sábado, 31 de agosto de 2013

Paren con tanto ruido.


Por Armando Brugés Dávila.
Quiero comenzar este comentario, haciendo un reconocimiento a las ambulancias de la ciudad por el gran servicio que prestaron el día del trágico incendio en la Troncal. Pero hace días me estoy preguntando, a quién diablos se le ocurrió darle patente de corso a los conductores de dichas ambulancias, para que en el momento en que les viniera en gana echaran a sonar  sus  sirenas, sin tener en cuenta nada más que  llegar primero como cualquier buitre a su presa en desgracia. Éste, casi siempre un irresponsable motociclista, quien además de estar acosado por su ignorancia sobre leyes de tránsito, de motos lo único que sabe es que van pa´lante como por obra y gracia de la divina providencia y como esta es la que lo dirige, no le va a pasar absolutamente nada, hasta cuando el totazo lo convence de lo contrario. Ese ruido de las sirenas que acompañan a estas ambulancias, además de ser ensordecedor, crea cierto ambiente de temor y aún de terror al interior de las personas. De eso se encargó el cine americano de la década de los 40 y 50, cuando a la vez que nos hacían creer que los malos eran los Pieles Rojas y los Siux quienes, según ellos, en una especie de locura demencial colectiva los atacaban a ellos, los blancos, sin razón alguna, siendo que éstos, lo único que deseaban  era posesionarse de todas las “tierritas” que quedaban hacia el oeste hasta donde llegara la vista. Cuidándose de decirnos o de hacernos caer en cuenta era, que esas “tierritas” eran de  esos indios enloquecidos, que no lograban entender por qué le iban a quitar lo que siempre les había pertenecido. Todo indica igualmente que quienes comenzaron con la barbarie de cortar las cabelleras al enemigo fueron los blancos para cobrar al Estado  la recompensa que este pagaba por cada indio asesinado. A su entender el indio bueno era el indio muerto. Y qué mejor prueba que la cabellera de este, puesto que cargar con el cuerpo no resultaba práctico. Pero en las películas los que cortaban las cabelleras eran los indios, sin explicar que lo aprendieron de los blancos venidos del Este arrasando con todo. Quizás una de estas películas fue la que le sirvió de ejemplo a un guerrillero en nuestro país, quien una vez hubo asesinado a su jefe, le cortó la mano para entregarla al Estado como prueba de su gestión delincuencial, para que éste le pagara la recompensa prometida. No es que hayamos avanzado mucho en este proceso de civilización en la cultura occidental.
Pero volviendo al tema de las sirenas, fue ese mismo cine estadounidense, mediante las películas referidas a la 1ª y 2ª Guerra Mundial, sobre todo de esta última, cuando produjo en la época películas  a granel con el único propósito de mostrar la invencibilidad de sus ejércitos y la de sus aliados. Allí en aquellas cintas, las ambulancias y sus sirenas generaban  ambientes de muerte y desolación. Personalmente, cuando las oigo me generan desasosiego y angustia. Todos tenemos derecho a ganarnos la vida, pero ese derecho no puede estar fundamentado en que los demás ciudadanos perdamos el derecho al sosiego y la tranquilidad.
Hay momentos, bien sea en el día o en la noche, en que la ciudad pareciera estar viviendo una tragedia de grandes proporciones, caso terremoto, guerra o algo por el estilo, dada la cantidad de ambulancias que pasan en una loca carrera por llegar primero al sitio donde se ha producido un accidente, porque de esta forma pueden recoger primero al o a los heridos  y llevarlos a la Clínica, en donde al parecer le pagan por accidentado. Algo así como lo del cuento de: vaca pasada vaca pagada.
La autoridad debe encontrar una forma de racionalizar el uso de este artefacto tan útil en casos de emergencia, pero inicuos y molestosos en otros. Cuentan que la diligencia sólo es notoria en los accidentes de motos, en otros casos parece que ni se mosquean.  El problema es que en la ciudad hay accidentes de motos a cada rato.


La persona que no quiera recibir mis correos favor informármelo, no es mi intención importunar.


1 comentario:

  1. Entre las cosas nuevas de Santa Marta está esa de las ambulancias. Recuerdo hace años solo había una que siempre estaba con las llantas desinfladas. Era algo extraño. Hoy las hay de todos los modelos, marcas y propietarios, pero todas generadoras de ese sonido atronador que nada tiene que ver con las encantadoras de Ulises. Por donde vivo pasan todas las 24 hora con escaso intervalo entre una y otra, como si por los lados del cerro, al norte, hubiera una fabrica de heridos o un permanente conflicto.
    Otro ruidito de moda es el de la alarma de los carros, cada día son más los carros con esas alarmas que se activan con el peo de un zancudo o el suspiro de una mosca enamorada. El rudo tiene mucho parecido con aquel chiflido propio de los marihuaneros de los comienzos de época (1950/60). A los propietarios les importa un chorizo si molesta a los vecinos o no, es cosa de proteger su carrito y para ellos es una música que los confirma como propietarios.
    Aqui lo tenemos todo, entre eso el ruido de cada cosa cada rato.

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