domingo, 14 de julio de 2013

Seremos torcidos porque sí?

por Armando Brugés Dávila.

En este país no es raro escuchar en emisoras locales propagandas realmente  exóticas y terriblemente peligrosas como aquellas en que señoras o señores se comprometen curar toda clase de enfermedad, esto es, desde la diarrea hasta el cáncer, pasando por la diabetes, las enfermedades cardiovasculares e incluyendo las de tipo neurológico o psiquiátrico. Pero allí no quedan las cosas; estas personas, en el colmo de la desfachatez se comprometen  de igual manera a arreglar matrimonios e incluso problemas de infidelidad. Terminando por sacar la pelota del estadio cuando se atreven a decir que si con lo anterior el paciente o cliente no queda satisfecho, él o ella se comprometen  a revelarle el número de la lotería. Si esto no es abusar de la buena  fe de la gente, entonces qué lo es. Lo único que les falta decir es que tienen comunicación directa con Dios o Yavé. Me imagino que las emisoras dirán que ellas no tienen culpa alguna, ya que en eso radica su negocio en cobrar por emitir mensajes comerciales. Pero viéndolo bien, esto no es un mensaje normal; la mala intención aflora por todas partes. Una de las características que acompaña a los necesitados, es su gran capacidad o ansias de creer en algo siempre y cuando ese algo les prometa la satisfacción de sus necesidades más urgentes, de allí que los pueblos en crisis sean terreno abonado para las sectas religiosas de todas las pelambres. Pero Salud Pública sí tiene la obligación, no sólo ética sino administrativa, de intervenir contra unos y otros, ya que se trata de actos  atentan no sólo contra la salud, sino también contra la justicia cuyo fundamento es la honestidad, en tanto que permiten a inescrupulosos engañar a jóvenes y adultos, esquilmándoles los pocos pesos que con tanto trabajo consiguen en su laborar diario.
Y hablando de adultos mayores, resulta infame la forma como a muchos de ellos los tratan, sobre todo en los centros hospitalarios. Hablando con un galeno amigo, me comentaba que en nuestro Hospital Central, por ejemplo, personas de otros municipios tenían que venir a coger fila a las tres de la mañana, de no hacerlo así, corren el riesgo de perder no sólo su tiempo, también su viaje y lo más importante, su consulta médica. No sé por qué inexplicable razón, la mayoría de las entidades que prestan servicios de salud, se les da por citar media o una hora antes de abrir sus dependencias, algo realmente inhumano, sobre todo tratándose de personas de edad avanzada, a quienes toca sentarse en los sardineles o recostarse en cualquier pared hasta que la llegue la joven que les abrirá la puerta del consultorio o laboratorio. Esto sucede en toda Colombia.  A propósito de la Ley 1170 de 2007, esa que trata sobre el conceder a las personas mayores de 62 años beneficios para garantizar sus derechos a la educación, a la recreación, a la salud y propiciar un mejoramiento en sus condiciones generales de vida, parece que no la conociera nadie y los que tienen la obligación de darle cumplimiento, en la mayoría de los casos terminan tirándoselas de loco, por temor a los otros usuarios. Los artículos doce y trece de dicha ley se convierten en la práctica en un rey de burlas. Según los mismos, a partir de enero de 2008 las Empresas Promotoras de Salud deberían asignar a sus afiliados mayores de 62 años los servicios de consulta externa y especializada, dentro de las 48 horas siguientes a la solicitud por parte de éstos. Y además, la entidad Promotora de salud que no suministre de inmediato los medicamentos formulados incluidos en el POS, debería garantizar su entrega en el domicilio del afiliado dentro de las 72 horas siguientes. Mejor dicho, algo como para morirse de la risa.
Ahora que en las oficinas públicas y bancarias el asunto se torna dramático, dado que allí tampoco nadie parece saber o querer saber nada al respecto; es más, en ocasiones algunos usuarios muestran su descontento porque se le dé preferencia a un señor o señora de la tercera edad.
Pero todo eso parece corresponder al mundo de nuestro folclor ciudadano, a la manifestación de una ciudadanía cansada de tanto engaño, que ya no cree en nada ni en nadie, que después de casi 500 años a lo único que ha aprendido es a reírse de sí misma y de su impotencia comunitaria.

 

 

 

 

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