Por Armando Brugés Dávila.
Viendo por la televisión española una manifestación en Madrid
me llamó la atención una pancarta que decía: “Qué difícil es construir un país
diferente con gente tan indiferente”. Era un portento de síntesis pero igual, no daba respuesta al por qué de esa “indiferencia”.
La solución pareció llegarme mediante un
correo enviado por un amigo desde Europa, cuyas diapositivas hacían ver que se
trataba de un tal Andrew Oitke, catedrático de Antropología de la Universidad
de Harvard, autor de un libro titulado Obesidad Mental. Debo aclarar que no pude
conseguir ninguna información en Internet de este sujeto. En todo caso afirmaba
que hasta hace poco la humanidad tomó conciencia del flagelo de la gordura
producto de una alimentación irracional, y criminal diría yo. Para a
continuación señalar que era el momento en que nos percatáramos que nuestros
abusos en el campo de la información y conocimiento estaban creando problemas
más serios que el de la gordura. En su criterio estábamos más abarrotados de
preconceptos que de proteínas y más intoxicados de lugares comunes que de
carbohidratos. Así mismo aseveraba que
los cocineros de esta comida “intelectual chatarra” eran los periodistas,
comentaristas, editores, filósofos, argumentistas y realizadores de cine. Me
llamó la atención que nos metía a todos en el mismo saco. Para continuar
diciendo que los noticieros y las telenovelas eran las hamburguesas del
espíritu y las revistas y novelas los donuts de la imaginación. Hasta aquí
parecía ir teniendo la respuesta que requería en torno a la pancarta, pero de
improviso este personaje hace un giro señalando que el problema radica en los
padres y en los educadores, al aceptar que la dieta mental de sus hijos y
estudiantes sean los dibujos animados, los videojuegos y las telenovelas. Ellos
y solo ellos eran los culpables de semejante estado de cosas por eso para él terminar
con la actual situación mundial no requiere ni de reformas ni de desarrollo,
simplemente de dieta mental. El Estado y sus gobiernos o sean sus detentadores
no tienen nada que ver. Quedé perplejo ante tanto facilismo. Me parecía
increíble que esta fuera la conclusión de un catedrático de Harvard, por eso
intente averiguar por él, pero no lo logré. Podríamos estar ante un típico caso
de desinformación mediática, sobre la cual mucha gente cree que son meras
calumnias de la oposición.
Como bien lo señala el chileno José Joaquín Brunner, autoridad mundial en este campo, la
comprensión lectora y el manejo numérico y de razonamiento, básico en la
formación cognitiva de los seres humanos, cuando no se desarrollan a plenitud
al interior de las escuelas en toda la población escolar y peor aún en las más
vulnerables, el fracaso es del Estado y sus gobiernos. Pero hace un esguince
sospechoso al decir que en América Latina el fracaso de la educación durante
todo el siglo XX fue de los gobiernos rojos, azules o verdes,
dado que su sistema educacional fue construido para una minoría privilegiada y
cuando se intentó incorporar a los excluidos se hizo con colegios estatales de
muy mala calidad, lo que no sucedió en los países europeos y algunos asiáticos.
Quienes a su criterio, establecieron, desde la segunda mitad del XIX y durante
todo el XX, una educación de alta e igual calidad para todos los niños y
jóvenes. Evita de manera maliciosa abordar el problema que más allá de un
estado o gobierno existe una filosofía supranacional de Estado que lo permite y
promociona en función de sus intereses, de los cuales obtienen una pequeña
tajada los colaboracionistas locales. Porque no se puede entender, por tomar un
ejemplo, que las empresas mineras canadienses sean en su país modelos en lo
relacionado con la defensa del ambiente y aquí se comporten como salvajes ante el
manejo ambiental. Igual sucede con las petroleras estadounidenses. Y lo pueden
hacer porque nuestra población no está ni ha sido educada para defender lo que
le debería ser más sagrado, su patrimonio ambiental, del que depende el futuro
de las generaciones por venir. El asunto
es tan grave que la Revista Semana acaba de publicar que nuestra administración
departamental “faltando tres meses para terminar el periodo escolar” firmó un
contrato por 20.000 millones para dar clases a 20.000 niños que se habían
quedado por fuera. Y no pasó nada antes y no sabemos si después. ¡Qué asco!
Pero no, los culpables son los padres y los maestros. Eso se llama tener…
La persona que no quiera recibir mi blog favor
informármelo, no es mi intención importunar a nadie.
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