Por Armando Brugés Dávila.
Aunque reconozco que hacerlo sin la influencia del
subjetivismo es imposible, a los comentaristas de prensa, por principios
éticos, nos está vedado tomar partido so pena de correr el riesgo de caer en el
sectarismo. Otra cosa es que asumamos el compromiso de dar a conocer sucesos,
que de otra manera pasarían invisivilizados por sectores económicos, políticos
e ideológicos interesados en ello. El anterior comentario lo hago, debido a que
en alguna oportunidad hablé sobre algún suceso acaecido en la hermana república
de Venezuela, lo cual fue motivo suficiente para que un lector amigo, porque no
creo tener enemigos, me calificara de chavista y de otros epítetos más, que no
transcribo por respeto a los lectores. Personalmente no creo que ser chavista
sea un delito; cada quien es libre de pensar como le dé la gana, al fin y al
cabo se trata de un acto fundamentalmente emocional. En mi caso personal, creo
que como analista social debo por ética ser neutral o por lo menos intentarlo.
En este momento, en Venezuela se están dando sucesos
sumamente delicados que podrían repercutir en la estabilidad continental. Si
realmente queremos jugar a la democracia, tenemos que aceptar que en Venezuela
su gobierno ha sido elegido democráticamente no una, sino más de 15 veces. De
su sistema electoral no se puede decir nada diferente a que es uno de los más confiables del mundo, hecho éste
reconocido por el mismo expresidente estadounidense Jimmy Carter. Pero el
problema no es ese; el asunto radica, en que su presidente fue elegido
democráticamente por una mayoría, ciertamente no espléndida, pero mayoría al fin y por tanto, con todo el derecho a
cumplir con su mandato constitucional. Y es obligación de la oposición
demócrata, esperar la próxima contienda electoral para disputarle a ese
gobierno el favor popular, porque si las cosas son como ellos las pintan, de
seguro que arrasan. Pero a la oposición venezolana lo que se le ocurre es
intentar crear el caos para que de manera absurda, su país sea declarado
inviable y se justifique una intervención internacional y que su patria termine
como Libia, o siga la ruta desgarradora de Siria o Egipto. No hay derecho a
tanta estupidez. De cuántas muertes estaremos hablando; de cuántas viudas y
huérfanos; esto, sin contar con las pérdidas materiales que causaría semejante
conflicto y del tiempo que tardaría el país en recuperarse. ¡Horror de
horrores!
América Latina y el Caribe no pueden quedarse impávidos ante semejante posibilidad. Organizaciones
como la OEA, Mercosur, Celac, el Alba, el grupo del Pacifico y demás
organizaciones latinoamericanas y caribeñas, deben asumir posiciones al
respecto e impedir que se vulnere uno de las más caros propósitos de este
continente, que no es otro que el de ser Territorio de Paz mundial.
No podemos aceptar jugar a la democracia sólo cuando
convenga; eso no es ser democrático. Eso simplemente se llama oportunismo que
sólo males le ha causado a estos países,
beneficiando a unos pocos nacionales y al capital extranjero. Lo que está
sucediendo en Venezuela podría asimilarse, guardando las proporciones, a que en
Colombia se le diera al uribismo por lanzarse a las calles en un intento por
desestabilizar el gobierno de Juan Manuel Santos, porque su elección se dio con
los votos que pusieron ellos y porque además, al presidente no le ha sido
posible parar con la delincuencia criminal que viene desbordada hace rato. Eso
no sería jugar limpio y resultaría peligrosísimo para el establecimiento; el
problema es que en Venezuela, este último ha sido desbancado y parece dispuesto
a lo que sea con tal de recuperar el poder, seguramente porque sus hijos,
mujeres y demás familiares, no serán los que pondrán el pecho cuando comience
el holocausto fratricida.
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