar para poder subsistir ellos y sus familias.
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