Por
Armando Brugés Dávila.
Siempre
he tenido la inquietud de saber, en qué momento los samarios optamos por echar
por la borda nuestro sentido de pertenencia, logrando con ello nada diferente a
la pérdida de nuestra identidad como grupo social.
Y de
pronto he llegado a la conclusión que ese momentos nunca existió porque nunca
lo tuvimos; la causa puede residir en haber sido una de las primeras
poblaciones hispanas instauradas en América continental, cuyos habitantes
venían con la idea clara de regresar a la España a gastar lo que aquí habían
conseguido y que indujo con el correr de los tiempos a que su clase dirigente,
la detentadora del poder económico y administrativo, en vez de apuntar a valorar lo local, lo hizo
con lo de ultramar de donde
procedían sus ancestros. Su idea
de regresar a la España, quedó grabada en su sistema emocional y al parecer,
nunca se disipó del todo. Eso explica que ellos fueran y sigan siendo unos
asiduos consumidores de los buenos vinos, quesos y jamones venidos del otro
lado del mar. Esa es seguramente la razón por la cual, la dirigencia samaria
fue en su mayoría abiertamente realista y los pocos que aparecen como
independentistas, lo hacen más por conflictos económicos con la Corona que por
cuestiones ideológicas. Esto tal vez pueda explicar el hecho que el ciudadano
Joaquín de Mier, cuyo padre fue capturado por los independentistas y llevado a
las mazmorras de Cartagena en donde murió, fue quien alojó en su finca de San
Pedro Alejandrino a Simón Bolívar y a él, el Libertador en 1829 le concedió el monopolio para navegar por el rio
Magdalena con un vapor de su propiedad llamado precisamente “El
Libertador”. Razón tiene la filosofía
popular cuando expresa: “El muerto al hoyo y el vivo al boyo”.
Mientras
los estadounidenses elevaban a la categoría de símbolo nacional al pavo y los
antiqueños a la arepa, es decir lo que abundaba para saciar el instinto
primario del hambre de sus pueblos, nuestra dirigencia prefirió consumir lo más
escaso: la sierra y el pargo. La ahuyama era comida de indios. Es decir, no hubo
unidad de criterio entre la dirigencia y la masa popular ni en la alimentación,
y nos quedamos sin identidad cultural y obviamente sin sentido de pertenencia.
Esta es, en síntesis, nuestra triste historia de desvalorización social.
Por eso,
en estos días sentimos orgullo de samarios al asistir a la tercera entrega
anual de Premios Tayrona, en donde se premiaron a los artistas e intelectuales,
que oriundos de la ciudad se han proyectado a nivel nacional e internacional y
a los otros que vienen atrás empujando con trabajo y dedicación y que han
sobresalido en la ciudad por su calidad y belleza artística o intelectual. En todos y cada uno de los seleccionados se
notaba el orgullo de ser samarios, y así lo expresaban con rostros de
felicidad, situación que rara vez tenemos la posibilidad de observar en nuestro
medio. Los Premios Tayronas se están convirtiendo entonces en el mejor y más efectivo canal en procura
de iniciar un proceso de construcción de nuestra identidad cultural y sobre
ella levantar y fortalecer por fin nuestro sentido de pertenencia. Gracias
Carmen Azar, la ciudad no tendrá nunca como pagarte el aporte de tan valioso
propósito cultural.
Mi estimado Armando, la sierra y el pargo son notables por la exquisitez de sus carnes. Son escasos y de alta de calidad, y no son presas fáciles de las trasmallos o chinchorros. Interesante las consideraciones sobre identidad y sentido de pertenencia, pero creo que hay causas de mayor peso que la añoranza de lo ibérico ancestral.
ResponderEliminarUn abrazo