Por Armando Brugés Dávila.
El discurso que lanzara el presidente de Uruguay, José
Mujica, en la 68 Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas, resultó
siendo un llamado angustioso a la humanidad, la que más que atónita lo escuchó sin saber qué responder.
Antes había escuchado alguna de las intervenciones de este señor de la política
latinoamericana y a decir verdad siempre me impresionaron, pero cuando el Papa Francisco lo calificó como un hombre sabio, quedé realmente intrigado. Que un hombre de la talla del papa argentino se exprese en esos términos de un ex-guerrillero, no es nada común en la historia política-religiosa del
Vaticano. Sólo ahora, después de escuchar a este hombre hablando ante la
asamblea de la ONU, es cuando percibo en toda su trascendencia el
significado real de tales palabras. En su
discurso, el presidente uruguayo fustiga a la humanidad
por no ser capaz de pensar como especie sino como personas; una manera de pensar que nos ha metido en un laberinto llamado
consumismo, a cuya cabeza se encuentra un egoísta sistema financiero que todo
lo ha convertido en mercancía. La economía nos ha llegado a convencer que
el antivalor llamado riqueza es la felicidad misma, de allí que proponga
que la primera tarea que tenemos en este momento los seres humanos es la de
defender la vida como especie, lo cual,
como el mismo lo reconoce, no es tarea fácil. Que los estados opresores ricos
entiendan que los indigentes del mundo son de la humanidad y que se deben
promover para que se desarrollen por sí mismos, no será nada fácil, pero es necesario que así suceda para lograr
el objetivo de salvarnos como especie que somos. La vida de derroche que
llevamos, en su criterio, nos está llevando a enfrentar el sedentarismo con
caminadores, el insomnio con pastillas y la soledad con electrónica. En un
grito casi desgarrador, expresa que el mundo requiere reglas globales
que respeten los logros de la ciencia que actualmente gobiernan pero no para el
bien. Igualmente, considera que la crisis ecológica del planeta
no es otra cosa que un avasallante triunfo de la ambición humana, pero que también
será su derrota ante la impotencia de poder adecuarse a un modelo que sin
conciencia hemos construido. Pretender manejar la globalización sin contar con
un pensamiento global es imposible, bien sea por limitación cultural o por limitantes biológicos. Y aunque reconoce que
vivimos una época extraordinariamente revolucionaria, considera que adolecemos de una capacidad que nos permita
una conducción consciente o por lo menos instintiva de ese mundo al que nos
empujó la codicia mediante el progreso material, técnico y científico. A su
crítica obviamente no escapó la ONU como organización
"planetaria" a la que calificó como una corporación que languidece, a
pasos agigantados diría yo, y burocratizada desde hace rato no sólo por falta
de autonomía sino de poder real. Recordemos que el 60% del presupuesto de la
ONU lo aporta Estados Unidos, lo que
le permite contar a su interior con una burocracia adicta, capaz de cualquier cosa con tal de mantener su ración. Por algo se habla de la
adicción al consumo, la cual nos ha conducido a la economía del
despilfarro en la que nos estamos hundiendo cual arena movediza, sin que nos
queramos dar cuenta de ello. Con la OEA sucede exactamente igual, tanto así que
viendo cómo viene perdiendo terreno a su interior, ante la
avasallante arremetida de algunos países latinoamericanos, africanos y
asiáticos que se resisten a continuar obedeciéndoles, ya comenzó a apretar tuercas no sólo anunciando sino reduciendo de una, su aporte a la misma. Es decir, la burocracia adicta de la OEA entró en cuarentena y deben
estar pagando escondederos a peso, para pasar desapercibidos y así lograr no
perder su dosis.
La propuesta es diáfana: reaccionamos como especie o pereceremos como amebas perdidas en el universo vital cuando lo teníamos todo, para trascender en el tiempo y en el espacio como materia organizada que llegó a tener la posibilidad de conocerse a sí misma.
La propuesta es diáfana: reaccionamos como especie o pereceremos como amebas perdidas en el universo vital cuando lo teníamos todo, para trascender en el tiempo y en el espacio como materia organizada que llegó a tener la posibilidad de conocerse a sí misma.
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