viernes, 23 de mayo de 2014

Hasta para mentir tenemos que ser honestos.


Por Armando Brugés Dávila.
Decir mentiras a nombre de otros, no es honesto y desdice mucho de la persona que lo hace. Pero en este caso no nos sorprende tratándose  de quien se trata. A fines de la semana pasada, el senador Álvaro Uribe fue entrevistado desde los Santanderes por una prestigiosa emisora de esta  Santa Marta querida y durante la misma llegó un momento en que, seguramente queriendo impresionar a sus correligionarios en la ciudad  o en un intento por atraer a nuevos adeptos, apareció de pronto diciendo que en alguna oportunidad, en que hablaba con su amigo García Márquez, le preguntó por qué no había mencionado en su obra “El general en su laberinto”,  la carta escrita por Simón Bolívar el 6 de diciembre de 1830. Esto de dar sólo la fecha, le daba cierto aire de sobrades histórica al personaje, con lo que seguramente buscaba impresionar a sus oyentes. Más adelante aclara que se trata de la carta escrita y enviada por El Libertador a su prima Fanny de Villars, para continuar diciendo que en aquella oportunidad le inquirió al Nobel, si era que creía que tal carta era apócrifa y entonces pone en boca del cataquero, algo que sólo un oligofrénico podía responderle, esto es, que la famosa carta sí era de Bolívar, pero que a él se le había olvidado en el momento de escribir el libro y por esa razón no aparecía en la obra. Poner la anterior declaración en boca de un investigador tan minucioso como Gabriel García Márquez, no sólo es un irrespeto para con el escritor universal, sino que además se convierte  en un insulto a la inteligencia. Pero no se queda allí, a continuación pasar a recitar, creo que de memoria porque no lo hizo correctamente, el trozo que en esa carta aparece de nuestra ciudad,  que dice: “Ha llegado la última aurora: tengo al frente el mar Caribe, azul y plata, agitado como mi alma, por grandes tempestades; a mis espaldas se alza gigantesco el macizo de la Sierra con sus viejos picos coronados de nieve impoluta como nuestros ensueños de 1805; por sobre mí, el cielo más bello de América, la más hermosa sinfonía de colores y el más grandioso derroche de luz…” Un hermoso regalo literario a la ciudad, pero del que infortunadamente Bolívar nada tuvo que ver. García Márquez jamás pudo haber dicho eso, porque para nadie es un secreto que se trata de una carta apócrifa y que por esa sencilla razón no la menciona en su obra. Es más, pudo haberlo hecho, dado que no se trataba de una obra histórica sino de una biografía novelada, lo que permitía ciertas libertades literarias, pero seguramente no lo hizo por respeto a sí mismo y a sus lectores.
La carta se atribuye a Luciano Mendible Padrón, quien aceptó su autoría, y aparece publicada por primera vez en un periódico de Barranquilla en el año de 1925. Por eso, su original nunca pudo aparecer. Pero lo desconcertante es que la carta fue publicada con fecha 16 de diciembre de 1830, la que  se cambió posteriormente a 6 de diciembre para darle mayor credibilidad. Bolívar no hubiera podido escribirla de su puño y letra el 16, pues ya para ese día su estado era agónico, incluso ni el mismo 6 de diciembre, para esta época ya sus manos seguramente no eran capaces de sostener una pluma.
Aquí no se trata de la falsedad del documento en sí, que no tiene mayor repercusión histórica; lo que disgusta e indigna, es que el senador ponga en boca de otro lo que éste jamás se hubiera atrevido a decir, sólo para quedar él bien, ya que en caso de cualquier inconveniente, podría decir que no lo dijo él sino el difunto, quien entre otras cosas ya no podría desmentirlo.




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