lunes, 16 de enero de 2012

La tauromaquia… un arte?


Por Armando Brugés Dávila.

Hoy día, en el mundo de la neurología se considera al sistema límbico, el asiento del fantástico y complejo ámbito de las emociones. De allí que se comience a reconocer que en la estructura básica de nuestro actual cerebro, primero hubo emociones y luego pensamientos.  Queriendo significar con ello que pese a la prepotencia de homo sapiens que nos ha acompañado siempre, nuestra parte inconsciente no sólo es mayoritaria, biológicamente  hablando sino que ha jugado, juega y jugará  un papel determinante en todos nuestros actos conscientes, así nos parezca absurda la idea.
Es a través de este complejo mundo de las emociones que podríamos encontrar  explicación  a lo expresado por el columnista  Alfredo Molano Bravo, reconocido pacifista y defensor insigne de todo aquello que atente contra la dignidad humana, en un reciente artículo publicado en un periódico de circulación nacional. En esa columna, el periodista sin temblarle la mano, en un afán casi irracional por  defender la tauromaquia expresa: Quien considera la vida sin la muerte o es un farsante espiritual o es un político profesional.” Y tiene toda la razón. A nadie se le puede ocurrir  que el fenómeno de la vida, pueda ser abordado sin tener en cuenta su contraparte natural que es la muerte. Pero una cosa es la muerte como consecuencia natural de un proceso vital y otra muy distinta la muerte como producto del ansia hedonista de unas personas emocionalmente cuestionables a quienes la tortura de un noble e indefenso animal les causa placer. En mi concepto, la tauromaquia es la expresión más refinada del sadismo. Por algo la humanidad acabó con el circo en Roma, fundamento de la cultura imperial; de lo contrario lo tendríamos vivito y coleando en aras de la tradición y la cultura.  Pero en el caso del toreo, al parecer de nada sirvió la caída del imperio español. Incluso se  dice que más de uno, de los que salen de la Santa Maria, lo hacen hablando como cualquier madrileño.
La primera y única vez que tuve oportunidad de acercarme a esta especie  de reducto circense romano fue en una corraleja en Montería. Aquello fue traumático. Nunca lo olvidaré. Los pobres animales, ya habían salido al ruedo, pero ahora  estaban encerrados en una especie de cuarto oscuro con enormes pullas de hierro enterradas en sus lomos (las famosas banderillas), chorreando sangre por cada una de aquellas heridas, esperando a que los sacaran de nuevo, mientras la turba en los palcos bebía y bailaba al son de papayeras contratadas para el efecto. Era algo deprimente y horrible. Bien podríamos decir que la fiesta de toros es la fiesta de la tortura y que a ella obviamente sólo asisten torturadores. Porque ese cuento del arte de la tauromaquia, no se lo cree ni el toro.
No tiene sentido que un ser humano capaz de  poner en riesgo su propia vida, por defender el derecho a la libertad, a la justicia, a la vida, como se precia de serlo el periodista Molano, pueda ser defensor de un espectáculo en el cual el placer radica en ver cómo es torturado un ser vivo.  Con defensores de la vida de este talante, toda  tortura terminaría  justificándose en aras de que “la vida no se puede considerar sin la muerte”. Qué profundidad de pensamiento. Con semejante  capacidad de síntesis, nuestro periodista la sacó del estadio. Esta actitud  sólo es explicable si entendemos  que la racionalidad es un soplo esotérico de libertad que el sistema límbico le permite a la mente humana para  de alguna manera burlarse de ella. No lo olvidemos: primeros fuimos animales y después aprendimos a razonar. Ahí está la estructura límbica intacta, la misma que compartimos con todos los mamíferos, y que fue la que permitió a la razón autoengañarse  haciéndonos  imaginar que estábamos por encima de nuestras debilidades emocionales. Comportamientos intelectuales como el  del señor Molano, nos permiten salir de ese sueño quimérico de creernos los reyes de una  creación   que también nos inventamos para terminar de fortalecer nuestra propia estafa mental. Gracias a la microelectrónica y a la neurología ya no podemos acudir a la vieja excusa de que el cerebro nos engaña, por la sencilla razón de que nosotros somos nuestro cerebro.
En este momento de la historia de la humanidad, la guerra más importante que tiene la especie humana como tal,  es la que se desarrolla al interior de su mundo emocional y en la medida en que no lo entendamos así, nos acercaremos cada vez más rápidamente al holocausto final, que muchos, incluso, en su afán de demostrar el haber sido los poseedores de la verdad, pretenden adelantarlo, precisamente  para tener la satisfacción emocional y por tanto irracional, de demostrar que tenían razón. Gústenos o no el mundo no es más que una paradoja, pero la especie humana está impedida éticamente a llegar a concebir la tortura como un arte.




1 comentario:

  1. ¿Qué es lo que esperamos o deseamos cuando observamos a un equilibrista pasearse por la cureda floja? Así somos. El inconciente siempre nos hala la pitica.

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