Por
Armando Brugés Dávila.
Quiero
comenzar este comentario, haciendo un reconocimiento a las ambulancias de la
ciudad por el gran servicio que prestaron el día del trágico incendio en la
Troncal. Pero hace días me estoy preguntando, a quién diablos se le ocurrió
darle patente de corso a los conductores de dichas ambulancias, para que en el
momento en que les viniera en gana echaran a sonar sus
sirenas, sin tener en cuenta nada más que llegar primero como cualquier buitre a su
presa en desgracia. Éste, casi siempre un irresponsable motociclista, quien
además de estar acosado por su ignorancia sobre leyes de tránsito, de motos lo
único que sabe es que van pa´lante como por obra y gracia de la divina
providencia y como esta es la que lo dirige, no le va a pasar absolutamente
nada, hasta cuando el totazo lo convence de lo contrario. Ese ruido de las
sirenas que acompañan a estas ambulancias, además de ser ensordecedor, crea
cierto ambiente de temor y aún de terror al interior de las personas. De eso se
encargó el cine americano de la década de los 40 y 50, cuando a la vez que nos
hacían creer que los malos eran los Pieles Rojas y los Siux quienes, según
ellos, en una especie de locura demencial colectiva los atacaban a ellos, los
blancos, sin razón alguna, siendo que éstos, lo único que deseaban era posesionarse de todas las “tierritas” que
quedaban hacia el oeste hasta donde llegara la vista. Cuidándose de decirnos o
de hacernos caer en cuenta era, que esas “tierritas” eran de esos indios enloquecidos, que no lograban
entender por qué le iban a quitar lo que siempre les había pertenecido. Todo
indica igualmente que quienes comenzaron con la barbarie de cortar las
cabelleras al enemigo fueron los blancos para cobrar al Estado la recompensa que este pagaba por cada indio
asesinado. A su entender el indio bueno era el indio muerto. Y qué mejor prueba
que la cabellera de este, puesto que cargar con el cuerpo no resultaba
práctico. Pero en las películas los que cortaban las cabelleras eran los
indios, sin explicar que lo aprendieron de los blancos venidos del Este
arrasando con todo. Quizás una de estas películas fue la que le sirvió de
ejemplo a un guerrillero en nuestro país, quien una vez hubo asesinado a su
jefe, le cortó la mano para entregarla al Estado como prueba de su gestión
delincuencial, para que éste le pagara la recompensa prometida. No es que
hayamos avanzado mucho en este proceso de civilización en la cultura
occidental.
Pero
volviendo al tema de las sirenas, fue ese mismo cine estadounidense, mediante
las películas referidas a la 1ª y 2ª Guerra Mundial, sobre todo de esta última,
cuando produjo en la época películas a granel
con el único propósito de mostrar la invencibilidad de sus ejércitos y la de
sus aliados. Allí en aquellas cintas, las ambulancias y sus sirenas generaban ambientes de muerte y desolación.
Personalmente, cuando las oigo me generan desasosiego y angustia. Todos tenemos
derecho a ganarnos la vida, pero ese derecho no puede estar fundamentado en que
los demás ciudadanos perdamos el derecho al sosiego y la tranquilidad.
Hay
momentos, bien sea en el día o en la noche, en que la ciudad pareciera estar
viviendo una tragedia de grandes proporciones, caso terremoto, guerra o algo
por el estilo, dada la cantidad de ambulancias que pasan en una loca carrera
por llegar primero al sitio donde se ha producido un accidente, porque de esta
forma pueden recoger primero al o a los heridos
y llevarlos a la Clínica, en donde al parecer le pagan por accidentado.
Algo así como lo del cuento de: vaca pasada vaca pagada.
La autoridad
debe encontrar una forma de racionalizar el uso de este artefacto tan útil en
casos de emergencia, pero inicuos y molestosos en otros. Cuentan que la
diligencia sólo es notoria en los accidentes de motos, en otros casos parece
que ni se mosquean. El problema es que
en la ciudad hay accidentes de motos a cada rato.
La persona que no quiera recibir mis correos favor
informármelo, no es mi intención importunar.
Entre las cosas nuevas de Santa Marta está esa de las ambulancias. Recuerdo hace años solo había una que siempre estaba con las llantas desinfladas. Era algo extraño. Hoy las hay de todos los modelos, marcas y propietarios, pero todas generadoras de ese sonido atronador que nada tiene que ver con las encantadoras de Ulises. Por donde vivo pasan todas las 24 hora con escaso intervalo entre una y otra, como si por los lados del cerro, al norte, hubiera una fabrica de heridos o un permanente conflicto.
ResponderEliminarOtro ruidito de moda es el de la alarma de los carros, cada día son más los carros con esas alarmas que se activan con el peo de un zancudo o el suspiro de una mosca enamorada. El rudo tiene mucho parecido con aquel chiflido propio de los marihuaneros de los comienzos de época (1950/60). A los propietarios les importa un chorizo si molesta a los vecinos o no, es cosa de proteger su carrito y para ellos es una música que los confirma como propietarios.
Aqui lo tenemos todo, entre eso el ruido de cada cosa cada rato.