Por Armando Brugés Dávila.
Aunque no
lo crea, amable lector, más de uno en este planeta está preocupado por terminar
este año en el misterioso y cabalístico número 13.
Algunos
opinan que el contenido irracionalmente maligno del número 13 se inicia con la
cabala, un conocimiento dedicado al estudio de las escrituras sagradas judías,
fundamentado en un criterio matemático, en la cual se participa de la creencia
que a cada letra de dichos textos corresponde un valor numérico, cambio que
termina por adjudicarle a los mismos valores espirituales. Esto generó lo que
posteriormente se conoció como Cábala, conocimiento referido al estudio del
poder de los números. Todo parece indicar que la racha de mala suerte asignada
al número 13, tiene origen desde los tiempos antiguos. Las leyendas nórdicas ya
atribuían cierta fatalidad a este número, al igual que la Cábala que enumera 13
espíritus malignos. Es más, el artículo 13 del apocalipsis es en donde se habla
del temido Anticristo y de la Bestia, esta última encargada de exterminar al llamado mundo de
la carne. Y como si lo anterior no fuera suficiente, resulta que en el Tarot,
practica exotérica rechazada por la iglesia, pero practicada por cientos de sus
feligreses, el numero 13 representa la muerte, personaje no de muy buen recibo
en la cultura cristiana. Por último, los homofóbicos con el propósito de darle
más fuerza a sus irracionales pretensiones de ética decimonónica, optaron por
determinar que ese era el numero gay por excelencia. Pero la gravedad del
asunto no radica en la superstición en
sí sino en las enfermedades que la misma puede generar, entre otras la fobia a
dicho número, entiéndase como el temor obsesivo o irracional y compulsivo al número 13, al extremo que la ciencia se ha
visto obligada a darle el nombre científico de Triscaidecafobia. El asunto tomó
una dimensión tal que en aviones, teatros y trenes, al igual que edificios se
ha llegado prescindir de estos números en sillas y pisos, con el único
propósito de evitar problemas con sus potenciales clientes.
Pero
existe la otra cara de la moneda, la optimista, la que sabe del poder de una
sonrisa, la que le encuentra el lado bueno a todo, incluido lo aparentemente malo
y torcido. En la antigüedad también existieron seres humanos que aseguraban que
aprender a usar ese número daba poder. Lo consideraban como el número que advertía sobre lo desconocido e
inesperado. Era el que permitía a los hombres a adaptarse al cambio con
soltura, reduciendo las potencias negativas. En la Edad Media, hubo sectores
que lo asociaban con la sabiduría; su correspondencia con la muerte no
anunciaba un destino fatal, antes por el contrario anunciaba cambios profundos
y positivos. Se asocia con la genialidad, con la ruptura de lo ortodoxo, con lo
nuevo, con el cambio. Es el número de la libertad, de la esperanza y de los
riesgos meditados. El de la renovación y la luz. En los templos hindúes siempre
se encuentran trece budas y en la cultura azteca son trece los dioses
serpientes. En ambos casos se trata de renovación espiritual positiva.
El 13
definitivamente es más bueno de lo que generalmente creemos, al punto que
culturas milenarias en Asia lo tienen como el número de la suerte por excelencia. El problema entonces radica en la forma
como usted amable lector decida
asumirlo. Es su decisión.
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