Por Armando Brugés
Dávila.
El fenómeno Mandela me había
conmocionado: no podía entender cómo un hombre perseguido toda su vida por el
establecimiento de su país y mundial, hubiese provocado a raíz de su muerte y
antes de ella, tan altísimo culto a la personalidad por parte de sus amigos y
lo que es más curioso aún, de sus enemigos que hasta hacía muy poco tiempo no
lo bajaban de terrorista.
Tomo
entonces la decisión de averiguar qué había sucedido realmente con este hombre,
habida cuenta que Suráfrica dieciocho años después de haber asumido el poder la
mayoría negra, y en las primeras de cambio con él como presidente, seguía inmersa en graves problemas sociopolíticos. No resulta lógico que a la fecha, más de un cuarto de la población de Sudáfrica (el 26,3%) sea demasiado pobre
para saciar el hambre y más de la mitad (52,3%) viva bajo el nivel de la
pobreza. Es decir, que después de dieciocho años, ésta sigue afectando a 25.5
millones de sus habitantes, incluidos negros, mestizos, indios, e incluso un 1%
de blancos. Dicho de otra manera, casi dos décadas después del final del
apartheid, millones de sudafricanos negros continúan viviendo en la pobreza. El
aumento de la criminalidad, 50.000 muertes por año, es otra situación que
comienza a aterrorizar a los surafricanos, en tanto que supera a la de los
Estados Unidos en la proporción de 8 a 1. Ya sectores torcidamente interesados
comienzan a hablar de un futuro incierto para Suráfrica, argumentando que al
CNA (Congreso Nacional Africano) le quedó grande la responsabilidad de
administrar el país. Lo cierto es que mientras un millón de blancos, de los
cuatro que allí vivían, han salido del país temerosos de lo que allí pueda
pasar a futuro, la población negra ha aumentado de 31.5 millones a más de 39
millones, es decir 8 millones más en el mismo lapso, lo que tiende a dificultar
la situación.
Una
entrevista concedida por Mandela desde la clandestinidad, en su calidad de jefe
del brazo armado del grupo rebelde en la década de los sesenta, dio respuesta a
mi desconcierto. En ella, el guerrillero aseguraba que su movimiento
insurreccional a lo único que aspiraba era a que los negros tuvieran el derecho
al voto o sea sufragar bajo el criterio de "un hombre, un voto". Sólo
aspiraba a la independencia política, ni siquiera al poder político. Negar una
petición tan elemental, sólo era posible bajo la presión de una prepotencia
irracional, que sólo los blancos europeos han sido capaces de generar en su afán
de poder. Pero una vez la mayoría de la minoría blanca, acosada por la presión
mundial cayó en cuenta de ello, actuó rápidamente anulando la legislación del
apartheid, concediendo el derecho al voto a los negros y llamando de inmediato
a elecciones, pero eso sí, asegurándose que la Constitución quedara elaborada
de tal manera que su poder económico quedase totalmente blindado. Así se hizo.
Obviamente, los negros de una eligieron con sobrada votación, como era de esperarse, a Nelson Mandela. Pero aquí terminó
el novelón: en Suráfrica, los blancos
"entregaron" el poder político pero se reservaron el poder económico,
de tal manera que los gobiernos negros quedaron con las manos atadas. Esa es la
razón por la cual, la minería Surafricana que
juega en las grandes ligas del comercio mundial, como primer productor
de platino del mundo, el quinto de oro, el quinto de carbón y uno de los mayores exportadores de diamantes,
presenta datos tan curiosos como que la Beers Consolidated Mines Ltd. tenga el
control del 94% de la producción nacional de diamantes.
En mi concepto, Mandela fue
ingenuo al creer que con sólo la
igualdad política, la suerte de sus compatriotas negros podría cambiar. En su
momento, realmente lo único que hizo fue resolverle el problema a los blancos,
en un instante crucial para ellos y para el establecimiento jurídico-político
que habían instaurado para su beneficio. Era el momento en que el ochenta por
ciento de la población se estaba saliendo de madre y el peligro era inminente
para el orden institucional y social impuesto por los blancos. Surge entonces,
aquel pacto fundamentado en la famosa ley llamada del Embudo que dice: Lo ancho
para mí y lo angosto para los demás.
Tan ingenuamente equivocada fue
su posición que hoy día, cuando se comienza a intentar lo que debió haberse
negociado desde un principio, comienzan realmente los problemas. Algunos de
ellos en contravía con cualquier vocación pacifista, como por ejemplo cuando el
CNA, en su nueva legislación comienza a prohibir a los blancos ocupar numerosos
puestos de trabajo reservado ahora a los negros, lo que ha traído como
consecuencia la fuga de miles de ellos hacia el exterior. El Sida sigue
azotando a la población negra, ocupando el país, como siempre, una triste
vanguardia mundial al respecto. Otra viene a ser la reforma agraria,
consistente en la devolución de tierras por parte de los blancos a los negros,
las que fueron arrebatadas por los primeros durante la Colonia. Se supone que
un 80% de las tierras cultivables están en poder de los blancos, ante lo cual
el gobierno ha decidido obligarlos a vender a precio razonable o expropiar. Ya
se está hablando de que la impaciencia
de la población negra por tener tierras, conduzca a una reforma agraria en la
que termine imperando el caos y cause la ruina de la agricultura, como supuestamente ha sucedido
en otras partes de África. En otras palabras, los problemas apenas comienzan; el señor Mandela lo que
hizo fue un mal negocio, en el cual dejó contento a todo el mundo y nada más,
si bien es cierto no se trataba de arrebatar a los blancos los medios de
producción, sí se requería un cambio en las relaciones de esa producción y
en la tenencia de la tierra, aspectos que al parecer no se tocaron y que ahora
resultan inevitables y como siempre peligrosos por la violencia que implican. A
nadie le gusta que le quiten lo que tiene, así se lo haya robado. Es decir, todo parece indicar que en Suráfrica sucedió como en algunos países de
América Latina, en donde las cosas
cambian para que nada cambie.
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